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domingo, 25 de noviembre de 2012

¡INEXORABLEMENTE!

¡INEXORABLEMENTE! POR CARLOS SCHULMAISTER Si miramos en perspectiva el camino transitado por el género humano desde el neolítico hasta hoy podemos comprobar el fascinante espectáculo del desarrollo de la civilización y la complejización de la cultura, dos fenómenos tan estrechamente ligados que no pueden ser pensados separadamente. Lo auspicioso para la humanidad, en este proceso, es que ha logrado tomar conciencia de su formidable poder creativo. La humanidad, los hombres, transforman lo que tocan, no importa ya conocer en cuánto tiempo lo hizo éste o aquel pueblo, sociedad o Estado, pues todos cambian, se modifican, se crean y recrean constantemente, incluso cuando pareciera que no lo están haciendo. Frutos de esa particular condición de los humanos son el crecimiento de la cultura, su diversificación, su expansión y su creciente poder de transformación y de autotransformación. Particularmente interesantes son, para la síntesis histórica, los recorridos efectuados por el saber científico, la configuración de las ciencias en su inacabado proceso de especialización y de aplicación de sus resultados en la realidad, es decir, en el proceso de transformaciones que somete a los individuos, a la naturaleza y a la cultura a pasar por sucesivos estados, o sucesivas realidades dentro de la realidad. Y aquí me viene a la mente la palabra infinito. En este maravilloso proceso de constante y aceleradísima transformación de la cultura, en términos generales, es preciso destacar la correlativa transformación de los paisajes de la cultura, es decir, de aquello que podríamos considerar la corporización de las ideas recibidas, creadas y recreadas por la humanidad a través de los tiempos. Me refiero al mundo de las estructuras y las infraestructuras materiales, al mundo de las cosas y los objetos, donde también aplicamos las notas de crecimiento, magnitudes, diversidad, variación y complejidad crecientes, obvias, por lo demás, a esta altura de nuestro relato. Pero mucho más extraordinario y maravilloso que esa condición materializadora de ideas es el desarrollo exponencial de la capacidad humana de creación de ideas, pues en este proceso todo tiene que ver con todo, todo lo creado tiene relación entre si y con zonas oscuras que están allí precisamente esperando ser exploradas. De modo que las magnitudes de la creatividad de las ideas son inmensamente superiores que las de sus respectivas materializaciones. Pero si las transformaciones y la complejización de la cultura sólo pudieran ser observadas teniendo en cuenta para ello las variaciones de magnitudes, de diversidad, de número, de existencia y presencia de ideas y cosas materiales bien podría uno preguntarse hasta dónde llegará este proceso? Dicho de otro modo, ¿este proceso es indetenible bajo ciertas condiciones? Y seguramente un silencio, más breve o más largo según los casos, seguiría a ese interrogante. Claro, uno bien puede pensar, con lógica sencilla, ¿hasta cuándo?, ¿hasta dónde?, ¿podemos ser optimistas todavía?, ¿… y si sucede algo que nunca hubiéramos creído posible? Que no cunda el pánico, señores, nada de Apocalipsis. Simplemente que uno puede pensar si la máquina humana, el cerebro humano… ¡el cuerpo humano -pongámosle para dejar a todos contentos-! ¿… No se cansará de trabajar tanto? ¿… No perderá en algún momento tan sorprendente vigor? Es sabido que especialmente en la antropología más reciente se vienen investigando los crecientes contrastes entre el gran desarrollo experimentado por ciertos campos del pensamiento humano y el subdesarrollo y hasta involución en otros; así como también ciertas transformaciones de la corporalidad humana no ya bajo la inspiración de viejas tesis marxistas acerca de los efectos transformadores del colonialismo o de la explotación industrial, de las cuales nos separan años-luz teniendo en cuenta las fenomenales transformaciones tendenciales alcanzadas por la humanidad en las últimas décadas. ¡Los constrastes a los que me refiero se prometen auspiciosos para la humanidad! Lo diré sintéticamente. Hasta aquí habíamos considerado al equipamiento corporal como si se tratara del disco rígido de un ordenador, y las transformaciones que describimos se referían a los contenidos simbólicos de la cultura, a los campos, los programas, ¡al software de la condición humana! ¡Pues bien, ahora vamos a incluir al hardware, a la máquina en si, a esa unidad bío-psico-emocional con las potencialidades que se puede observar en las versiones y desarrollos más avanzadas, las cuales, por fortuna, no dependen de pertenencia o adscripción a raza, doctrina, ideología o religión alguna. ¡El hardware de los humanos actuales también se transforma! ¡Y lo hace hacia adelante! Lo dicen cada vez más los científicos especializados: la capacidad de autotransformación de ese equipamiento se potencia cada vez más, por lo cual, puede que pronto resulte exigua la capacidad descriptiva de la condición humana que posee ese mismo término, la condición humana, dicho en singular. Ciertamente, la humanidad marcha por rumbos y velocidades diferenciales en el desarrollo de las potencialidades humanas, dicho esto no con el clásico y lastimero sonsonete de la desigualdad entre los hombres. ¡Noooo, basta de eso! ¡Dicho con el armónico y esperanzado tarareo que prefigura una próxima gran composición artística de la humanidad toda! ¡De una humanidad que, como puede, con avances y retrocesos, con gozos y dolores, unos más y otros menos, unos antes y otros después va dejando atrás el lastre que le impedía caminar hacia el horizonte! ¡Que cada vez puede llegar más lejos con su mirada y su pensamiento porque el dolor y la inteligencia, el sufrimiento y la buena educación presentes donde florece la libertad (a condición de que continúe haciéndolo) le van quitando aquello que empañaba su entendimiento y enfriaba sus corazones. ¡Y esto, inexorablemente seguirá sucediendo! ¡En consecuencia, renacerán fueguitos en los corazones de la humanidad y los sueños y ensueños tomarán nuevas formas! ¡Inexorablemente!

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