LA VIUDA
CRISTINA ELIGIÓ LA VIUDEZ
Por Gabriela Pousa
“Siento una gran responsabilidad,
que es la de hacer honor a su memoria
y continuar su gobierno que transformó y cambió el país.”
Cristina Fernández viuda de Kirchner
Así como José Gaspar Rodríguez de Francia, presidente paraguayo entre los años 1814 y 1840, autodenominado Supremo Dictador Perpetuo de la República de Paraguay, y excelentemente personificado por el escritor Augusto Roa Bastos en su obra “Yo, El Supremo”, se erige hoy, la figura de un Néstor Kirchner muerto.
Posiblemente el rasgo más característico entre ambos personajes sea la maniquea habilidad para eludir el diálogo y sumir a la sociedad en un sentimiento popular escindido entre un deseo cuasi reprimido de rebelión y un estoicismo perseverante al extremo. De este modo se sobrevive, en la Argentina de estos días, a su deceso.
Pareciera que una voz, su voz, sigue dictaminando el curso que debe seguir el gobierno aún cuando esas ficciones no pueden estirarse en demasía en un escenario de realidades ambiguas. Sin embargo, así como Roa Bastos eligió que Rodríguez de Francia continué mandando tras su muerte en tierras paraguayas, aquí – sin literatura que enriquezca el panorama y entretenga – es la mismísima Cristina Fernández quien ha optado por recrear esa voz, situándose consecuentemente en el rol de “viuda”.
Podrá decirse a su favor –si nos ceñimos a la cabal definición del término– que ese es, precisamente, el rol que ostenta por el simple hecho de haber perdido a su cónyuge, más allá de los cargos y circunstancias que rodean a los acontecimientos. Ahora bien, esa opción en este caso no es adoptada por purismo académico ni por la lógica de los sucesos. Hay una necesidad intrínseca de situarse en la viudez como un método o acto netamente político.
De ese modo, la Jefa de Estado asume sin asumir su cargo. Ha sido ella misma quien corroboró la consabida teoría de la presidencia en manos de Kirchner, reafirmando a la vez que su elección al frente del Ejecutivo se trató de una reelección encubierta, o no. En ese caso, develado el truco por el mismo mago, cabe preguntarse hasta qué punto aspirar a ser reelecta nuevamente no constituye otro avasallamiento a la Constitución.
Desde luego que ahondar en ello es hilar fino en un escenario donde la Carta Magna se ha vaciado y perdido su razón de ser y hacer. El papel de la viuda aleja sustancialmente a Cristina Fernández de la estadista que pretende o simula ser a través de las proclamas de sus allegados.
Los funerales de Estado llevados a cabo en la Casa de Gobierno han dejado claros signos de cuál es la concepción de mando. Los discursos posteriores al entierro ratificaron el rumbo de aquello que, siendo evidenciado a diario, se negaba rotundamente desde el ámbito del poder. Hasta el pasado 27 de octubre de 2010, el Primer Mandatario de los argentinos ha sido Néstor Kirchner. Cristina apenas ocupaba un espacio más como soldado de la causa K.
El papel de “socia” minoritaria en cuestiones de Estado era aceptado quizás sin demasiado beneplácito. Pero establecido de ese modo, su quehacer quedaba limitado a un puñado de asuntos de menor grado, y a un histrionismo exacerbado que, de no haber muerto Kirchner, el desgaste hubiese provocado que una reelección fuese un hecho impensado.
Hoy, el miedo que no es tonto, acompaña a los desorientados “líderes” de la oposición a quienes la muerte los desconcertó aún más que a las huestes del finado.
¿Qué mejor estrategia que sacar rédito al estado de shock? En este sentido, queda claro que Cristina Fernández dista considerablemente de ser Isabel Martínez de Perón. Si acaso en alguna instancia debiera ser títere, lo será pero sin que nadie note los hilos detrás. La simulación al poder, y el poder de continuar con un “modelo” donde la hegemonía no se disperse y la impunidad garantice, en el peor de los casos, una salida por la puerta del frente.
El rol de viuda es, sociológica y políticamente, el más adecuado en este ahora donde la bisagra marca el cambio, a pesar de ese “gatopardo” que anida en el seno de la administración desde un tiempo demasiado largo…
Si la mandataria hubiese aceptado la viudez como lo que realmente es, o sea un estado civil al que se accede por circunstancias diversas sin que importe el papel que se está desempeñando, le habría hablado a la ciudadanía como Presidente y no como mujer encargada de continuar la obra de quien parece que sin irse, se fue…
La viudez genera conmiseración, amplía el tiempo de tregua: pegarle a una viuda no es una conducta aceptada por la sociedad civilizada. Subirse al pedestal a confrontar con Kirchner era una cosa, hacerlo para cuestionar a la sufriente mujer es complejo, y puede jugar en contra a la vez.
Cristina Fernández eligió entonces tener el poder sin las responsabilidades del poder, continuando con la delegación implícita del mismo, pero actuando en los casos en que esa “herencia” autoproclamada le pueda generar alguna suerte de desborde. Esto es fácil de prever, antes o después, por el sólo hecho de que el kirchnerismo puede ser un anatema, pero el peronismo no lo es.
Las lealtades son efímeras, y los hombres de la Presidente son furtivos caballeros tratando de definir en manos de quién queda lo esencial para que ellos sigan estando, y rindan pleitesía o se conmuevan frente al dolor de la viudez. Hablando mal y pronto, lo que hoy hace que permanezca inmóvil el grueso del plantel que parece seguir dirigiendo el Supremo nacionalizado, es el tesoro mejor guardado.
A ese juego están llamados: el objetivo consiste en descubrir quién o quiénes son los “herederos” de la libreta de almacenero que manejaba a diario el ex mandatario.
Allí se centra el leitmotiv de la permanencia a los pies de la reina. Pero simultáneamente también en ese dato, que parece canallesco y desvariado, radica el futuro de los argentinos. Y es que en ese “cuaderno” están anotados el “debe” y el “haber” de un negocio que nunca debió ser.
La herencia de Kirchner es triste, sacarla a la luz es tarea del analista sin que por ello se falte el respeto a la muerte como algo inexorable, un paso que no redime aunque atenúe defectos y verdades. Mientras otras administraciones usaron al gobierno como telón de fondo para hacer negocios, Néstor Kirchner superó la apuesta e hizo del gobierno mismo un negocio o peor aún un negociado.
Cristina entendió raudamente que desarmarlo es utopía. Quedarían muertos en vida los soldados y ella misma, razón por la cual descartó el rol de estadista, y en contrapartida encaró la viudez como metodología para que la trama continúe si acaso surgiera alguien con “destreza” suficiente como para llevar las cuentas en la libreta como lo hacía hasta hace poco, el dueño del “almacén”.
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