PERONISMO Y ESCARMIENTO
Peronismo y escarmiento
José Pablo Feinmann y Juan Bautista Yofre.
Peronismo y escarmiento
escribe Carolina Mantegari
Editora del AsísCultural,
especial para JorgeAsísDigital
“Peronismo. Filosofía política de una persistencia argentina”, de José Pablo Feinmann. Planeta. 731 páginas.
“El Escarmiento. La ofensiva de Perón contra Cámpora y los montoneros. 1973 - 1974″, de Juan Bautista Yofre. Sudamericana. 440 páginas.
Volúmenes que emergen con oportuna simultaneidad (en el mes aniversario, número 36 de la muerte de Juan Domingo Perón, la referencia que los sostiene). Textos que interpretan, con transparente antagonismo conceptual, la complejidad del fenómeno peronista.
Entre los textos, persiste la coincidencia que excede al mero dato cronológico. Al apasionamiento de la problemática abordada. Desde el compromiso de la antigua militancia, en Feinmann. Desde la sobriedad del profesionalismo implacable, en Yofre.
Ambos podrían, lícitamente, sentirse degradados por la arbitrariedad implícita de la articulista, que decide unificarlos, para encerrarlo en el efecto eficaz de una crónica.
Para la autovaloración -algo inflamada- de Feinmann, representaría una clara impertinencia. Casi -digamos- una chicana devaluatoria. Al margen de las imposturas ideológicamente opuestas, la condición de ensayista diplomado lo instiga, naturalmente, a subestimar los aportes producidos por “los periodistas”. Los que se entrometen en la historia. Lo insinúa Feinmann en el vibrante capítulo donde valora (o condena) la trayectoria de los dos abrazos. El de Perón con Balbín (tratado detalladamente por Yofre). Y el abrazo que lo espanta (a Feinmann). El de Menem con Rojas.
Confirma, el abordaje simultáneo, que el texto de Feinmann suele fortalecerse por el ejercicio abusivo de la erudición. Del conocimiento empachado de autores relevantes. Lo induce a calificar a Heidegger, sin ir más lejos, de “pre peronista”. Confirma, en cambio, que el texto de Yofre se sostiene por el rigor inapelable de la información. Atributo del que carece Feinmann, y que es la causa del desembarco filosófico, a veces, en cualquier costa.
La “información pesada” es, en Yofre, el punto de partida. El camino al que se aferra. La excelencia la brinda el objetivo de informar. Para esclarecer. Con fuentes irreprochables exhibe la realidad que no brinda espacios para las divagaciones, ni los deslices interpretativos (por otra parte, nada certeros).
La diferencia es notoria, sobre todo, en el desenlace del comportamiento político de Perón. El Perón último que Feinmann, con ampulosidad, aborrece. El Perón que Yofre, con contundencia, precisamente, rescata.
“El peronismo intolerable”
Las 700 páginas de Feinmann (cientos de ellas entretenidas) resultan prescindiblemente abrumadoras. Desfila la epopeya del militante desilusionado, que ni siquiera se atrevió a conquistar a Clarita. La que se le fue con otro. Le pasó lo mismo, en cierto modo, a la generación que quejosamente representa, con Perón.
De todos modos, el periplo le permite conectar con el clima generacional, que garantiza inmediatas identificaciones. A través de la indolencia intelectual de la época, en que los pequeños burgueses, con frivolidad y desesperación, con ensoñaciones redentoras, perciben, en la superstición del peronismo, y en “los de abajo”, el canal que los arrastre hacia la difusa revolución socialista. Con escenas de innegable arrojo, y con el mito de la heroicidad que se inspira en la resistencia. La fantasía de la asociación libre induce, en determinados tramos, a la masturbación auto-celebratoria de la generación que se equivocó en el camino de la violencia. La que aún cree, en el fondo, que el asesinado José Ignacio Rucci apenas puso el paraguas para lograr el regreso de Perón.
Las ironías condenables hacia el “burócrata sindical” instigan a pensar que el paso del tiempo (tema permanente de la filosofía) no sirvió, en definitiva, para un pepino.
La trascripción de consignas contagiosamente inocentes deslizan a Feinmann, con una inagotable turbulencia de palabras, hacia la facilidad del lugar común. En un rapto de asombrosa originalidad, Feinmann califica la etapa menemista de “fiesta”. Participa de la ética de interpretación que emite, con mayor eficacia, cualquier panelista precipitado de “6-7-8″. A su criterio, con “Kirchner vuelve el peronismo intolerable”. Después de 65 años de tropiezos. Concluye en “que no hay un gobierno más podridamente peronista que este” (o sea, el de los Kirchners).
Al que lo impugne basta, en todo caso, con cantarle las canciones burlonas del panelista Barragán. Ideólogo de flamantes consignas.
No obstante, la construcción del “Peronismo” artificial conduce a la veneración de John William Cooke, al que Feinmann, afectuosamente, llama “gordo”. Interlocutor epistolar de aquel Perón, cuando estaba en banda. Y que lo dejó como delegado. Cooke pretendía arrancarlo (a Perón) de la “España de Franco”, para depositarlo hacia la Cuba de Castro.
(Para averiguar las razones de la negativa de Perón habría que dirigirse al libro de Yofre).
Ni siquiera las recurrencias a Franz Fanon lo salvan -a Feinmann- de sumergirse en las vulgaridades interpretativas que impulsa cualquier señora de barrio, que haya participado de alguna manifestación inofensiva. Resulta “imperdonable” que Perón se les muriera “en el peor momento”. Y que los dejara, como “herederos, a Isabel y López Rega”. Al peronismo ilustrado, acaso, se le debería exigir algo más de esfuerzo. Al menos, para desestimar el revanchismo de los paralizantes. Los “intolerables” que envejecieron con bronca, porque Perón, el líder malo y perverso, les impidió -pobrecitos- profundizar la alucinación del socialismo. Al designar, por ejemplo, al “matarife” de Villar, en la policía (para saber los motivos, también hay que recurrir a Yofre).
Magnitud de estadista
Menos literario, inapelable, directo y frío, y apoyado en un arsenal informativo, minuciosamente documentado, Yofre se “obstina”, en “El Escarmiento”, en demoler los “deseos imaginarios” (al decir de Sebrelli) que estimularon los actuales sexagenarios que hoy vuelven. Los “intolerables” que se creyeron revolucionarios, los que se lanzaron al suicidio de los asesinatos, con el pretexto macabro de construir una sociedad mejor. El texto de Yofre despunta entonces como un libro de consulta indispensable. Se asiste a la perfeccionada continuidad del estilo despojado, que se insinuara en los libros anteriores, que emergen, injustamente, como la réplica cultural del apasionamiento setentista. Instalado, con prepotencia autoritaria, por la versión del progresismo intolerable que retarda. Que retrasa. Que paraliza y vuelve a depositar, a la sociedad indemne, en pavorosas discusiones que estaban -si no resueltas- bastante atenuadas. Relativas al pasado que nunca termina de pasar, ni asimilarse. Y que mantiene, a la sociedad, en el riesgoso estado de agobio. Antesala del hartazgo.
Yofre, más preciso, no divaga expresivamente como Feinmann. Con menos ambiciones filosóficas Yofre registra, consigna, comprueba. Deja que la información, que generosamente proporciona, se convierta en el verdadero protagonista. Con más derecho que el lenguaje. Sin pucheritos de lamentaciones ni celebraciones vacías, permite fundamentar las claves del comportamiento político que agiganta (o que condena), a aquel Perón del regreso. Hay para servirse. El tenedor es libre.
El tratamiento del año fatídico de Perón se extiende desde junio de 1973, hasta la muerte (1º de julio de 1974). Desfila, en el tramo decisivo, la desnudez obscena de los hechos. Con el complemento de testimonios irreprochables, en gran porcentaje inéditos, y el agregado del relato de alguna experiencia personal (Clarita, aquí, es Beth).
El texto contiene el aroma incierto del final del juego. Del anticipo insostenible de la tragedia que se avecinaba, e iba a multiplicarse. De cuando Perón clausura las fantasías que entusiasmaron a Feinmann para asumir el rol de “general de la Nación”. Para entregarse a los truenos del escarmiento. “Hacia el castigo de aquellos que lo desafiaron, incluso con las armas”.
El comportamiento del Perón que describe Yofre es el que contiene la magnitud del estadista. Para los sectores desilusionados, los escarmentados, es el comportamiento que lo acerca tanto al concepto despreciable de la traición. Es el Perón de la grandeza que percibe, en su agonía, -y quien habla aquí es la articulista-, con la consagración de su estrategia del retorno, la comprobación absoluta del desperdicio. De la renovación del ”mito del eterno fracaso”. Del fracaso que los peronistas que lo sucedieron -y menos aún los antiperonistas- tienen la menor idea de cómo superar.
Carolina Mantegari
para JorgeAsísDigital
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