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miércoles, 5 de septiembre de 2007

AMA AL PODER COMO A TI MISMO

Por Gretel Ledo (*)


“…amarás a tu prójimo como a ti mismo”

Levítico 19:18

Entre las leyes de santidad y justicia del Antiguo Testamento se encuentran el no engañar, no oprimir al prójimo y amarlo como a uno mismo.

El amor al próximo está íntimamente relacionado con la integridad (del latín integrĭtas). Según la Real Academia Española una persona íntegra es aquella recta, proba e intachable.

La serie de acuerdos políticos que se suscitan entre los gobiernos locales, provinciales y el gobierno central para continuar en el poder hablan de un espíritu corrupto. Esta alteración de la esencia puede darse a través del soborno o la dádiva.

El interrogante que se abre es qué hay detrás de estos pactos corrosivos. Un mandamiento grabado a fuego en el corazón de todo líder político debe ser el tomar la integridad como una cuestión personal. Aquella pauta de conducta social que escapa de toda valoración humana tornándose en incuestionable. Las circunstancias pretenderán llevarlo a arenas movedizas donde la “tranza” sea moneda corriente pero sus convicciones no lo permitirán.

Muchas de las características necesarias para emprender el compromiso con lo público nacen en el compromiso con uno mismo. El verdadero líder sigue la dirección de lo que está dentro de él, no a la muchedumbre, a lo que todos hacen: pactar por ambición desmesurada con el poder. Esa dirección -y no las circunstancias-, lo autodisciplina, lo conduce a poner en práctica su ética. Hará lo que es moralmente correcto y no lo cotidianamente incorrecto.

Al decir del filósofo alemán Emmanuel Kant (1724-1804), en su Crítica de la razón práctica (1788), con la moral, el hombre debe actuar como si fuese libre, aunque no sea posible demostrar teóricamente la existencia de esa libertad. El fundamento último de la moral procede de la tendencia humana hacia ella. Cada uno debe actuar de manera tal que su conducta sea digna imitación por el resto. Así nuestras acciones serán regidas por imperativos categóricos morales compuestos de principios o leyes prácticas.

La moral no concierne al orden jurídico, sino al fuero interno y personal del individuo. No está regulada, escapa de connotaciones positivistas.

Las condiciones de solidez y honestidad no se cotizan en el mundo político. Y, precisamente, esa es la batalla a librar.

Cuando el poder se torna en objeto fetiche adquiere para sí una valuación incluso fiscal. Como toda mercancía logra independizarse con éxito de su creador. Allí se origina la extrañación. La valoración existe en la medida que el político la otorgue. Primero la crea y luego se transforma en un monstruo apocalíptico al estilo leviathán hobbesiano.

Esa creación humana está conformada por la sumatoria de las voluntades individuales. Cuando la manipulación es evidente, el dirigente pasa al estadio de “dirigido”. Todo nace en la codicia. El ser avaro acumula para sí el poder cosechando de esta manera el desprecio de su pueblo.

Indudablemente en nuestro país hay más dirigentes dirigidos que líderes que enfrenten con integridad las propuestas deshonrosas del poder de turno.

¿Será posible que aún no despertemos de este ensueño que nos lleva al autoengaño? ¿O será que los gobiernos locales y provinciales se tuercen con el poder de turno?

De ser la segunda opción es claro que el problema se profundiza. Existe una conciencia quizás reprimida que los exhorta a rever su posición en el pacto y a la vez, un deseo profundo caracterizado por el ello, un escenario inconsciente expresado en impulsos y necesidades donde se desenvuelven las contradicciones que buscan la “comodidad” de amigarse a la corona.

El reiterado discurso de la necesaria dependencia económica hacia la Nación de alguna manera pretende ocultar la condición de “ser parasitario”.

Ya Ludolfo Paramio definió como parasitaria a aquella sociedad que espera enteramente todo del aparato estatal. Como toda garrapata, en algún momento explota. Los gobiernos provinciales llevados por líderes genuinos deberán sopesar la conveniencia de “abrigarse al calor del poder central”.

En esta turbación nacional el denominador común es “la quintita” de hoy y no la Nación de mañana; la mediocridad y no la meritocracia; el amor al poder y no el amor a mi otro yo: el yo social…

(*) Gretel Ledo es Abogada en Derecho Administrativo, Politóloga en Estado, Administración y Políticas Públicas, además de Asesora Parlamentaria.

Fte:Crónica y Análisis

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