EL 25 %
El 25 % que los vota
por María Zaldívar
Se hace difícil explicar la popularidad del kirchnerismo a siete años de su desembarco porque tiene una conducta celular, endogámica y desconfiada. Nadie como Néstor Kirchner ha dominado el tablero de la escena nacional con la colaboración de tan pocos peones y menos alfiles. Es autoritario, desleal, cínico, arbitrario maltratador y así todo consigue altísimos niveles de fidelidad y acatamiento. O tal vez por eso los obtiene. La sociología más que la ciencia política debería interesarse en semejante fenómeno.
La propuesta política que esgrime no difiere de cualquiera de los adefesios ofrecidos por los peronismos anteriores y sucesivos aunque sus modos están notablemente devaluados porque, hasta ahora, ellos habían reservado el destrato para los opositores pero Kirchner lo aplica aún a los propios.
Si no colectan por las formas ni por el fondo ¿Qué los hace tan populares que han ganado dos elecciones y ya se tema no lograr vencerlos en la próxima? Debe haber algo que ellos y sólo ellos están ofreciendo al electorado. La gente está viendo algo que los analistas pasamos por alto. Hay que descubrir qué ingrediente consigue la convergencia de sindicalistas y empresarios a su alrededor; de juventud, ex guerrilleros y nueva militancia, clases bajas y acomodadas, ocupados y piqueteros, instruidos y analfabetos.
Porque el reparto de miles de planes de vagancia no explica por sí sólo los millones de voluntades que constituyen el piso de votos kirchneristas. Cierto es que el ojo con el que eligen a sus beneficiados es de una precisión comparable a la pinza con la que extirpan las complicaciones pero aún así no alcanza. Soborno cantante y sonante para los que no quieren trabajar; privilegios para el empresariado adicto y sumiso; prebendas para los popes sindicales; viajes y otras vituayas para los legisladores complacientes; impunidad, negocios, nombramientos y cargos para los amigos; cobertura para los jueces comprensivos sazonada con una suerte de escozor es una buena fórmula de acatamiento pero sigue sin alcanzar. Veinticinco por ciento del electorado es mucho. Hay que identificar el otro componente, el que macera y funde los ingredientes pero-kirchneristas descriptos que siempre han dado tan buen resultado para quebrar las dignidades humanas y las miltancias políticas. El otro ingrediente que atraviesa a todos los grupos mencionados y a esa porción de la sociedad que, aún no incluida en la variedad beneficiados que el regimen volantea, simpatiza con él.
Desde esta columna habremos de proponer una hipotesis. Hay una pasión nacional, inmanejable como toda pasión, que nos hace los más antinorteamericanos de América Latina: el resentimiento. El resentimiento nos impide disfrutar del éxito de los demás y nos impulsa a festejar los problemas ajenos con más bríos que sus logros: nos alegran los contratiempos en los que está envuelta la gestión de Mauricio Macri, los conflictos que atraviesa el Grupo Clarín, la crisis del Acuerdo Cívico y Social, la bronca de los periodistas frente a la nueva ley de medios, el manotazo a las cajas de jubilaciones privadas o los papelones del canciller "Twiterman". El resentimiento. Los que festejan los reveses de los banqueros por ricos, la embestida a Clarín por poderosos, el enfrentamiento de Carrió con sus socios por complicada, el revés del periodismo por petulante, el despido de Redrado por rubio, la persecución a los militares por autoritarios o el despojo a las administradoras de los fondos de pensión por envidia, etcétera, etcétera han encontrado en el kirchnerismo un aliado. El les permite como nadie exponer sin prurito una variada paleta de sentimientos bajos tan humanos como deplorables, esos que la civilización intenta moderar con educación en pos de mejorar la calidad de vida del conjunto.
La exhaltación de la mezquindad hace juego con el estilo presidencial, potencia sus peores instintos, lo energiza y acompaña un proceso de deterioro social que cala, a veces sin vuelta.
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