DEBILITAR PARA GOBERNAR
Por Diego Gonzalo Díaz
La imagen pública de un actor político se nutre de distintas definiciones. Por un lado figuran claramente las propias y las de sus simpatizantes, y por otro aparecen las versiones de sus contendientes, opositores o en algunos casos detractores. Esta construcción de la otredad política puede tener un fuerte efecto en la institucionalidad si el imaginario presenta grietas, y estas son aprovechadas para desestimar una trama social. A esta altura no es una novedad decir entonces que la imagen de un gobierno no solo la hacen las propias acciones y actitudes que se emanan desde el Ejecutivo, sino que también intervienen en ella las visiones del mundo y de los hechos de las minorías que se alistan en la oposición. Son justamente estos últimos los que pueden generar un fortalecimiento de la institucionalidad o generar alarma hacia afuera.
En las democracias de larga data se suele encontrar un acuerdo tácito entre oficialismo y oposición; es decir que luego de las peleas encarnizadas que se dan en el seno de la lucha electoral, se produce un alineamiento y respeto a la investidura del candidato electo y en funciones de gobierno. Aunque postulen ideologías contrapuestas o no coincidan en temas centrales, la defensa del gobierno nacional es llevada a cabo hacia el exterior por todos los actores de la política, dejando el debate hacia adentro de los parlamentos o reuniones políticas. Tal fue el caso del presidente español Rodríguez Zapatero, quien se encuentra el las antípodas del ex primer ministro José María Aznar, pero defendió su presidencia ante la furibunda verborragia de Hugo Chavez, durante la Cumbre Iberoamecana de Santiago de Chile en noviembre pasado.
Sin embargo, en las democracias más jóvenes como la Argentina, algunos de estos postulados no tienen cumplimiento efectivo. Un poco por tradición, y otro poco por ingerencias extranjeras en otros puntos de la historia, la oposición construye el imaginario político gubernamental desde un contraste destructivo. Cual gota que orada la piedra, la búsqueda de desestabilización suele ser constante y es tomada como parte de la lucha por el poder. Mucho se ha dicho sobre el rol del peronismo a lo largo de las administraciones de otros signo político, donde los han acusado de ser oposición destructiva y ser los responsables de la caída de presidentes constitucionales. Si bien, en algún punto estas acusaciones tienen retórica de verdad, los últimos años del devenir político argentino muestran que no sólo los partidarios del justicialismo están mostrando este comportamiento.
La primera y la segunda minoría en las elecciones de Octubre se mostraron proclives a la desestabilización del nuevo gobierno nacional. Por estricto orden de votación, la Coalición Cívica en segunda colocación embistió en boca de su líder Elisa Carrió contra el polémico Secretario de Comercio, Guillermo Moreno y sus gestiones dentro del INDEC para moderar los índices inflacionarios. También comenzaron a configurar a la nueva presidente demasiado permeable a las decisiones de su esposo, que aparece en los medios con mayor protagonismo gracias al rearmado del PJ. Suenan raro los reclamos de Carrió si se tiene en cuenta que el blanco de todas sus denuncias de corrupción en el anterior gobierno, Julio de Vido, sigue en el Ejecutivo nacional y no ha sido siquiera nombrado una vez por la ex candidata presidencial.
Una apuesta bipolar es la que surge de las filas del UNA, el tercero de esta últimas elecciones. Mientras Roberto Lavagna se muestra con Néstor Kirchner para encontrar un principio de acuerdo en la normalización del PJ, uno de sus principales colaboradores, Javier González Fraga, llevó en alto la bandera de la minoría crítica dentro del partido y acribilló al ejecutivo con un "el gobierno de Cristina Kirchner no empezó, sigue gobernando su marido y bajo la órbita de Julio de Vido y Guillermo Moreno (al que calificó de superministro)." A su vez prendió el fuego para fumar la pipa de la paz al elogiar al Ministro de Economía Lousteau, con quien comparten ideales y trabajo político.
Irigoyen, Frondizi, Illia, Isabel Perón, Alfonsín, De la Rúa. Demasiados ejemplos de una práctica que no hizo más que debilitar las instituciones y hasta hacer caer el país en las etapas más negras de su historia. La forma de hacer oposición en nuestro país debería ser replanteada y llevada a cabo de una manera más transparente para proteger algo sumamente superior a las ambiciones partidarias. Un Estado que garantice la libertad y la vigencia de los derechos del hombre.
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