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sábado, 10 de febrero de 2018

EL HIJO DEL PAPA

El hijo político del Papa, que nadie conoce Escrito por Laura Di Marco Obispo en la villa 1-11-14, teólogo y crítico del capitalismo, Gustavo Carrara refleja el pensamiento de Francisco Los vecinos de la villa del Bajo Flores dicen que el hijo político del Papa se acostumbró a dormir escuchando balazos. Que más de una vez, desde que vive en la villa 1-11-14, hace diez años, despertó con un cadáver cerca de la puerta de su casa o de su parroquia Santa María Madre del Pueblo, donde está enterrado Ricardo Ricciardelli, compañero del padre Mugica y un ícono del movimiento de los curas tercermundistas. De bajísimo perfil, teólogo sólido, crítico del capitalismo, Gustavo Carrara es reflejo de una parte del inescrutable pensamiento papal. Está dolido por los dardos que recibe Francisco bajo la dinámica de la grieta, pero también lo hieren los cuchillazos dialécticos de intelectuales como Sebreli, quien, en su último libro, acusa a los apóstoles bergoglistas de romantizar la vida en las villas con el supuesto fin de anclarlos definitivamente en la pobreza. "Está todo distorsionado. Es una mirada miope. Y es una pena porque se están perdiendo a un líder", desliza el sacerdote que a fin de año fue convertido por Francisco en el primer obispo villero, una designación de fuerte impacto político. A los 44 años, este obispo heterodoxo que tiene como referencia intelectual la Teología del Pueblo es una mezcla de estrella rockera de la 1-11-14 y padre simbólico. Una postal que se dejó ver durante la ceremonia en la que fue ordenado auxiliar de Mario Poli, poco antes de la Navidad, cuando los vecinos del Bajo Flores lo sacaron en andas de la catedral de Buenos Aires. Francisco vio todo desde el Vaticano, donde probablemente haya recordado lo primero que le dijo a su ahijado el día de su propia nominación: "No sé si Dios quiso que yo fuera papa, pero al menos lo permitió. Estoy en paz". Carrara es fruto de la mutación ideológica de Francisco y comparte muchas lecturas con él. Ese giro es curioso. En los años 70, Bergoglio no comulgaba con la Teología de la Liberación, en la que se inscribía Mugica. Era una teología que analizaba la realidad con categorías marxistas. Sin embargo, con el tiempo fue reivindicando su figura y bajándoles las calorías a aquellas visiones extremas. La Teología del Pueblo, remixada por Bergoglio, es una versión light de la Teología de la Liberación. Carrara lo explicará así: "Está claro que la sabiduría no reside solo en los intelectuales. En el 74, por ejemplo, la Argentina tenía un 4% de pobres y hoy tenemos un 30%. Evidentemente, esta situación no es fruto de las decisiones que tomaron los más pobres sino los más preparados". La corriente tiene sus propios referentes locales, como Lucio Gera y Rafael Tello. Quienes conocen la entretela de la Iglesia lo definen como un filoperonista, aunque esa adscripción no sea asumida explícitamente por él, como sí ocurre con otros obispos. Está lejos de un perfil combativo como el de Jorge Lugones, obispo de Lomas de Zamora, quien potencialmente podría apoyar un frente opositor junto con los movimientos sociales y la CGT. Carrara y Lugones fueron ascendidos casi al mismo tiempo, aunque Francisco colocó al lomense al frente de la Pastoral Social. El obispo villero, en contrapunto, es una versión más equilibrada de todo ese universo. Un universo que incluye al polémico Juan Grabois. La existencia de una teología del Pueblo sugiere la configuración de un antipueblo. Pero ¿quién sería ese antipueblo? ¿Macri, Piñera? La incógnita sigue: ¿por qué Francisco, durante su viaje a Chile solo se limitó a sobrevolar su patria? "Sobrevuela sobre tantas patrias y.… no se baja en cada uno de ellas", musita el obispo, en una enunciación bergogliana. En el fondo sabe, sin embargo, que la grieta política es, tal vez, el principal obstáculo para la visita de Francisco a la Argentina. ¿Qué pasaría si una parte de la sociedad abucheara al Papa, en su propia tierra? "Aquí (en la villa) no existe izquierda o derecha; existe querer tener agua, luz, vivir mejor", dirá quién sale a cuestionar a Sebreli, autor de Dios en su laberinto, donde critica con dureza el rol de la Iglesia Católica. Lo que más parece afectar a Carrara es la calificación de conservadores populares o, peor, de falsos progresistas. "Si yo quisiera mantener a los más frágiles en la pobreza para mantener mi 'clientela', digamos, ¿por qué tengo una escuela primaria y secundaria en la villa? ¿Por qué suscribimos convenios para que los chicos estudien en la universidad?" Parece concebir a la Iglesia -o, al menos, a su sector, que no siempre sintoniza con la jerarquía tradicional- como una malla de contención de las inequidades del capitalismo. Igual que el Papa, es lector del filósofo argentino Rodolfo Kusch, olvidado y luego rescatado por el kirchnerismo. Autor de varios libros sobre la Argentina profunda, Kusch se zambulló en el ADN del pensamiento indígena y latinoamericano. Otra de sus filósofas predilectas es la española Adela Cortina, autora de Aporofobia, el rechazo al pobre, libro que actualmente está leyendo. Su posicionamiento se traduce en preguntas: "¿Quién se ocupa de las personas que no han tenido oportunidades, los 'descartables'? ¿Qué hacés con un chico de 14 años que tiene su vida hipotecada porque no ha comido bien y ese déficit lo limita intelectualmente? ¿Qué hacés con otro que consumió paco y va a necesitar al menos 10 años para recuperarse? Tenés que pararte junto a ellos; acompañarlos. ¿Eso es conservador? Según él, lo que falta es una presencia inteligente del Estado". ¿Y la cercanía del Papa con Milagro Sala? ¿Y el encuentro con personajes polémicos del kirchnerismo, dirigentes que gran parte de la sociedad asocia con la corrupción? "Quizá Milagro Sala empezó con un buen origen: hay un sistema que, a veces, corrompe a los dirigentes. Tal vez sea culpable; tal vez, inocente. Es para pensar". Carrara se sume en un silencio profundo y parece rescatar una conclusión final: "Al que le gustan los autos lujosos, que no se meta en un movimiento social porque puede bastardear causas nobles. No se pude servir a Dios y al dinero". Los abusos sexuales en la Iglesia son otro karma. Francisco está golpeado no solo por haber respaldado en Chile al obispo Juan Barros, acusado de encubrir los abusos de otro sacerdote, sino también por la designación de varios obispos sospechados. Carrara desliza que el Papa está arrepentido de aquella defensa ciega y que ahora duda: busca escuchar a las víctimas. La prueba, sugiere, es el envío a Chile del arzobispo maltés Charles Scicluna, una especie de "007" del Vaticano para los casos de pedofilia. Hay quienes encuentran una conexión entre la represión sexual a la que obliga el celibato y los casos de abuso. Carrara se enoja en silencio con esa asociación. Un sacerdote es producto de esta sociedad, deduce. Ejemplifica con Hollywood, un contexto hipersexualizado que pone en evidencia que las "conductas inapropiadas" no suceden solo cuando la genitalidad está prohibida. Cerca de Carrara tienen una máxima: cuando alguien se encuentra con Bergoglio, se va con la sensación de que fue comprendido. Francisco parece penetrar profundamente en la mente de su interlocutor, pero su interlocutor jamás logrará penetrar en la suya: "Nunca intentes saber lo que piensa un jesuita", traduce el obispo, en la austera oficina de la villa del Bajo Flores, donde apenas tiene un viejo ventilador de pie para mitigar el calor sofocante de febrero.

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