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domingo, 8 de noviembre de 2015

EL MITO

El mito de la ingobernabilidad Guillermo Lascano Quintana Abogado. El “mito” es una “historia imaginaria que altera las verdaderas cualidades de una persona o de una cosa y les da más valor del que tienen en realidad”. Con el cuento (ahora le dicen “relato”) de que sin los peronistas no se puede gobernar, desde siempre -pero con intensidad creciente cuando ese conjunto de personas con ideas difusas y cambiantes está por perder primacía- se intenta asustar a la población y condicionar a sus contendientes. Ahora que los modernos peronistas (kirchneristas) saben que van a perder en el balotaje, además de la propaganda oficial en contra de la alianza Cambiemos y de su candidato Mauricio Macri, con todo tipo de infundios, mentiras, tergiversaciones y amenazas sobre las calamidades que generará el nuevo gobierno, comienzan a sembrar, otra vez, el mito de la ingobernabilidad. Nada podrá hacer el nuevo gobierno, dicen o insinúan, porque el “peronismo” y sus cambiantes adláteres, son imprescindibles, controlan “la calle”, “el territorio”, las intendencias, los sindicatos, y cuanto otro “cuco” existe o se invente. Sin ellos no se puede gobernar, afirman abiertamente o en corrillos que tratan de expandir entre empresarios, trabajadores, estudiantes, amas de casa. Señalando, según el caso, que calamidades van a ocurrir si el nuevo gobierno pone en práctica sus planes, aún sin saber cuáles son. La Argentina, sostienen muchos –incluso algunos intelectuales- no puede ser gobernada sin el concurso de ese magma humano, cambiante como un camaleón, con declamadas “conquistas sociales” y supuestos “controles territoriales”. Esto es un mito o mas sencillamente dicho una mentira. En primer lugar cuando gobernaron o cogobernaron los peronistas, en cualquiera de sus variantes (Perón, Cámpora, Isabel Martínez, Frepaso, Menem y los Kirchner) siempre encontraron subterfugios, explicaciones o justificaciones para mudar de políticas, de doctrinas y de hombres, según lo aconsejaran las circunstancias. De modo tal que no puede decirse que tengan una conducta invariable a favor de tal o cual objetivo (con la excepción de su permanente apetencia por el “poder político” y el económico ligado). Esta mudanza, con límites éticos que, en general, no tienen los peronistas, no es necesariamente deletérea. Las circunstancias pueden indicar cambios necesarios para facilitar el cumplimiento del objetivo de promover el bienestar general o el desarrollo y crecimiento. Y precisamente, en este último punto, los peronistas se han caracterizado por acomodarse de un modo notable a los cambios de paradigmas, de conductas y de políticas. No estoy haciendo un juicio moral sobre esa actitud relativista, estoy señalando la realidad de un movimiento que comenzó siendo fascista y militarista, mudó al populismo totalitario, continuó con el socialismo revolucionario, cambió al liberalismo mercantilista, transó con los poderes occidentales predominantes, intentó hacerse republicano y culminó con una lamentable mezcla de todas esas características a la que sumó una indecencia delictual sin parangón. Por supuesto que hay quienes abrazan la doctrina justicialista que son personas honorables y decentes y tienen todo el derecho de expresar sus ideas libremente y está bien que así sea, pues es lo que facilita el diálogo. Ese diálogo que los gobernantes en retirada nunca abordaron con sus adversarios. Y que ellos, en el gobierno, honrarán, como lo han demostrado en el gobierno de la ciudad de Buenos Aires. La amenaza de la ingobernabilidad es uno más de los ardides propagandísticos de quiénes saben que su ciclo ha terminado.

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