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miércoles, 4 de julio de 2012

LA FALSA

Mercosur: de proyecto estratégico a “barrita” de amigos Por Ricardo Lafferriere -“Hablaremos con Dilma y Pepe para decidir qué hacemos con Paraguay”. La frase de la presidenta argentina no sólo expresa su irrefrenable vocación intervencionista en temas internos ajenos, cuando le molestan. Su meta-mensaje, tras un impostado -y falso- tono de camaradería, es que la alianza regional se ha ido convirtiendo en una barrita de amigos de barrio que circunstancialmente presiden sus países, confundiendo sus papeles institucionales, legitimados y limitados por leyes y tratados, en una propiedad particular. “Dilma” y “Pepe”, presidentes de Brasil y Uruguay, recreando una novedosa Triple Alianza -junto a Cristina Fernández- decidieron que la República del Paraguay ha dados pasos antidemocráticos, y merecía ser suspendido del bloque regional. Lo hicieron sin dar al Paraguay el derecho de defensa que reclamaban para su amigo que fuera destituido legalmente, no por un voto sino por la mayoría abrumadora de ambas Cámaras del Congreso de la República del Paraguay (76 a 1 en Diputados, y 39 a 4 en el Senado, respectivamente). La medida de la “suspensión”, bueno es recordarlo, no puede aplicarse sin poner en marcha un procedimiento previo que incluye consultas con el país afectado -art. 4 del Protocolo de Ushuaia-, lo que no se realizó. No es una facultad discrecional de los presidentes, quienes si algún cambio desean realizar en las normas constitutivas del bloque deben impulsarlo en la forma establecida por sus respectivas Constituciones, modificando el tratado constitutivo y sometiendo las reformas a la consideración de sus Congresos. No lo hicieron. No sólo eso: en otra abusiva decisión fuera de sus facultades, decidieron la “incorporación plena” de un nuevo miembro, como un obsequio póstumo a otro amigo de los tres, el presidente Chávez. Este nuevo miembro, para ser legítimamente tal, debiera contar con la aquiescencia de los presidentes y Congresos de todos los demás. Aún suspendido, el Paraguay no ha dado su conformidad. Aún en esta original condición seudojurídica, su membrecía es plena y su acuerdo no puede ser obviado. Siempre es agradable recibir en un club de amigos de la región a un país hermano, como Venezuela, al que nos unen tantas historias y futuro. Lo que no es tan agradable es hacerlo entrar por la ventana, con una trampa a otro vecino –y a las normas que rigen nuestra convivencia-, sin advertir que lo que puede resultar positivo para negocios de corto alcance y oscuros fines pone una bomba de desconfianza y destrucción en lo que alguna vez fue un proyecto compartido y que ha sido convertido, por la desconsiderada acción de los presidentes actuales, en una barrita de barrio. Si observamos la denunciada y condenada acción del canciller venezolano Nicolás Maduro llamando a las Fuerzas Armadas del Paraguay a realizar un golpe de Estado –lo que generó el repudio generalizado en el vecino país- la improvisación del grupo regional al tomar ambas decisiones –suspender al Paraguay e ingresar a Venezuela violando sus propias normas- muestra la dimensión del dislate. Porque también es bueno recordar que el proyecto de “mercado común” caracterizado por la “libre circulación de personas, mercancías y capitales”, que fuera diseñado con la intención de construir en la región un espacio similar a la Unión Europea, ha quedado en el olvido, tras los caprichos de la presidenta argentina, la vergonzosa ceguera política de nuestros gobiernos, la picardía de Brasil -que muestra que la “primera A” del mundo le queda grande-, y la impotencia de Mujica, condenado a seguir a la murga a donde vaya. Las “personas” requieren para salir de la Argentina –al igual que capitales y mercancías- la autorización discrecional de funcionarios sin responsabilidad política, que decidirán si pueden cambiar sus pesos por divisas, o sea si podrán subsistir fuera del país. Las “mercancías” están sometidas a otras caprichosas decisiones de otros funcionarios, inimputables e incontrolables, que siguen incrementando las “licencias no automáticas” y convirtiendo al comercio exterior en su espacio privado de negocios y comisiones. Y los “capitales” deben, para pasar de un país a otro de región, atravesar tantas “aduanas” y “peajes” que se disuelven en el camino. Cualquiera que haya transitado por Europa sin mostrar el pasaporte nada más que al entrar y salir del bloque, puede comparar con los controles que debe realizar para atravesar la frontera de cualquiera de los países mercosureños. Ni hablar si va en automóvil. A esta altura, la situación paraguaya está más cerca de ser un premio que un castigo. Han logrado liberarse de la tutela de impiadosos “socios” a los que los unía cada vez menos “afectiosocietatis”. Podrán entenderse directamente con los distintos países y espacios comerciales del mundo. Y han conseguido escaparse de la mesa de café en que se ha convertido el Mercosur sin pagar precio político alguno por hacerlo, nada más que recibiendo la grosera maniobra de “Dilma”, “Pepe” y “Cristina” para incorporar a su amigo de correrías, sin hacerle demasiado caso.

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