EVIDENCIA INQUIETANTE
Al respecto de las elecciones del 28 de octubre y en relación con el grado de dispersión que la ciudadanía demostró para expresarse, hemos recordado algunas reflexiones de Nietzche sobre la libertad, que quizá puedan ser útiles para tener en cuenta:
“La voluntad de querer libremente es una enfermedad que puede aniquilar al hombre: ¡y qué grado de enfermedad se manifiesta en las pruebas y extravagancias salvajes mediante las cuales el emancipado, el liberado, trata de probar su dominio sobre las cosas! Con insaciable avidez lanza flechas a su alrededor con una excitación peligrosa de su orgullo; desgarra lo que le atrae. Con sonrisa maliciosa revuelve todo cuanto velaba el pudor; trata de ver qué parecen las cosas cuando se las pone al revés. Por satisfacer un simple capricho, se muestra benevolente con todo lo que hasta ese momento estaba mal considerado, y merodea, curioso y tentado, en torno al fruto más prohibido.”
¿No describen quizá estos pensamientos las razones subyacentes del increíble fraccionamiento de nuestra oposición al momento de expresarnos contra la fórmula gobernante?
¿No estaremos acostumbrándonos peligrosamente a pulverizar todo intento de unirnos detrás de ideas y programas comunes?
¿No esconderá ésto implícitamente la esencia de hacer prevalecer nuestros propios intereses personales, olvidando que el mundo es siempre “una mezcla tolerable de bienes y de males” como decía Voltaire?
El resultado de este comportamiento parece haber quedado expuesto a la vista descarnadamente.
Lo que inquieta sobremanera es que no advirtamos que se trata de una conducta que comienza a perfilarse como una enfermedad que motoriza una continuidad de fracasos que se repiten con peligrosa frecuencia, mientras insistimos en no reconocerlos por su evidencia.
¿Qué queda del “contenido” de las creencias cuando se lo separa de la “estructura” necesaria para contener auténticas convicciones respecto del bien común?
Se dice que el mayor progreso que han logrado los hombres en la era moderna consiste en haber aprendido a razonar “correctamente”. Sin embargo, Schopenauer nos señalaba que esa capacidad de razonar no siempre nos vuelve capaces de “juzgar” como consecuencia de nuestro razonamiento. Y esto termina lastimando muchas veces la calidad de nuestros pensamientos.
Que sea esto lo que puede estar ocurriendo, nos pone a las puertas de un caos conceptual que terminará destrozando todas las posibles normas de convivencia comunitaria. En efecto, no encontramos límites que contengan nuestro peculiar sentido de la libertad de elegir, y nos inclinamos a aceptar solamente lo que puede dar el día, en lo que podríamos definir como una filosofía “de la mañana”... que a la tarde habrá perdido vigencia.
Nuestra vida política es una expresión palpable de estas características , y parece que nos está costando mucho reconocer con humildad las verdaderas razones por las cuales la mitad de la sociedad apoyó la continuidad de un proceso sumamente vicioso y fraudulento, y la otra mitad disolvió sus pretensiones de cambio en la dispersión de variantes que no lograron representar la unidad de un pensamiento común.
Es tarde para volver atrás, y de nada sirve hacer microscopía sobre la composición específica de las distintas variables. Lo que importa es advertir que por este camino vamos dejando el campo orégano para que se consolide el poder de un “movimiento” que posiblemente se perpetúe en el tiempo, al estilo del PRI mexicano.
De allí a la democracia totalitaria, hay un solo paso. Venezuela es un buen ejemplo al respecto.
De nosotros depende afirmar nuestra voluntad, -con obstinación e inevitables sacrificios-, para producir alternativas compartidas con generosidad; recordando la frase de Voltaire en cuanto a que debe abandonarse la vana pretensión de que todas ellas delimiten como condición excluyente a réprobos de elegidos.
Todos tenemos un pasado personal. El país también lo tiene. Es con él, con sus protagonistas, malos y buenos, -que somos finalmente nosotros mismos-, que podemos aspirar a un futuro de prosperidad verdadera y sustentable.
De no ser así, se repetirán ad infinitum los mismos escenarios ya vividos que decimos repudiar.
CARLOS BERRO MADERO
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