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lunes, 15 de noviembre de 2010

AGUANTE LA BANELCO



por María Zaldívar

El reciente escándalo protagonizado por los diputados nacionales en ocasión del tratamiento del proyecto del presupuesto nacional y las denuncias sobre espesas irregularidades que germinaron alrededor es una foto vieja y es muy probable que termine en el mismo cajón que la anterior.

Que las efectividades conducentes, generalmente dinerarias, alienten el voto de nuestros honorables legisladores en uno u otro sentido no sorprende ni quita el sueño a ningún argentino.

Después de Juan Domingo Perón, acusado entre otros delitos de enriquecerse ilícitamente en el ejercicio de la función pública, la costumbre tuvo una inusitada aceptación y dejó de ser una excepción para pasar a ser la regla: es infinitamente más breve la lista de los funcionarios que no se van a sus casas inmensamente ricos.

La inmoralidad, que es como el agua, no inunda por sectores estancos y cuando el ser humano se hinca frente al dinero porque encuentra menos bochornoso ser deshonesto que ser pobre, las estafas se suceden en todos los planos.

Por ese camino que inauguró el peronismo como modus vivendi para la clase política argentina arribamos, incrédulos los espectadores, a mudanzas políticas insólitas, alianzas inimaginables, acuerdos y desacuerdos exóticos, traiciones varias y conductas aparentemente incomprensibles que únicamente una chequera de común denominador explica.

Sólo así fue posible el Pacto de Olivos, que reunió a adversarios acérrimos al amparo de una vergonzosa negociación de mezquinas ventajas. Carlos Menem y Raúl Alfonsín como referentes de sus respectivos partidos acordaron una reforma constitucional para otorgarse sendos beneficios partidarios. Modificar la mejor constitución de América en aras de sus propios espacios, en una sociedad sana, hubiese supuesto el cargo de traición a la patria para ambos. En la nuestra, sin embargo, significó una banca de senador para uno y una despedida de héroe nacional para el otro, tan multitudinaria como inmerecida.

Con Alfonsín enterramos los pormenores del otro acuerdo descarado que protagonizó en la década siguiente con otro peronista: Eduardo Duhalde y que implicó la abrupta interrupción del mandato de Fernando De la Rúa. Por eso que el hijo de Raúl Alfonsín, quien tiene a su favor tan sólo un mero parecido físico con su padre y nada más, sea depositario de tanta expectativa política marca un rumbo nacional de fracaso inexorable.

Así llegamos, sin sobresaltos, a admitir que los votos de nuestros representantes se compran y se venden. Por influencia de iletrados y tramposos está permitido creer que esos son males menores del sistema democrático y no su enfermedad terminal.

Cuando los vientos del hartazgo general empezaron a soplar Mauricio Macri pareció interpretarlos y, con el discurso y la receta de la “nueva política” capitalizó el segmento menos ideologizado y más hastiado del espectro. Con esas banderas pidió el voto para un numeroso grupo de desconocidos que bajo su tutela llegaron a funciones ejecutivas, legislativas y judiciales, unos auténticos “snob” en términos políticos. El electorado les creyó cuando dijeron que venían de otro lado a hacer otra cosa y en ellos depositó la confianza que les habían perdido a los otros por innegables y numerosos motivos.

Por eso ahora es aún más indignante que el macrismo, muy probablemente con Macri a la cabeza, haya negociado en el Congreso Nacional con lo peor del peronismo, como corolario a una larga lista de concesiones que le viene haciendo.

En el rejunte de ignotos que el PRO ha sentado en las bancas hay representantes del ala más izquierdista del alfonsinismo, peronistas de variado pelajes pero peronistas al fin, socialdemócratas, ex partidarios de Manrique y algún conservador sobreviviente de la extinción; en suma, un puñado de francotiradores que votan enfrentados y dispersos la mayoría de las veces porque no comparten ni ideología ni conducción partidaria. Un amorfo que dista mucho de la promesa de renovación de formas y de fondo que habían ofrecido.

La reciente colaboración con el kirchnerismo no sólo es una estafa a quienes lo siguieron de buena fe. A la deslealtad que practican se suma una ostentación de torpeza con la que vienen perdiendo espacio y adeptos.

Tal vez, lo dudo, el gobierno retribuya al PRO éste último favor y los anteriores liberando al Jefe de Gobierno del brete judicial en el que se encaminó del brazo de su debilidad por los amigos y los aficionados. Ojalá. Al menos así, la última movida antes de su defunción política final, no habrá sido en vano.

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