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viernes, 3 de diciembre de 2010

ATILA




“Jefe de los hunos. Afianzó su autoridad sobre los bárbaros y organizó

el saqueo y la extorsión del Imperio de Or”. (Diccionario Salvat).

Por Susana Merlo

En la historia, la controvertida figura de Atila está rodeada de muchas anécdotas, algunas de dudosa comprobación que, entre otras cosas, le atribuían la posesión de un caballo singular que tenía el “poder” de que donde pisaba “no volvía a crecer el pasto”.

Ya en la era moderna, su nombre se transformó casi en sinónimo de crueldad pero, más aún, de destrucción.

Ahora bien, en la Argentina de hoy, sin estadísticas creíbles; con un INDEC devaluado; con sospechas de todo tipo sobre buena parte del Poder Legislativo y otro tanto sobre el Poder Judicial; con el incumplimiento generalizado de las leyes, incluso, por parte de los 3 poderes centrales, y con una inflación que está destrozando la demanda real, ¿se podría decir que se está ante una gran “destrucción”?.

Si el orden público está alterado por piquetes y cortes de rutas permanentes por parte de cualquiera y por cualquier causa; si no hay seguridad jurídica para las inversiones; si no hay casi mercados pues las intervenciones están a la orden del día; si los desfases sociales lejos de achicarse se amplían, entonces, presenta la Argentina la estructura orgánica de un país razonable y ordenado que se desarrolla en estado de derecho?.

Si el Banco Central, la Administración Nacional de la Seguridad Social (Anses), o las AFJP perdieron su independencia, su autarquía y, en algún caso, hasta fueron transformadas y cambiados sus objetivos de origen para pasar a financiar al Poder Ejecutivo, hoy sinónimo de poder central, con los otros subordinados a él, y ya no en la igualdad que fijaba la Constitución Nacional, entonces, se puede pensar que el nivel de desorden ya dejó de ser una anécdota, o sólo una alteración circunstancial?.

Se sabe que el campo es uno de los principales sectores productivos del país y tiene sus singularidades, entre otras, requiere de muchas inversiones directas de mediano y largo plazo, y otro tanto para infraestructura general que permita “sacar” la producción y además, procesarla.

¿Puede el campo, en estas condiciones, “enterrar” inversiones millonarias (sólo para la cosecha de granos de cada año, unos U$S 9.000 millones, y otro tanto para transportarlo y acondicionarlo hasta fábricas y puertos)?.

¿Es factible apostar a un crecimiento ganadero sin seguridad en los mercados por las intervenciones constantes, y con cierre periódico de las exportaciones, sin contar otro tipo de restricciones cuantitativas?.

¿Se puede pensar que los inversores genuinos internacionales, se van a ver atraídos a incorporar sus ahora imprescindibles capitales al país, para construir más fábricas, más obras, más infraestructura para procesar la producción, transportarla, agregarle valor, y bajar el nuevamente altísimo “costo argentino”?.

Faltan caminos, falta energía, faltan puertos, faltan comunicaciones…

Sobra burocracia, inseguridad de casi todos los tipos, abusos varios, desconfianza…

Para producir madera se necesitan inversiones a 10 y 15 años. Para buena parte de la fruticultura entre 5 y 10, mientras que la ganadería requiere de alrededor de 5.
Incorporar nuevas tierras a la agricultura demanda al menos 2 años y U$S 500-600 por hectárea, sin considerar instalaciones de riego, y antes, de las inversiones directas en las siembras.

¿Quién puede hacer una apuesta tan fuerte en estas condiciones?. ¿Hay otros sectores dispuestos a enfrentar el riesgo climático, el riesgo de los mercados internacionales, y el riesgo de los funcionarios y sus políticas internas?.

El sector agropecuario, aunque lejos de su verdadero potencial, lo sigue haciendo, pero muchos comienzan a preguntarse si algún día habrá posibilidad de recuperación y de volver al orden.

Donde pisó el caballo de Atila, ¿podrá volver a crecer el pasto?...

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