OLA INSEGURA
HIPÓTESIS SOBRE LA OLA DE INSEGURIDAD
Por Carlos Manuel Acuña
La ola de inseguridad que se abatió sobre el país, con epicentro en la Capital Federal, inauguró una serie de especulaciones acerca de su real contenido, los motivos políticos que aparentemente la impulsan y la probable aceleración de nuevos hechos que crearán una atmósfera peligrosamente irrespirable. Así, se tejieron comentarios de incuestionable contenido político, contenido que se modificaba con el transcurrir de las horas y la aparición de nuevos elementos de juicio que, curiosamente, excluían los inexistente puntos de vista partidarios cuyos dirigentes prefieren, como siempre sucede en estos casos, mantenerse al margen de los acontecimientos a la espera de no se sabe qué.
Lo cierto es que la forzada renuncia de la cúpula de la Policía Federal y otras medidas complementarias, demostrativas de la intención de controlar al máximo el comportamiento del personal y de reformar la estructura y organigrama de la Fuerza, hizo que ésta se sintiera controlada al máximo y que virtualmente ingresara en una situación de parálisis que comenzó a afectar la complejidad operacional del sistema. Como no podía ser de otra manera, la situación así creada comenzó a trascender hacia los integrantes de la vida delictiva, sobre todo cuando se conocieron las limitaciones operacionales que se instrumentaron, como, por ejemplo, la prohibición de llevar armas largas en los automóviles patrulleros o la obligación de identificarse y suministrar el número de legajo personal antes de intervenir en cualquier hecho o de impartir la orden de detención a los delincuentes. Estos temas se convirtieron en indicativos de toda una filosofía ideológica que rápidamente fue comprendida y asimilada por los delincuentes, que interpretaron que se les ofrecía un escenario ideal y sin limitaciones para actuar. Un patrullero, cuya dotación sólo queda armada con pistolas 9 mm carece de la aptitud suficiente para intervenir en cualquier hecho sorpresivo y de esta manera se amplía rápidamente el escenario del riesgo cotidiano.
Por el momento es difícil entender si esto se debe a una cuestión simplemente ideológica o a un proyecto estratégico para intervenir en la lucha por el control del poder político, pero lo cierto es que, al margen de las especulaciones que comentamos al comienzo, ahora comenzaron a tomar cuerpo otras interpretaciones de la realidad, tales como la existencia de grupos de comandos terroristas que por un lado se ejercitan para desarrollar acciones posteriores y por el otro se hacen de recursos para llevarlas adelante, tal como hace, por ejemplo, Milagro Sala con el control de rutas y el tráfico de drogas a Bolivia.
La simpleza de este esquema de razonamiento es similar a lo ocurrido hace años, cuando en los finales de los sesenta y comienzos de los años setenta, se hacía evidente el estallido de una organizada acción terrorista que, incluso cuando ya estaba en operaciones, había sectores que lo negaban o tenían dudas acerca de lo que finalmente ocurrió. Por ejemplo, el ahora organizado asalto del Banco de Galicia demostró una planificación poco común para lo que vamos a llamar como delito común e incluso llamó la atención que fuera una mujer la comandante del grupo operacional que actuó con una serenidad y audacia que no se correspondía con la magra suma obtenida, aunque se sostiene que en realidad ésta ha sido mucho mayor de lo informado. Por el momento, no es fácil avanzar en el análisis de lo sucedido que, a no dudarlo, ofrecerá mayores e importantes novedades en el corto plazo. Recordemos cómo comenzó la guerra terrorista pero, sobre todo, tengamos en cuenta lo que sucede con quienes derrotaron a las bandas y ahora son juzgados por los mismos perdedores de antaño. Toda una gama de componentes para trazar un cuadro de situación que viene a complicar más aún las dificultades de toda índole que caracterizan al gobierno.
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