RECORDAR
Por Raúl A. Flores
Cuando corrían los tiempos en que "la sangre derramada no iba a ser negociada" era más fácil hacer creer a tanto desprevenido el tema de repartir la riqueza entre los pobres.
A pesar del notable ejemplo de Cuba donde los Castro y Ernesto Guevara vivían como los Rockefeller.
A partir del momento en que el Che se entregó en Bolivia pidiendo no lo mataran porque según él "valía más vivo que muerto" punto en el cual los bolivianos no coincidieron para su desgracia y la salvación de muchos que podrían haber sido asesinados por este criminal, el valor de la sangre comenzó a cotizarse.
En la Argentina se ha negociado tal cual pasara como la soja, en determinado momento hubo una explosión de derechos humanos con un rinde extraordinario.
Abuelas, madres e hijos aprovecharon la ocasión, sembraron odios, rencores y venganzas para obtener grandes remuneraciones.
Como era de esperarse el dinero mal habido provoca recelos y peleas entre los integrantes de una familia.
Así hubo hijos e h.i.j.o.s., abuelas y madres fraudulentas que contrataron abogados parricidas. También surgieron desaparecidos aparecidos que podían cobrar indemnizaciones de más de doscientos mil dólares sin tener que devolverlos al producirse sus milagrosas reapariciones.
Exiliados viviendo lujosamente regresaron para pedir resarcimiento por su dolorosa y sufrida vida en el extranjero en países no comunistas.
Así la sangre derramada fue negociada con tal vileza que sus negociadores destilan un olor nauseabundo.
Se construyeron sobre esa sangre museos, hasta complejos habitacionales, y un espacio de poder para satisfacer las necesidades crecientes de una revolución destinada como siempre a repartir migajas entre los pobres ilusos y acaparar grandes riquezas entre unos pocos privilegiados.
Como si fuera poco al corso se le sumaron piqueteros, organizaciones indígenas con sede en Gran Bretaña, jueces garantistas/abolicionistas, políticos sin partidos ni dignidad, ricos sindicalistas y como broche de oro presidentes que nunca se ocuparon de los derechos humanos hasta que los necesitaron para mantener el poder.
Sin ninguna duda la sangre derramada es negociada por quienes deberían guardarla con respeto.
No es extraño en quienes, en su inmensa mayoría, no les importó la vida de sus hijos y mucho menos la de quien estos asesinaban.
En nuestro país no se pueden cerrar heridas porque hay interesados en que la sangre derramada siga negociándose
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