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jueves, 2 de diciembre de 2010

INTOLERANCIA DE UN PEREJIL


Río Negro -

Editorial
Intolerancia explícita

En su combate a muerte contra los medios del Grupo Clarín, el gobierno kirchnerista ha hecho suyas algunas tesis que siempre han fascinado a autoritarios tanto de izquierda como de derecha. Una se basa en la supuesta distinción entre "libertad de empresa" por un lado y "libertad de opinión" por el otro, según la que con pocas excepciones los periodistas no pueden expresarse libremente porque no lo permiten los dueños de los diarios, revistas, radioemisoras y canales de televisión. Puesto que en los países de cultura pluralista como el nuestro hay una gran variedad de medios, los disconformes con uno pueden trasladarse a otro más afín a su propio punto de vista; huelga decir que tal detalle no impresiona a quienes en el fondo quisieran amordazar o, cuando menos, desprestigiar a todos aquellos que no comparten sus opiniones. Otra tesis cara a los kirchneristas más autoritarios tiene que ver con la supuesta obligación de los medios a subordinarse a gobiernos recién legitimados por el voto popular –siempre y cuando el electorado no se haya dejado engañar por una corporación reaccionaria como la patria financiera, se entiende–, pero sucede que ningún medio puede oponerse sistemáticamente a la voluntad popular sin correr el riesgo de perder lectores, oyentes o televidentes, eventualidad que, de acuerdo a los convencidos de que el periodismo es nada más que un negocio, debería servir para asegurar que la mayoría termine acompañando a los democráticamente elegidos.

Con todo, aunque muchos integrantes del gobierno nacional han atacado sin miramientos a aquellos medios que no les gustan, comenzando con "el monopolio" Clarín que están procurando desmantelar, pocos se han animado a reivindicar teorías de origen netamente autoritario. Una excepción es el nuevo presidente de la agencia de noticias oficial, Télam, Martín García. Desde que afirmó sin empacho que a su juicio todos los periodistas profesionales se asemejan a "prostitutas" mentirosas ya que se han vendido a quienes los emplean pero que él, por ser "un militante", escribe la verdad porque está al servicio del pueblo, legisladores opositores y, desde luego, periodistas profesionales están reclamando que presente su renuncia. Al fin y al cabo, si bien Télam es una agencia estatal, no debería ser una mera usina propagandística del gobierno de turno puesto que está financiada por todos los contribuyentes, incluyendo, es innecesario decirlo, a millones que no comparten su fervor desbordante por la causa kirchnerista.

Lo comprenda o no García, ser militante no garantiza nada. Sin exagerar demasiado, se podría decir que los así calificados son mentirosos por vocación porque lo único que les interesa es aumentar el poder de su propio movimiento, partido o facción. Nazis, fascistas, falangistas y comunistas son militantes, lo que, según su definición extravagante, supondría que todos son partidarios insobornables de la verdad "al servicio del pueblo" y por lo tanto se guían por un código ético que es muy superior a aquel de los escritores y otros que procuran conservar su independencia. Pues bien, la experiencia tanto nacional como internacional se ha encargado de enseñarnos de lo terriblemente peligrosos que suelen ser los militantes iluminados que anteponen sus presuntos deberes políticos a todo lo demás. Puede que no haya peligro de que la Argentina caiga en manos de fanatizados de dicho tipo, pero el que personajes como García desempeñen funciones de cierta importancia en un gobierno de pretensiones progresistas como el de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner es preocupante. Lo es porque es sintomático de la propensión, que cobró fuerza después de las elecciones legislativas del año pasado, del gobierno a asumir actitudes cada vez más sectarias al permitir que personajes como Hebe de Bonafini y, esporádicamente, Luis D'Elía actuaran como voceros cuasi oficiales. En las semanas últimas, pareció que la tendencia así supuesta estaba revirtiéndose, acaso porque, a partir de la muerte de su esposo, la presidenta vio subir tanto su propio índice de aprobación que ya no se sentía obligada a replegarse al "núcleo duro" kirchnerista. Si lo que se ha propuesto la presidenta es aprovechar una oportunidad para ampliar su base de sustentación, le convendría prescindir de la ayuda contraproducente de ideólogos intolerantes como el "militante" que está a cargo de Télam.

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