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jueves, 30 de septiembre de 2010

EL RESENTIMIENTO


EL RESENTIMIENTO

Por: Estudio Adolfo Ruiz & Asociados

Un retrato de Néstor Kirchner

Nos guste o no, la inercia económica goza de mejor salud que la del ex-presidente. En el sector empresario las quejas son mayormente referidas a la baja rentabilidad y a la inseguridad para invertir, más que a la marcha de la demanda. El comercio está gozando de una intensa ola de consumo local y turístico. Los sectores de clase media sufren privaciones por la inflación, pero no por falta de ingresos. Y el sector asalariado, salvo los casos de algunos gremios privilegiados, ha comenzado una escalada de conflictos porque es el factor económico más débil y, por lo tanto, al que más lo están afectando el aumento casi generalizado de precios.



A pesar de esta calma económica reinante, casi todos percibimos un ambiente de crispación, de anarquía y de agresividad extremas, propios de los momentos en que, en el pasado, acontecieron las mayores crisis. Y no sólo este clima se respira en las grandes ciudades sino también en pueblos y rutas nacionales del interior. Cualquier grupo de personas, grande o pequeño, y cualquier “organización social” o sindicato, se siente con derecho a impedir el tránsito o a discriminar el ingreso y egreso de personas a determinado sitio. Lo único que parece primar, es el derecho de unos pocos sobre los de muchos.



Estamos viviendo una paradoja: las cosas nos van relativamente bien -más allá de algunos nubarrones bien negros, que se ven más lejos de lo que tal vez realmente estén-, pero estamos enojados como si nos fueran mal. A nuestro modo de ver, este comportamiento paradójico tiene un fundamento claro: el estilo de poder de los Kirchner, deslenguado, provocativo y descomedido. Estilo que trasladaron a los súbditos que componen su cuadro de honor de la ordinariez y la vulgaridad, por más que se envuelvan sus cuerpos en ropas de marca y adornos de alta gama. Sin duda, en lo que ha tenido éxito este “modelo”, ha sido en contagiar a casi toda la sociedad el estado de crispación de sus ocasionales mandones.



¿A qué apunta esta estrategia destructiva y auto-destructiva? Una persona astuta pero primitiva como Néstor Kirchner, se maneja por lo títulos, no por la sustancia de los textos. Se inspira simplificadamente en Maquiavelo, lee superficialmente a Ernesto Laclau e imita en forma burda y sin su visión abarcadora, al Perón de 1948. Por eso precisa tener una disputa todos los días, aunque la mayor parte de las veces utilizando la prudente táctica de “animémonos y vayan” y en otras, atacando personalmente sólo cuando está seguro de que el contrincante es petiso, pusilánime, enfermo o le tiene miedo a su venganza económica y, por lo tanto, está en situación de inferioridad.



Cuenta la leyenda que cuando Kirchner era adolescente y pertenecía a un hogar de economía holgada, era el dueño de la pelota. Sus compañeros se lo bancaban, pero lo mandaban de arquero. Casi un oxímoron, poner a un estrábico en el arco. Y parece que esa fue la cuna de un resentimiento ilimitado. Si ello es cierto, nunca tan pocos hicieron tanto daño a un pueblo, pues la amargura y el rencor que envuelve al patagónico en casi todos sus actos y comportamientos con amigos y enemigos -y que contagió por ósmosis a su mujer-, nos está perjudicando a todos.



El componente básico del resentimiento es la envidia. Ese estado de ánimo que produce tristeza o pesar por el bien ajeno y por algo que no se posee. Es un sentimiento que no genera nada positivo en quien lo padece, sino una insalvable amargura. El envidioso cuenta mentiras sobre la persona a la que envidia o sobre las cosas que ésta tiene. Precisamente, se incluyó a la envidia entre los 7 pecados capitales, no tanto por su propia gravedad sino porque suele dar lugar a la comisión de otros pecados. Por eso, el envidioso suele devenir en estados de ira o de enfado violento. La ira es ese sentimiento desordenado y no controlado, de odio y de enojo, que se puede manifestar como una negación vehemente de la verdad -tanto hacia los demás como hacia uno mismo-; manifestando impaciencia con los procedimientos de la ley y deseando aplicar venganza fuera del trabajo del sistema judicial; sosteniendo con fanatismo extremo sus creencias políticas; buscando habitualmente hacer el mal a otros y, finalmente, reaccionando con odio e intolerancia hacia quienes discrepan con sus posturas. Parece que en Wikipedia estuvieran hablando de Néstor Kirchner ¿o no?



En La Divina Comedia, Dante Alighieri define a la envidia como “el amor a la justicia pervertido a venganza y resentimiento”. Y Bertrand Russell, considera que es una de las más potentes causas de infelicidad, “porque aquél que envidia no sólo sucumbe a la infelicidad, sino que alimenta el deseo de producir mal a otros”. Por su parte, los alemanes acuñaron un término específico para definir este sentimiento: schadenfreude (cuando se expresa un sentimiento de alegría por el sufrimiento o la infelicidad del otro). Así, el envidioso es una persona carente de alguno o algunos de los atributos que son, precisamente los objetos de la envidia (pero, sólo porque los posee el otro).



La peculiaridad de la envidia es que se enmascara o se oculta ante los demás y ante sí mismo. Y lo más curioso es que la dependencia del envidioso respecto del envidiado, persiste aunque éste haya dejado de existir, dado -como dijimos- que el objeto de la envidia no es el bien que posee el envidiado, sino el sujeto que lo posee. Esto explica el ensañamiento del envidioso hasta con la memoria o con despojos del envidiado (por ejemplo, con José Alfredo Martínez de Hoz).



El otro gran componente del resentimiento es el rencor. Ese sentimiento persistente de odio o antipatía hacia otra persona, sea por un daño, una ofensa, etc., que ésta le ha hecho al resentido, sea voluntaria o involuntariamente. Y en su inseguridad, también el envidioso suele mostrase soberbio. La soberbia es el deseo de ser más importante y atractivo que los demás, y por eso, un envidioso nunca halaga al otro. Porque cree que lo que hace o dice es superior, y que siempre es capaz de superar lo que digan o hagan los demás.



Pero en nuestra opinión, lo que sucede en la mente del ex-presidente tiene que ver más con el miedo –ese sentimiento desagradable que se suele experimentar ante un peligro, una molestia, etc., y que suele provocar estrés y sus consecuentes reacciones de defensa o de huida- antes que con la idea de perpetuarse. Al revés, necesita perpetuarse para despejar ese temor. Porque tiene miedo a la descalificación judicial o al “traje a rayas” que comentara en su ascenso a la presidencia, y por ello la presente somatización de ese miedo no puede sorprendernos.



Pese a sus ínfulas, Néstor Kirchner no es un hombre corajudo. Una persona que siendo izquierdista o “progresista” desde joven, se bancó al gobierno militar sin hacer siquiera resistencia pasiva -por el contrario, se dedicó a “hacer platita”, para poder dedicarse a la política cuando los riesgos fueren menores- y, luego, acomodó sus nalgas sin ponerse colorado ante el neoliberalismo de Menem, es una persona acostumbrada a meterse los escrúpulos en el colon. Por eso, cuando el próximo presidente esté casi definido, el matrimonio negociará su retiro en paz y, en todo caso, sacrificará a algunos de su corte de humillados, porque total, como decía un viejo político: “los hombres son como los forros, después de usarlos se tiran”.



El fracaso del progresismo y su propio resentimiento

adicional



Convengamos que, en materia de resentimiento los Kirchner, no están solos y los acompaña una parte no pequeña del pueblo argentino. Muchas veces nos hemos preguntado por qué han arraigado tanto en nuestra sociedad el resentimiento y la envidia. Es un enigma para que lo desentrañen los sociólogos. Pero, ya desde entrado el siglo XX y producida la institucionalización del voto democrático, en nuestro país hemos hecho un culto de la violencia física, la virulencia verbal y la descalificación de quien piensa distinto.



Curiosamente, el resentimiento no es patrimonio de una clase o un grupo social de perfiles definidos ni de quienes están más debajo de la escala socio-económica. Se trata de individuos enfermos aislados, que muchas veces tratan de agruparse entre sí aunque tiendan a mantener siempre una difícil convivencia entre ellos, debido a esa envidia permanente que los intoxica y les impide gozar con los éxitos ajenos, así sea de un miembro de su agrupamiento (de ahí, ese sesgo constante hacia la fragmentación). Estas agrupaciones, bajo una posición ideológica o altruista, enmascaran muchos intereses materiales no declarados que suelen aunarse a una necesidad de ver sufrir y dañar a quienes son el oscuro deseo de su envidia, su rencor o su odio y, por lo tanto, de su búsqueda de destrucción y humillación.



Cuando Néstor Kirchner se enojó con su chofer Rudy Ulloa porque había comprado una casa en San Isidro a 700.000 dólares, no lo hizo porque significaba una prueba más de enriquecimiento de los “amigos del poder” sino que le recriminó: “no te das cuenta que nunca vas a ser como ellos”. Mostró la hilacha. Se refría a sí mismo. Y, de paso, le señaló elípticamente a su subordinado que ni se le ocurriera pretender competir con él en la ostentación. Así, es como habitualmente se comporta un líder resentido.



Es maravilloso cómo, algunos universitarios que obtuvieron un título de grado en letras o filosofía, se consideran “intelectuales” y hasta se permiten sentenciar sobre cualquier tema político y económico. Lo mismo ocurre, con meros simpatizantes del arte, amantes de la música o la pintura, que sin embargo se auto-consideran artistas. Aclaremos que se llama intelectual a aquella “persona dedicada a trabajos que requieren el empleo de la inteligencia”. Desde este punto de vista –su definición genérica- casi todo el trabajo no manual es realizado por “intelectuales”. Pero desde una perspectiva algo más calificativa, un intelectual es bastante más, pues objetivamente se le exige una maestría o experiencia en determinada materia, acompañada de una cierta capacidad de reflexión didáctica. No es pues suficiente obtener un título de grado y haber elaborado algún trabajo práctico universitario, para considerarse intelectual y pretender cumplir una función de divulgación sentenciosa.



Pues bien, algunos de nuestros auto-titulados intelectuales -como los del grupo Carta Abierta, destinado a darle contenido argumental a la publicidad del régimen kirchnerista-, abusan de tal condición pues en su gran mayoría no lo son y sólo se enancan en un pequeño grupo -con antecedentes serios, pero contagiados de veneno social- que actúa como mascarón de proa de una masa mayor de advenedizos y mediocres que en realidad buscan un “gana pan” en la cátedra o en alguna de las publicaciones periodísticas subvencionadas por el erario público. Tal vez, por eso, a veces de llaman a sí mismos “trabajadores de la cultura” y no generadores de cultura.



Pues bien, este grupo y otros similares se aferran al resentimiento kirchnerista y a una corriente de beneficio económico que la globalización -tan denostada por ellos- ha posibilitado y ojalá persista. Es lógico, desde la caída del muro no han tenido más que derrotas ideológicas y materiales. Colapsó el imperio comunista soviético, el comunismo chino se hizo capitalista y ahora, hasta la Cuba de Fidel despedirá un millón de empleados públicos. Se han quedado sin banderas y, lo que es peor, sin esperanzas. No confían en Kirchner, sólo se aferran a él como la soga que los puede subir a un bote.



No ignoran que, como dice José Luis Espert, “La pobreza -que había bajado al 26,9% en el 2° semestre de 2006- es actualmente del 40% y la indigencia -que estuvo en el 8,7% en esa fecha- subió al 15%. Hay más de 16 millones que no cubren sus necesidades básicas y de ellos, 6 millones no pueden alimentarse normalmente. Entonces, ¿para qué sirvieron 7 años de crecimiento a tasas china y redistribución “progre”? Pero miran, con vergüenza, para otro lado. No ignoran tampoco la inflación ni la colosal emisión monetaria que está siendo motorizada por el Banco Central.



Los argentinos hemos tenido mala suerte. Cuando la situación internacional y local nos presenta por primera vez en décadas un cuadro de prosperidad y de mayor bienestar, un gobierno criado en el resentimiento, mamando la amargura y promoviendo la venganza, nos empuja a enfrentamientos continuos y actúa como solazándose con ellos, impidiendo que sean superados y doblando su apuesta. Claro, que a esa mala suerte le hemos dado una buena mano, pues casi la mitad del electorado votó a una Presidenta cuya candidatura fue puesta a dedo por el mandón de turno. Es bueno recordarlo para no reincidir en la próxima elección.

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