POR PENALES
LA POLITICA, POR PENALES
La Corte Suprema va de arquero
Los principales frentes de batalla abiertos por el Gobierno deberán ser
resueltos por el Máximo Tribunal. La guerra con Clarín y los nuevos leales.
por Alfredo Leuco
El barco que lleva al país hacia el puerto de las elecciones del año que viene entró en aguas tormentosas con pronóstico de vientos huracanados. Los Kirchner resolvieron acelerar los tiempos, huir hacia delante y tal como es su costumbre, apostar al todo o nada. No tienen otro remedio: están en el medio del río y no pueden volver atrás. Son conscientes de que disponen de un mínimo margen de maniobra para que la Corte Suprema resuelva a su favor varios de los conflictos con los que han intentado quebrarle el espinazo al Grupo Clarín. Por eso ni el matrimonio presidencial ni Aníbal Fernández cuidaron las formas para presionar con sus declaraciones al Máximo Tribunal. Le faltaron el respeto al dar por hecho que son dependientes del poder económico y exigirles que dejaran de serlo. A la Corte le espera un destino de arquero y son varios los penales que les van a ejecutar en el corto plazo.
La judicialización de la política es un embudo lleva al despacho de Ricardo Lorenzetti. Y no estamos hablando sólo de la Ley de Medios Audiovisuales y su artículo 141, que es su ADN porque obliga a los grupos dominantes a vender radios y canales. Más temprano que tarde, también deberán dar su veredicto en otras batallas de la misma guerra: Papel Prensa, Fibertel-Cablevisión y el vacío legal o no que puede generar la caída de las facultades delegadas por el Congreso al Poder Ejecutivo. El gran obstáculo para el Gobierno es que la Corte, respetada por su excelencia académica e independencia, tiene tiempos mucho más lentos que los que necesitan Néstor y Cristina. Pero, sobre todo, “los supremos” sienten dolores de úlcera cada vez que los obligan a resolver problemas que no son de estricta raíz legal y suenan a persecuciones políticas. En la Corte desprecian ser convertidos en una suerte de cuerpo de bomberos para apagar los incendios producidos por los gobernantes.
La gran pregunta es: ¿logrará el oficialismo desarticular a los grandes medios y conformar su propio monopolio de comunicación para-estatal en forma exitosa? ¿Decidirá en forma urgente la Corte sobre estos temas o los guardará en un cajón hasta que el pueblo resuelva en las urnas la continuidad o el fin del kirchnerismo?
De esas respuestas depende el rumbo inmediato del país. Todo lo demás es accesorio. Aún las derrotas parlamentarias parciales de los K (82% móvil, INDEC, glaciares) son escaramuzas para ganar tiempo, erosionar al rival, reagrupar fuerzas y en, algunos casos, puros fuegos artificiales que distraen la mirada estratégica que la oposición aún no encuentra.
Son pasos positivos, pero que no terminan de sacudir al oficialismo. La rigurosa denuncia de la UCR sobre el escandaloso manejo del Fútbol para Todos entra en ese contexto. También el cuestionamiento al doble discurso permanente de los Kirchner. En su momento, cuando las relaciones Gobierno-Clarín eran carnales y Héctor Magnetto cenaba en Olivos) la renovación de las licencias de televisión y la autorización para la fusión de Cablevisión y Multicanal eran “nacionales y populares” para los que bajaban línea oficialista. Eso le costó el cargo a Jose Sbatella. Hoy, la necesidad de supervivencia lleva a los K a sostener todo lo contrario sin que se les mueva un músculo. ¿Se vienen “Internet para todos” y el dominio “kkk.cristinaeslamejor.com.ar”?
El Gobierno mejoró su posición en las encuestas, pero para romper el techo y garantizar una victoria electoral necesita sumar nuevas figuras para reemplazar a las que se fueron. Le cuesta muchísimo. No puede exhibir éxitos rotundos porque la permanente generación de enemigos polariza tanto las cosas que el costo de adherir al Gobierno es muy grande. El asalto final sobre el poder para eternizarse es un arma de doble filo. Genera mística militante en sectores juveniles que se interesan por primera vez en la política, pero, como reacción, aleja a dirigentes experimentados que temen que ese infantilismo empuje a la derrota política de esta generación por cometer los mismos errores que llevaron a muchos de esos protagonistas a la derrota militar de los 70.
Espantados por el maltrato autoritario y el fin que justifica cualquier medio, muchos cuadros de diverso perfil ideológico pero igualmente eficientes como Roberto Lavagna, Alberto Fernández, Graciela Ocaña, Miguel Bonasso, Jorge Taiana, Victoria Donda, Jorge Ceballos, Sergio Acevedo, Alberto Iribarne, Jose Octavio Bordón, Jose Scioli, Felipe Solá, Gustavo Béliz dejaron a los Kirchner. Por eso hoy deben refugiarse en históricos compañeros muy desgastados ante la opinión publica, como Julio de Vido o Ricardo Echegaray. Y apelar a jóvenes casi sin trayectoria pero de absoluta fidelidad. Es el caso de la cuñada de Máximo Kirchner, ascendida a la dirección de la AFIP de Santa Cruz con la orden de custodiar que no prospere ninguna pesquisa por evasión o enriquecimiento de ningún pingüino.
Los intelectuales de Carta Abierta se lamentan de que el Gobierno no pueda recrear la transversalidad y quede como rehén del pejotismo, aunque reconocen con pragmatismo que semejante poder “no se le puede regalar al neoliberalismo restaurador” del Peronismo Federal. De todos modos, les va a costar mucho digerir que sus candidatos en los principales distritos sean Daniel Scioli ( Buenos Aires) y Amado Boudou (Capital), cuya matriz ideológica es precisamente la del neoliberalismo menemista. Ni Scioli ni Boudou fueron paridos por el matrimonio entre Franz Fanon y John William Cooke y mucho menos por el concubinato entre los movimientos populares y el neomarxismo. Sí puede encontrarse en esa usina, en el materialismo dialéctico e histórico, el concepto de agudizar las contradicciones como una forma de convertir cierto caos en el partero de lo nuevo. En un cambio de pantalla dirían los cyber militantes.
Esa novedad será alumbrada por las urnas. La soberanía ciudadana dirá si esta es la última fase de un kirchnerismo que se pertrecha para resistir desde la oposición o la consolidación de un proyecto que entrará en la tercera etapa de una continuidad sin antecedentes en la historia argentina.
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