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lunes, 28 de mayo de 2012

El tiempo bipolar del kirchnerismo Por Nicolás Márquez El ingreso de China e India en el mercado mundial le brindó a las republiquetas con soja un insospechado aumento de la demanda y del precio de sus respectivas materias primas. Luego, con motivo de circunstancias globales y ajenas a la clarividencia de los mandatarios vernáculos, la Argentina kichnerista desde el inicio de su gestión viene gozando de un azaroso y generoso contexto de entrada de divisas. Esto se llama suerte. Pero a la suerte hay que ayudarla y acompañarla con elementos y argumentos. Como decía Isaac Asimov “La suerte favorece sólo a la mente preparada”. En efecto, a la suerte hay que respaldarla con inteligencia, pero todo indica que tenemos un gobierno compuestos por personajes que son más notorios que notables. Vale decir, nos gobiernan los “vivos” pero no los inteligentes, y la diferencia entre el “vivo” y el inteligente es que el “vivo” sale rápido de situaciones embarazosas en las cuales el inteligente ni siquiera se involucra. Justamente, si a la suerte se le agrega la inteligencia, el resultado puede ser asombrosamente positivo y perdurable. Pero si solo se la acompaña con la “viveza”, exclusivamente tendremos euforias breves, ocasionales y de poca monta. Tras casi diez años del ininterrumpido auge que disfruta América Latina, el populismo kirchnerista aprovechó esa coyuntura no para fortalecer las instituciones del Estado sino para engordarlas; edificar una clientela mendicante de votantes cautivos; atacar a la prensa libre; construir un aparato de auto propaganda mediática; condicionar y amedrentar jueces; aislarse del mundo; confiscar empresas y mientras las bondades del “capitalismo de amigos” enriquece a los amigotes y parientes del gobierno, las muchedumbres son hábilmente entretenidas con una festiva agenda de feriados turísticos, eventos “culturales” de rock and roll, subsidios anestésicos y kilométricas emisiones de “fútbol para todos”. Son conocidas las biografías de futbolistas o boxeadores que, sin tener la preparación intelectual o psicológica previa, se encontraron repentinamente ganando fortunas y tras pasar por una agitada vida de fiestas, dispendios y drogas, estos terminaron su jolgorio arruinados material y espiritualmente. Es verdad que la Argentina técnicamente no está en ruinas, porque las entradas de dinero acontecidas con motivo de las retenciones a las exportaciones, ha sido más veloz que la capacidad gubernamental para despilfarrar o robar, pero las secuelas concretas y el costo de estos desmanejos crematísticos ya se tornan abiertamente inocultables. De la mano del barrabrava Guillermo Moreno se impuso durante estos años la política del premio y castigo, es decir, de la zanahoria y el garrotazo. Pero ocurre que al agotarse las zanahorias, hoy solo queda repartir palos. Es por eso que el tercer mandato del kirchnerismo comenzó recortando y vacilando en torno a los subsidios, impuso un férreo control de cambios, pisoteó la Carta Orgánica del Banco Central (que legalizó el financiamiento al Tesoro con reservas y emisión y formalizó el impuesto inflacionario), endureció el control de la importación y como emblema de esta dictadura económica se llevó a cabo la sonora confiscación de YPF para disfrute de “La Cámpora” y sus vividores asociados. Estas recientes medidas no son más que la decisión regiminosa de prolongar la vida útil de un antiestético “programa económico” que prácticamente ya dio todo de sí. La “viveza” del kirchnerismo le permitió a sus clientes en el corto plazo disfrutar de las conocidas pasiones peronistas consistentes en burlarse del mundo, aplastar la institucionalidad y combatir el capital ajeno mientras lo acumulan ilegítimamente los alcahuetes del poder. En cambio, en el largo plazo y tras gozar de una coyuntura internacional extraordinariamente favorable, los resultados al 2012 son estos: El riesgo país de Argentina se fue por las nubes y hoy es superior al de Venezuela (1152 puntos básicos). La inflación (que oscila entre el 25 y el 30% anual) es la más alta del mundo. Estamos ubicados en el vergonzoso lugar número 100 en el ranking mundial de corrupción (compartiendo el puesto con Burkina Faso, Yibuti y Gabón). En calidad institucional, sobre 194 países ocupamos el puesto número 125. Salvo aldeas tribales como Angola o Irán, casi nadie de la comunidad internacional toma en serio a la Argentina, tanto es así que conforme la CEPAL, recibimos mucho menos inversión externa directa no ya que las grandes potencias del primer mundo sino que Brasil, Chile, México, Colombia y Perú. Pero las citadas medidas del gobierno y el humor social parecieran indicar que estamos asistiendo a un punto de inflexión de esta jarana con dinero ajeno. Luego, el kirchnerismo ha incurrido en una suerte de mecanismo político sustentado en el manejo bipolar de los tiempos: mientras ambiciona ser un proyecto político con afán de perdurar en el largo plazo, llevó adelante siempre políticas de corto plazo para obtener disfrutes fronterizos y resultados instantáneos. No con políticas de Estado sino con manotazos mensuales, el régimen surfeó la ola de la bonanza y así fue ganando elección tras elección. Pero el problema que tiene el socialismo es que en algún momento se acaba la plata de los demás, y un populismo sin dinero termina convirtiéndose en un populismo impopular. Y si el populismo se vuelve impopular, no sólo ya le faltará dinero sino votos, y ello conspirará contra el proyecto vitalicio del clan familiar que escamotea el poder estatal. A veces, la praxis poco recomendable del cortoplacismo también termina perjudicando las ambiciones vitalicias de sus mismos artífices y cultores.

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