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viernes, 21 de mayo de 2010

BABILONIA BONAERENSE


BABILONIA BONAERENSE

Por Julio Doello (*)

Que una menor le practique sexo oral a tres adultos, constituye un delito, cualquiera fueran las circunstancias en que se dieron los hechos. El beneplácito que pudo haber demostrado en la práctica no es ningún atenuante. Lo que si evidencia este escándalo es la podredumbre moral que se anida en los subsuelos de la sociedad. Sobre todo si tenemos en cuenta que hubo una movilización de la que participaron mujeres, en defensa de los imputados del delito. Porque se supone que esas mujeres, muchas de las cuales tendrán hijas menores, adoptarían el mismo criterio si fueran sus propias hijas las que aparecieron en el famoso video.

Otra arista de la podredumbre que denuncio la constituye la actitud hipócrita de los padres, quienes aducen que los sorprendió enterarse de que la menor aparecía en un video hot como si nunca hubieran podido imaginarse que su hija andaba en menesteres sexuales precoces. Quizás se quedaron con la imagen de ella acunando muñecas y después sumieron su mente en una laguna blanca y se dedicaron a prosperar durante un tiempo que les hizo olvidar que un niño necesita contención, disciplina y educación, que suele ser la mejor expresión del amor, por fastidioso que resulte ocupar el tiempo en esa tarea.

Ni hablar de los supuestos autores del delito, quienes seguramente argumentarán que fueron seducidos por una menor dispuesta y que después de todo el hombre no es de hierro sino que obedece a la esquizofrenia básica de lidiar a veces con ese otro yo que se erige como un mástil entre nuestras piernas apenas detecta una presa.

Desde el momento en que el sexo ha perdido su sacralización y se ha transformado solo en otra fuente de divertimento, como lo demuestra la abundante pornografía que circula por Internet al alcance de cualquier chico, así como en novelas y series de televisión que muestran de una manera bastante explícita los escarceos amorosos de sus protagonistas y que suelen verse sentados a la mesa, en familia y sin censuras, no podemos azorarnos de que nuestros adolescentes se sientan pulsados a experimentar tempranamente un placer que aparece como superlativo y excluyente. No en vano Tinelli sigue liderando el raiting con la promoción del “perreo”, una suerte de kamasutra light que practican bailarinas de ocasión, y no ha vacilado en utilizar a menores que fueron festejados por mostrar sus cualidades de provocación a una platea que los aplaudía ardorosamente. En la cifra de televisores encendidos a la hora de su programa faltaría explicitar la cantidad de niños que se solazan con el espectáculo.

Dependerá de sus padres aventar la contaminación, enseñarles a amar el sexo como parte de una de las experiencias más fabulosas del ser humano cuando lo que la moviliza es ese sentimiento indefinible que es el amor, aunque corramos el riesgo de que una mala interpretación nos transforme en abuelos prematuramente.

Otra cosa es que como consecuencia de nuestro desinterés por educarlos, se queden solamente con lo que aprenden mirando la pantalla del televisor o de la computadora y que decidan mecánicamente parecerse a quienes los instruyen desde temprana edad sobre la conveniencia de desapegarse de cualquier atavismo y hacer del sexo una técnica no diferente que plantarse dos horas frente a una lámpara solar para adquirir un bronceado falso.

La sociedad de Villegas, pacata y babilónica, hacía meses que guardaba en los celulares el video de la niña precoz y seguramente el mismo sería compartido entre risas y comentarios soeces en los bares y en algunos círculos adictos a contemplar por el ojo de la cerradura los escándalos de los demás, poniendo a resguardo los propios. Manuel Puig describió magistralmente esta conducta pueblerina en “Boquitas pintadas”, una de sus más brillantes novelas.

La justicia deberá fallar, aunque no inexorablemente. Los protagonistas del abuso pasarán algún tiempo tras las rejas y la niña cuando llegue a mujer tendrá asegurado algún protagonismo fugaz en algún programa morboso de televisión. El problema principal quedará sin resolver: redefinirnos como sociedad y reacordar los valores básicos que reglarán nuestra existencia en comunidad haciendo caso omiso a quienes promueven la permisividad absoluta como la manifestación más pura de la libertad, aún cuando la corriente venga de los países centrales, tan caros a los cultores de una novo filia inclaudicable.

*) Crónica y Análisis publica el presente artículo de Julio Doello por gentileza de su autor.

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