La gente INTELIGENTE habla de IDEAS, La gente MEDIOCRE habla de COSAS, La gente IGNORANTE habla de la GENTE

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domingo, 6 de mayo de 2012

SOBREVIVIR

Pensar ayuda a encontrar alternativas. por EDGAR MAINHARD Tiempos confusos, de un lado y del otro, y más allá también. De lo contrario no habría peligro de hegemonía. Semejante desarreglo -una afrenta a la democracia representativa-, ni siquiera sería una posibilidad. Por lo tanto, es menester intentar oxigenar las ideas. A veces, los libros resultan una búsqueda posible. El deber de los intelectuales es encender un faro en la tempestad... aunque también es una opción que ni siquiera ellos escapen al desacierto vigente. Veremos. 'Los Intelectuales y la Política en la Argentina - El Combate por las Ideas 1983-2012', por Héctor Pavón (652 pag., Editorial Debate), es la lectura N°1 abierta en esta búsqueda. Pavón es periodista. Interesante la experiencia de quien va desde Diario Popular a la revista Ñ, del diario Clarín. Sin embargo, en la lectura surge una discrepancia inocultable con Pavón en el fragmento 1 de su capítulo 1, titulado 'Debates en el Exilio'. "Hubo una génesis. O, mejor dicho, un origen donde el pensamiento con nombres y apellidos se preparaba para entrar en escena mientras los militares todavía ostentaban el poder con el que, sangrienta y despiadadamente, seguían gobernando el país desde 1976. Mientras tanto, los consejeros, asesores, escribas, ideólogos, diseñadores de políticas, intelectuales, todos, habían desensillado esperando la claridad que tardó 7 años en llegar". La conclusión inicial sería que Pavón no conoció aquellos tiempos de los que escribe. Desde el inicio hasta casi el final, fue una dictadura cívico-militar. A los uniformados no les faltó la oferta de consejeros, asesores, escribas, ideólogos, diseñadores de políticas e intelectuales. Es posible discrepar con las ideas de ellos pero fueron pocos quienes se opusieron al golpe de Estado, y luego ocurrieron disputas ante la posibilidad de ocupar espacios no uniformados. Pavón tendría que consultar un poco más a sus compañeros más veteranos en Clarín. Todo depende de cuál es la definición de intelectual que tiene en mente Pavón. Luego, el error de suponer que intelectuales solo son los de la izquierda. Escribir que los intelectuales estaban en el destierro resulta un doble error: por un lado, ignorar la fortaleza del exilio interno, y luego, suponer que los intelectuales se toman vacaciones. Muchos intelectuales no esperaron a que cesara la dictadura para expresar sus elucubraciones. Por ejemplo, la revista El Expreso Imaginario fue fundada en agosto de 1976, y fue una notable experiencia de pensamiento alternativo. La revista Humor Registrado comenzó a editarse en 1978. Y fue un oportuno canal de expresión, tal como también lo representó Teatro Abierto, en 1981. Otro caso: la revista Mutantia, también en el arranque de los años '80 fue otro desafío que Pavón debería valorar. Desde otro ámbito, la revista católica Criterio, notable tanto durante la dirección de Jorge M. Mejía como de Rafael Braun. Y ocurrieron otras experiencias culturales, tan valerosas como notables. Más adelante, Pavón elucubra sobre la cultura en los años '80, citando el caso de la revista Unidos, pero el autor obvió la gran contradicción utilitaria de Carlos Alberto Álvarez: aceptar ser elegido diputado nacional en la boleta que proponía el binomio de Carlos Menem y Eduardo Duhalde, con quienes discrepaba... En la revista Unidos N° 20, de abril de 1989, cuando Álvarez le cede la dirección a Mario Wainfeld, él anticipó las discrepancias pero igual decidió participar, apelando a legitimar la indisciplina partidaria: "(...) El peronismo parece destinado a encontrarse con la historia argentina en coyunturas decisivas y nunca lo ha hecho en las mejores condiciones. Por eso es fundamental y decisivo el grado de responsabilidad de su dirigencia, las convicciones y la audacia de quienes tienen las mayores atribuciones de poder y también nuestro compromiso de confrontar y oponernos si se renuncia a gobernar de acuerdo a las expectativas populares." Mejor cesar la lectura de Pavón. Aquel 1930 ¿Qué tal abordar otro texto con ambición de biblioteca? Por ejemplo, 'Historia Económica de la Argentina en el siglo XX', de Claudio Belini y Juan Carlos Korol (342 pag., de Siglo XXI Editores). Belini es Doctor en Historia y Korol es profesor titular de Historia Latinoamericana en la Universidad de Buenos Aires, y mantienen una expectativa optimisma hacia el ciclo macroeconómico vigente. Un párrafo: "La grave recesión económica iniciada en 1998 condujo, a finales de 2002, hacia el derrumbe de la convertibilidad. En enero de 2002, la devaluación de la moneda, el corte del flujo de créditos externos e internos, y el quiebre de la cadena de pagos, empujaon a una nueva y más profunda recesión". Sin embargo, en 1999, al asumir Fernando De la Rúa y el mencionado Álvarez, la Presidencia de la Nación y vicepresidencia, había indicadores de inicio de salida de la larga recesión. Pero los gobernadores peronistas presionaron al flamante Ejecutivo Nacional, que había manifestado su intención en alcanzar el 'investment grade' en 6 meses, y obtuvieron un incremento de la presión impositiva que no solo detuvo la salida de la recesión sino que alteró el objetivo de apuntar al 'investment grade'. Así, el gasto público en un volumen superior al que la sociedad acepta financiar exigiría un profundo análisis porque pareciera existir una discrepancia crónica entre gobernantes y gobernados que equivale a una ruptura del contrato social. En cuanto a la convertibilidad, exigía superávit fiscal primario permanente, y la economía argentina ya lo había perdido en 1993, y por ello decide cancelar una operatoria con el Fondo Monetario Internacional de desembolsos sujetos a auditoría, para que no se verificara el incumplimiento. Desde entonces el sobregasto público fue erosionando la convertibilidad, en especial porque Carlos Menem ocultaba su debilidad concediendo dinero a los gobernadores para que le permitieran administrar, en especial cuando quedó sin horizonte de re-reelección, luego de 1995. Pero en 1999 De la Rúa recién llegaba, con un considerable respaldo popular y no tenía motivo para hacerse cargo del rescate gratuito de las finanzas provinciales. Habría que indagar en lo siguiente: el 'Proceso de Reorganización Nacional' inició su caída cuando incumplió el objetivo de convergencia de la inflación y la tasa de devaluación, como consecuencia del sobregasto público de 1978/1979 (Mundial de Fútbol + rearme para la no concretada guerra con Chile); Raúl Alfonsín dinamitó el Plan Austral porque no concretó reformas estructuales en el abultado gasto público; Menem y De la Rúa también cayeron en la trampoa; y Cristina Fernández se encuentra repitiendo el error más tradicional. La auténtica ruptura con el pasado sería regresar y consolidar una administración con gasto público sin excesos. ¿Qué les sucede a los gobernantes, que comprometen un gasto superior al que los contribuyentes aceptan pagar? En esa discrepancia hay un dato para la pesquisa de los motivos de las inestabilidades profundas en la convivencia de los argentinos. Sobregasto público y desequilibrios en la paridad cambiaria, que acumulan deterioro en los términos del intercambio, han resultado el gatillo de situaciones políticas traumáticas, desde 1949 a la fecha. Volviendo a Claudio Belini y Juan Carlos Korol, afirman: "Si bien es claro que los conflictos intersectoriales se acentuaron una vez que la economía mostró menor dinamismo (tal como ocurrió durante la década de 1950) o bien cuando entró en un estancamiento prolongado (a partir de 1975 y hasta la década de 1990), resulta pertinente interrogarse sobre la compleja relación entre el desarrollo 'fallido' de la Argentina y la inestabilidad de sus instituciones políticas". Muy interesante el concepto, aún cuando vale la pena aclarar que para ellos la debilidad de las instituciones no es una consecuencia de la ruptura de 1930 sino que se llega a esa situación porque "la debilidad de las instituciones -no sólo las políticas- constituyó una de las herencias más negativas del período de crecimiento agroexportador". La inestabilidad En 'La Argentina Inconclusa', de Juan Archibaldo Lanús (720 pag., Editorial El Ateneo), se intenta profundizar precisamente en esa cuestión que, en breve y como consecuencia de las crisis financieras provinciales y municipales, puede poner a prueba otra vez al Estado argentino: "Creemos que el factor principal que ha producido lo que llamaría la 'traba' al desarrollo de la Argentina es que no ha podido instalarse un orden político estable y equilibrado. Deberíamos preguntar por qué en otros países americanos esto se ha logrado. Una respuesta posible es que la Argentina carece de un orden político estable y equilibrado que permita adoptar decisiones colectivas legítimas, según procedimientos preestablecidos que respeten el propósito de promover el bien común. Las tres instituciones básicas -el Estado, las reglas fundamentales del Derecho y el Gobierno responsable ante el pueblo, condición necesaria de una democracia política- no han podido todavía consolidarse. Esta situación tiene profundas raíces en la historia. Tardamos medio siglo -luego de largas guerras civiles y conflictos- en aceptar la vigencia de una Constitución para todas las provincias. Apenas comenzamos el período de la Organización Nacional apareció la práctica del fraude que puso en duda la legitimidad de los Gobiernos. Si bien la reforma de 1912, permitió la limpieza del sufragio electoral que inaugura por primera vez la vigencia de la democracia, el Estado de Derecho cae en manos de un golpe militar y, por distintas razones, a partir de ese momento los períodos en que se logra respetar un orden legal son interrumpidos por gobiernos de facto que quebraron el régimen constitucional". Vale la pena recordar que el actual gobierno del Frente para la Victoria es hijo de la más reciente ruptura institucional, la de 2001, en parte provocada por quienes luego se hicieron cargo del gobierno. Lanús, quien fue diplomático de carrera y así conoció otras organizaciones sociales, inclusive llega a proponer un decálogo de premisas para comenzar a restablecer el orden político y recuperar la democracia, situación que, es posible agregar, permitiría desestimar el intento de discurso hegemónico. Una de sus premisas es muy apropiada para la coyuntura: "No podrá haber Estado de Derecho si continúa la práctica de dictar, permanentemente, un Derecho de Excepción. La Argentina vive en una inestabilidad jurídica -al borde del precipicio- por la continua modificación de normas y la práctica de invocar hechos excepcionales para justificar un Derecho de Emergencia". Hay mucho por corregir en la organización institucional argentina. Por ejemplo, Lanús aporta: "Una de las cuestiones que desequilibra el funcionamiento del sistema de representación política en la Argentina, es la sobrerrepresentación que se otorga a las provincias con poca población y modesto producto bruto. El primitivo Pacto Federal era que cada provincia tenía un peso igual en el Senado y que los diputados eran elegidos segun la población. Pero ello se distorsionó en paulatinas reformas. La Constitución de 1949 establecía un representante por cada 100.000 habitantes o fracción que no baje de 50.000 (ajustables por el censo) y fijaba un mínimo de dos diputados por distrito; la Ley 19.862 de 1972 aumentó el piso a cuatro diputados y, en 1983, la Ley 22.847 lo aumentó a cinco. Eduardo Gibson y Ernesto Calvo dicen que "el sistema federal argentino sobrerrepresenta a las provincias más pobres y despobladas más que cualquier sistema federal en el mundo"." Si la provincia de Buenos Aires, con más de 12 millones de habitantes, tiene 70 diputados, el mismo número de representantes que 12 provincias que tienen en conjunto apenas 5 millones de habitantes (Catamarca, Chaco, Corientes, Formosa, Jujuy, La Pampa, La Rioja, Misiones, Neuquén, Río Negro, Salta y San Juan), ¿por qué no dividir el territorio bonaerense y, en todo caso, así lograr una distribución menos inequitativa, origen de muchos desencuentros? Hay un párrafo final muy interesante: "La política se ha transformado en un movimiento de faccions ue responden a personas mediáticas, poco proclives a expresar propuestas concretas sobre la vida del país. ¡Qué lejos estamos de aquellos recios debates de la época del presidente (Nicolás) Avellaneda, cuando se discutía en el Congreso sobre el librecambismo y el proteccionismo, y los interlocutores eran Vicente Fidel López, Norberto de la Riestra y Carlos Pellegrini!". El maldito círculo Esa nostalgia por la calidad legislativa perdida -en la democracia presente es lastimosa la mediocridad de la mayoría de los ocupantes de algun escaño- introduce el último texto analizado, 'Nacionalismo y Liberalismo Económicos en Argentina 1860-1880', de José Carlos Chiaramonte (176 pag., Edhasa). Es un texto clásico desde su 1ra. edición en 1971. Director del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani y profesor de Filosofía en la Universidad del Litoral, Chiaramonte decidió reeditar su obra en 2012. El ensayo es oportuno para el debate presente sobre proteccionismo e industrialización. En especial para intentar comprender porqué perdió la provincia de Corrientes, en la 1ra. mitad del siglo 19, que reclamaba protección ante el liberalismo económico de la Buenos Aires de Juan Manuel de Rosas, cuyo nacionalismo nunca llegó a lo productivo, y porqué perdió más tarde la propuesta industrialista de Vicente Fidel López, quien apuntaba a promover lo que hoy día se llamaría una 'burguesía nacional'. El notable texto de Chiaramonte logró fama cuando el general Juan Enrique Guglialmelli, director de la Escuela Superior de Guerra, del Centro de Altos Estudios, y de la revista Estrategia, lo leyó en 1971, mientras se encontraba detenido por una sanción disciplinaria a causa de, precisamente, sus ideas político-económicas. Chiaramonte, con todo, advierte que Guglialmelli hizo una lectura sesgada o incompleta porque el texto da cuenta de la derrota del proyecto proteccionista, y se lo explica de forma sencilla, apelando a una sencilla reflexión de Estanislao Zeballos: no había posibilidad de industrialización si el capital invertido en hacienda rendía entre 25% y 50% anual, y el capital aplicado a una fábrica de sombreros -por mencionar un accesorio indispensable de la época- ofrecía 10% de rentabilidad. No resolver la ecuación, de forma práctica y razonable, resulta dramático en la historia argentina. Eduardo Miguez, en el prólogo a la reedición, también regresa a 1930 como el punto de ruptura, porque -y él cita a Alejandro Bunge- explotan las dudas sobre el crecimiento económico exitoso de 1870, y sus bases, incubándose una impronta antiimperialista que tiñe desde entonces buena parte del pensamiento político-económico argentino, y latinoamericano, de derecha a izquierda. Pero las dudas nunca se convirtieron en un flexible modelo alternativo compatible con el carácter verdadero de la economía argentina (que es dependiente porque sigue teniendo una matriz agroexportadora más allá de Guillermo Moreno). Cristina es una consecuencia de ese interminable debate y no su originadora. Sucede que en la Argentina los temas no se resuelven sino que permanecen en el tiempo, durante décadas, mutando en algunas de sus formas, y sin advertir que esa indefinición es germen de inestabilidad. Podría especularse que falla la fórmula de resolución de conflictos de la clase dirigente argentina, y que prevalecen conductas intelectualmente autoritarias, que son expresiones de inmadurez. Precisamente Chiaramonte recupera aquellos debates parlamentarios de la década de 1870, que valen la pena profundizar para intentar encontrar una salida a las trampas de la coyuntura. La primera conclusión que arroja la lectura es acerca del derrumbe en la calidad de las ideas expresadas por los dirigentes parlamentarios, manifestación de una mediocridad intolerable para el siglo 21. Queda por hacer una propuesta: que la Academia Nacional de Periodismo justifique su existencia poniendo al alcance de una consulta digital un gran capítulo de aquel debate nacional, que ocurrió a través de los diarios de la época: El Nacional, La Libertad, El Industrial, La Pampa y los aún vigentes La Nación y La Prensa. No hay cómo escapar del laberinto del círculo vicioso si no se conoce la historia que llevó a este presente.

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