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domingo, 5 de febrero de 2012

PALABRAS


PALABRAS MALAS Y PALABRAS BUENAS
Por Malú Kikuchi (5/2/2012)

La palabra es la expresión verbal que utiliza el hombre (en sentido genérico, no se ofendan las feministas), para hacer llegar un mensaje en forma directa y hacerse comprender. Los adjetivos calificativos agregados a la palabra “palabra”, sólo definen conceptos personales, sin agregarle nada a la palabra.
Decía Protágoras (de Abdeba, aC481/ 401) “El hombre es la medida de todas las cosas, de las que son en cuanto son, y de las que no son en cuanto no son”. Las palabras no son ni buenas, ni malas, no implican en si un concepto moral, pueden describirlo, pero las palabras simplemente, son. Los hombres les dan un determinado significado, les agregan una carga emociona,l que puede cambiar a través del tiempo … o de los gobiernos.
Por ejemplo, la palabra “ajuste” es hoy, en Argentina, una muy mala palabra. Horrible. De tan fea, desagradable y hasta destituyente, está virtualmente prohibida. Se la reemplaza por una expresión formada por dos agradables, mansas y sofisticadas palabras: “sintonía fina”. Eso no sólo se puede decir, se debe decir para explicar los indescriptibles aumentos de precios en todos los ítems, que hacen a la vida de los argentinos.
“Competitividad” es una mala palabra, extraña, probablemente llegada desde algún imperialista país del hemisferio norte. Ha de ser uno de esos países que no tienen piedad con los pobres y los hacen vivir en un sistema económico que los empuja, desconsideradamente, a dejar de ser pobres a través del esfuerzo y el trabajo personal. Gente malísima, capitalista, salvaje y esclavista. La palabra competitividad debe ser desterrada del vocabulario de todo argentino que se precie de ser patriota y bien nacido.
“Productividad” es una palabra intermedia, un poco mala y un poco buena. Depende como y quien la use. Si la usa un despiadado capitalista, significa el punto de apoyo del que parte un círculo virtuoso. A mayor productividad, más empleo genuino en blanco, que es posible gracias a las inversiones de nativos y extranjeros que creen en el país, porque éste tiene un sólido e inamovible estado de derecho. Esto implica instituciones serias y contratos que se respetan.
“Productividad” para el gobierno, significa un enorme y disfuncional gasto de parte del estado, que sostiene subsidios (debería decir “sostenía”), regala jubilaciones a personas que nunca aportaron, reparte planes sociales a individuos que no trabajan y que, si tienen la oportunidad de hacerlo, no lo hacen para no perder los planes sociales. Esta “!productividad” da nacimiento a la “inclusión social”, objetivo impostergable de nuestra actual presidente.
Usted decide si la palabra “productividad” es buena o es mala. De sus conceptos sobre institucionalidad, economía e ideología política, derivará el calificativo de la palabreja en cuestión.
“Realidad” es otra palabra confusa que depende de interpretaciones diversas: si Usted forma parte del gobierno, o espera formar parte de él, o votó al FPV, o sea que es parte de la mayoría del 54,11% de los argentinos, la palabra es fea, tiene cara de bruja y ataca a traición. Si Usted forma parte del alicaído y abandonado (por sus líderes, a los que votó) 45,89% de los votantes, que no lograron imponer sus ideas políticas, la palabra es una pesadilla que se vive todos los días, con la desesperante certeza que no se va a despertar. La pesadilla es real.
Otra vez, como siempre y como deber ser, la decisión es suya. “Realidad”, en la Argentina de hoy, ¿es una buena palabra o es una mala palabra? Decida lo que decida, le cuento, despacito para que nadie escuche, buena o mala, la realidad a la larga, se impone. Disculpe, pero es una regla inexorable.
“Oposición” es el sustantivo del verbo “oponer”. En principio y de acuerdo a las innumerables acepciones del DRAE*, oposición es: ser contrario a algo o a alguien; estar enfrente de…; contradecir; proponer ideas distintas a otras; colocarse enfrente de … Esto según el DRAE. En Argentina la oposición, no está. Quizás se tomó vacaciones, o se lame las profundas heridas de la derrota electoral de octubre, o, y esto es lo peor, la oposición (casi toda, existen escasas excepciones), no se diferencia demasiado del pensamiento del FPV, sí en las formas, pero no en el fondo. Y ha de ser por eso que la ciudadanía votó como votó.
Para el FPV, oposición es una estupenda, bonísima palabra, que le permite jugar arrojando la pelota hacia un frontón inexistente. En un sistema que ha dejado hace mucho de ser republicano, la situación es ideal. Para la república que fue y muchos añoran, la falta de oposición, por lo tanto de alternativa democrática, es una tragedia. Y salvo que ocurra un milagro, por el momento no hay miras de que la situación vaya a cambiar. La oposición, o eso que se dice oposición, un conjunto de egos que no fueron capaces de sumarse en bien de la nación, sigue dispersa, perdida, sin rumbo. Derrotada desde dentro, como si no hubiesen necesitado del FPV para perder.
Para el 45,89%, “oposición” es una palabra que no significa nada. Ni siquiera es mala, es nula.
Se insiste en hablar de “re estatizar”. Particularmente en temas energéticos. Más específicamente, YPF, empresa emblemática, que consigue aunar el sentimiento del patrioterismo nacionalista y sentimental. Es casi un tango. Pero no se baila. Nos hace bailar. Es curioso, YPF nació estatal, el peronismo defendió YPF, en su momento única empresa petrolera del mundo que daba pérdidas (salvo en tiempos de Frondizi que el país consiguió autoabastecerse de petróleo), pero un gobierno peronista la privatizó (Menem con la ayuda de Kirchner, entonces gobernador de Santa Cruz y presidente de la OFEPHI*), y hoy, otro gobierno que dice ser peronista, juega con la idea de re estatizarla.
Al no ser peronista, el tema es más simple, uno cree en las privatizaciones si es liberal, o en la propiedad del estado, si no lo es. Pero para los peronistas, ¡qué dilema! Estatizar, privatizar y re estatizar, ¿son buenas o malas palabras? ¿Qué pasará por la cabeza de un peronista de corazón, ante el tema YPF?
Hay una palabra que se ha vuelto a poner de moda y personalmente me trae malos recuerdos. La ha puesto de moda el vicepresidente de la nación. Amado, en los últimos 10 días habló 3 veces de “re-reelección”. El tema necesita una reforma constitucional, y las últimas nos han enseñado que en vez de reformar, se han dedicado exitosamente a deformar la Constitución Nacional de 1853. Pero Amado sostiene que Cristina necesita 4 años más “para seguir transformando Argentina”. ¡Cuatro años más, sumados a los tres años y medio que todavía le faltan para cumplir este segundo mandato! O sea, siete años y medio más. “Too much”, diría la presidente. En este caso en particular, ¿lo diría?
“Re-reelección debería ser una malísima palabra para todo ciudadano que crea en la república, en la libertad y en la democracia. La permanencia ilimitada, aunque sea por elección popular, siempre es mala. Las renovaciones airean, sanean el ambiente. Hay que abrir las ventanas para que cambie el viento; Juan XXIII llamaba a eso “aggiornarse”.
¡Hay tantas más palabras conflictivas en la Argentina 2012! Pero disculpe, de tanto usarlas, me quedé sin palabras, lo que para una periodista es grave. Demos gracias a Dios que este problema, el de quedarse sin palabras, nunca le sucedió, ni le sucederá a nuestra presidente. Con o sin tiroides, las palabras le sobran y las usa. La reiterada cadena nacional da fe de ello.
*DRAE: Diccionario de la Real Academia Española.
*OFEPHI: Organización de Estados Federales Productores de Hidrocarburos (Argentina).

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