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sábado, 8 de diciembre de 2007

TEOREMA

ESMERILAMIENTOS (III): Parar sobrevivir, Scioli debe hacerse el Scioli.
por Oberdán Rocamora
para JorgeAsisDigital

Tregua, para la paz de los agasajos sociales. Instancias patrióticas de emotivos juramentos, abrazos conmovedores. Festival de los auspiciosos augurios.
Entrañable amigo e inolvidable escritor, Oscar Barros, criminalmente desaparecido, podía definir como la “etapa del cuaderno nuevo”. Primeras páginas, con letra prolija.
Con la resignación de los manchones, que invariablemente van a aparecer.

En gran parte por responsabilidad de Kirchner, el sistema político-mediático no aguanta una semana sin conflicto movilizador. Con atinada base informativa, surge el litigio conjetural. Se impone, a partir de la crispación de la realidad, una sujeción extraña hacia el vaticinio.
La “glándula de la profecía”. Como suele definir Ignacio Zuleta, con su lucidez frontal.

Forasteros
Protagonistas excluyentes, Scioli y Macri, del conflicto conjetural.
Trátase de los dos potenciales forasteros de la política.
Los forasteros se proyectan, desde la incertidumbre de las próximas gestiones, para alcanzar la cima del palo enjabonado, en el 2011. O antes, para los fundamentalistas anónimos del pesimismo.
Por lo tanto el quirófano, entre tantas operaciones en marcha, es incontrolable.
Abundan, en desfile de camillas, las operaciones desatadas, con discreto salvajismo, en contra de ambos. De los forasteros, definitivamente instalados en el lenguaje del poder.
Aún antes de haber asumido, Scioli y Macri, parecen atravesar las fronteras de la cuenta regresiva.
Vamos, en este capítulo de la miniserie, con el esmerilamiento de Scioli. El líder del peronismo motonáutico. Gran campeón de categorías imaginarias. Titular de la Línea Aire y Sol. Cultor de la ideología atlética del vitalismo.

El Calabró
Si apuntaran con rigor, los esmeriladores, en general adictos a los efluvios del Cesarismo Conyugal, debieran preocuparse, bastante más, por Balestrini que por Scioli.
Sin embargo, para esmerilarlo a Scioli, a Balestrini ya suelen tildarlo como el Calabró del sigloveintiuno. En evocación de aquel Tano Calabró. El vicegobernador que en 1973 ocupó, muy pronto, el lugar de Bidegain.
Cuenta la Garganta que Balestrini no vaciló, por ejemplo, en ponerles límites a los Kirchner.
Fue cuando, separadamente, Balestrini rechazó la idea presidencial de llevar, en La Matanza, la colectora liderada por Cevallos, alias El Huevo.
Los cesaristas conyugales pretendían hacerle, a Balestrini, el jueguito perverso que le hicieron, con resultados satisfactorios, en Lanús y en Quilmes, al eterno Quindimil, y a Villordo. Pero decir Villordo significa aludir a Aníbal Fernández.
La Garganta indica que Balestrini, antes de cortarles el teléfono a los césares, alcanzó a decirles que, si llegaban a armarle la colectora del Huevo, que se buscaran, en lo posible, a otro para la vicegobernación. Porque iba, en tal caso, como candidato a intendente de La Matanza. Sin llevar una candidatura presidencial.
Según la Garganta inapelable, ante Balestrini, los dos Kirchner, los Césares, arrugaron.
La “balestrinada” sirvió para que Néstor, con firme coherencia, confirmara su condición de “duro en el difícil arte de arrugar”.

Teorema
Garganta anuncia, en el pizarrón, la hipótesis del Teorema.
“Scioli no quiere que le pase lo mismo que le pasó a Solá”.
Garganta desarrolla, con un puntero, la línea argumental:
“Como Scioli es un garca, va a evitar que Kirchner lo garque. Como Kirchner lo garcó a Solá.
Scioli va a aguantar la ofensiva. Va a hacerse el Scioli”.

Aquí concluye, antes de los aplausos, la demostración del temerario teorema.
“Scioli va a garcarlo a Kirchner, en el momento propicio”.

Quirófano
Le bajaron, desde arriba, a Scioli, el pulgar. Tiene, a lo sumo, para tres meses. Lo comentan en cualquier bar mistongo del suburbio.
A determinados empresarios, les advierten que traten de despegarse.
Desde la nación, aseguran, para apretarlo, que no bajará un mango de más.
Por el déficit, la provincia se encuentra en vísperas de crear otro patacón artificial.
Aparte, cuentan, Kirchner ya lo puenteó, a Scioli, con los intendentes. Mantienen línea propia.
Los alcaldes, se dice, están indignados, porque, en el gabinete de Scioli, abundan los parientes. Los contadores de licuadoras y ventiladores, mientras escasea la superstición del peronismo.
A los intendentes, Kirchner los maneja, dicen, por control remoto. Con la prepotencia de los ladrillos y con la densidad del asfalto. A través de los legendarios caudillos populares. José López, alias El Neolopecito, y De Vido.
Aunque Scioli, para aliviarlo de Skanska al caudillo De Vido, debió recurrir, a través del desinteresado empresario comunicador que se merece una miniserie, a la hipotética sabiduría, en materia de seguridad, del Fiscal Stornelli. Con el agravante, casi grotesco, que el Fiscal, a si mismo, se tomó demasiado en serio. Supone, en su exaltación lírica, que Giuliani es comparativamente un poroto. Que lo convocaron por sus invalorables méritos. De ningún modo para apartarlo de las esquirlas de la causa que les preocupa, en principio, a los actuales esmeriladores.
Después del juramento y los abrazos, vendrá otro capítulo al respecto. Con la participación especial de Frank Holder, que le trajo a Patricia Janiot. Con el comisario Salcedo (que aún “le debe un borracho a la policía”), y de cierto dúo de comisarios retirados que suelen producirle, en especial a la señora Cristina, reacciones alérgicas, manchas en la piel y urticaria.

En la plenitud del esmerilamiento, se difunde, por último, el malestar de los Césares. Porque Scioli se proyectó sin permiso. Al programar, para colmo, con Macri, una Cumbre de Esmerilados. Debió suspenderse.

Cicuta
En la lícita paranoia, los sciolistas contratados, según nuestras fuentes, atribuyen la ofensiva a una acción instrumentada por la perversidad de 25 de Mayo 11. Por la persistente inteligencia de Jaimito. En supuestas operaciones, conciliadas con fuertes periodistas que se sitúan, sólo por mera petulancia informativa, a la vanguardia del esmerilamiento.
La interna, con entrecruzamientos divertidos, conforma, en la miniserie, un capítulo aparte.

Para completar el presente, debe saberse, ante todo, que la legitimidad natural de Scioli reside en la certeza de la inconveniencia del incendio. En que el fracaso prematuro no es negocio para nadie. Una chispa extendida, desde la provincia de Buenos Aires, puede derivar en el posible incendio del país.
Desde lo táctico, Scioli necesita aguantar, estratégicamente, la conjetural adversidad.
Para atemperarla, debe colocar su habitual rostro de distraído. Simular, despreocupadamente, que va “para adelante”. Con la memoria del previsible recitado, repetido hasta la insustancialidad.
Scioli debe hacerse, en definitiva, el Scioli. Como lo sugiere la Garganta, en el Teorema que mantiene un destino de celebridad.
Y recurrir al obstinamiento que lo ayudó a soportar los cuatro años de fortalecedoras humillaciones, provechosamente vejatorias. Hasta llegar, con el autismo positivista de la fe, a la condición de figura indispensable.
Con la digestión blindada, Scioli, el titular de la Línea Aire y Sol, se traga, cotidianamente, la cicuta del esmerilamiento.

Oberdán Rocamora

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