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domingo, 13 de noviembre de 2011

LA GUERRA.....


La guerra antisubversiva y el papel del Nacionalismo
Dos respuestas necesarias
por Juan E. Olmedo




Tema urticante
La incesante persecución local y extranjera contra las Fuerzas Armadas, la propaganda oficial y algunas expresiones de arrepentimiento genérico, avivan la necesidad de refrescar la memoria sobre la guerra subversiva de hace 30 años. Una guerra maligna de un lado pero justa del otro. Desfigurada, eso sí, hasta el extremo, tanto por la explicable prédica del vencedor marxista, como por los neblinosos baches de alguna amnesia menos comprensible.
La desazón se acrecienta cuando la pequeña sobrina nos pregunta (debido a inquietudes recogidas en su buen colegio)... "¿podrías explicarme cómo fue que los militares entraban en las casas y se llevaban a los chicos?". El asunto es gravísimo y no necesita muchas lucubraciones. Lo increíble es que haya que esclarecerlo desde el ABC a los jóvenes. Porque en gran parte del pueblo se ha producido el lavado de cerebro, fruto deliberado y perverso de la virulencia connatural a la Revolución.
El motivo de estas líneas no es, obviamente, explicar a quienes los conocen hechos bien sabidos; sino insistir sobre la conveniencia de seguir remachando la verdad ante las nuevas promociones. Frente el riesgo de operarse, de lo contrario, el peor trastrueque de la verdad, que se traduce en la formación de reflejos instantáneos como: subversión = jóvenes idealista, restauración del orden, represión sánica, neonazis. La obra "Por amor al odio", de don Carlos Manuel Acuña, acaba de prestar un gran servicio en este aspecto a la República.
Algunos borrones
Con el mayor respeto a los respectívos protagonistas, consignamos continuación algunas manifestación sobre el particular que aumentar nuestro sobresalto, y que se han actualizado con las referencias aludidas.
El Dr. Roberto Bosca, decano de Facultad de Derecho de la Universid Austral y representante de la Universidad de Navarra, publicó en la revista "Colección", Año IV Ng 8, de UCA, un extenso trabajo sobre lo sucedido en los años '70. Aunque ha pasado ya suficiente tiempo, no se conoce ninguna aclaración ni del autor ni de la revista. El tema, según se ha dicho, exigía cuidadosas precisiones,pecialmente en momentos como estos de plena revancha desde el poder.
Entre todas las oscuridades posibles en aquella época aciaga, a nadie se le había ocurrido el planteo del autor, al expresar que se trató de una guerra "entre dos concepciones ideológicas de una misma fe". Equívocos aparte, hay que señalar que en semejante supuesto no se vería dónde pueden encasillarse protagonistas tan notables como los Timerman, Graiver, Verbitsky, Osatinsky y la plétora comunista atea que alimentó, propagó y selló ideológicamente a la subversión. Habría que reconocer, de paso, que hay sí una lamentable coherencia en la exposición examinada. Al no encontrarse la conexión entre lo ocurrido y la Revolución mundial (el marxismo a la cabeza) concuerda con la conocida prédica del Dr. Bosca contra la teoría conspirativa de la Historia y los "chivos emisarios".
Con lo cual, naturalmente, tienden a esfumarse las principales corroboraciones de la calificación de guerra justa. Pasándose de tal manera a entender la contienda sufrida en la Argentina como un enfrentamiento convencional entre dos "bandos" semejantes.
Pero en la desfiguración hay algo más, que nadie pudo pensar. El autor pone sobre el tablero al Nacionalismo, como beligerante sobreentendido, y habla entonces del nacionalismo católico, sin olvidarse del nacionalismo integrista, ¡y del Milenarismo...! Para llegar a sus conclusiones el distinguido catedrático ha desplegado un perceptible esfuerzo de investigación, aunque a nuestro juicio un tanto unilateral. Como lo demuestra la profusión de citas, referencias y textos, desde César Beccaria, hasta David Rock; pasando por el P. Luis Farinello, la B'nai B'rith, Andrés Méndez, Dalmiro Sáenz, Jung Mo Sung, Paul Poupard, Stanley Windass, Andrea Stefani, José Ignacio López y Rafael Braun; para citar algunos.
La otra curiosa inferencia del autor es que esto de la guerra subversiva es un problema superado "desde un punto de vista político pero no desde un punto de vista moral". Una apreciación que no parece concordar con las actividades político-judiciales nacionales e internacionales. Ni —también aquí— con alardes como el famoso festival de rock auspiciado por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, con participación de las Madres de Plaza de Mayo y de falsos soldados descargando sus "fusiles" contra el público en una macabra parodia de ejecución. O la reciente arenga de la conocida energúmena a los "guerrilleritos" de un colegio; sin repercusión judicial que se conozca. En fin —y abreviando— las ideas del doctor Bosca se basarían en los siguientes supuestos: 1) Que en los luctuosos acontecimientos de la década hubo responsabilidades simétricas; 2) que la contienda fue una guerra "con todas las letras" entre dos bandos semejantes; 3) que no pesó el apoyo ni la complicidad exterior, ni existió una injerencia ideológica internacional; 4) que en algún sentido se trató de una guerra entre católicos; 5) "o dicho más precisamente, una confrontación entre dos concepciones ideológicas de la misma fe católica" (sic). Todo expuesto con equidistancia. Aunque alguna vez desnivelada ella por surgir la sensación de haber existido una represión ilegal, inmoral y atroz contra la "violencia" o la "injusticia" guerrillera, y por la insinuación —gravísima en cuanto sugeren-te— de la legitimidad de la tal insurrección en determinados casos de tiranía. El olvido de la "guerra justa" —que no atribuimos en exclusiva al autor— ha llevado fácilmente a un sentimiento global de culpa por la actuación de las fuerzas del orden. Simplemente por la reacción legal, no sólo por los errores o desviaciones del fragor del combate o de algunas directivas. Así, las instituciones armadas están quedando moralmente inermes en manos de la venganza. En tanto los agresores van adquiriendo la emocionante imagen de víctimas idealistas, inocentes e indefensas. Cuando no dignas de ingresar al panteón de los héroes o al martirologio.
Otrosí
Respondiendo a inquietudes personales surgidas de unas declaraciones radiales que comentó el diario La Nación el 12 de marzo ppdo., el arzobispo del Chaco, monseñor Carmelo Giaquinta, tuvo a bien enviarme el texto completo del reportaje. Pero lamentablemente sin aclaración alguna. Diría en cambio que ha aumentado mi perplejidad una referencia suya al nacionalismo, que allí aparece abonando el terreno de la contienda de los años '70. El enfrentamiento (entre marxistas y antimarxistas) fue inevitable —dice— y agrega que "esto venía abonado por la herencia de cierto nacionalismo ultrancista" desde la década del '30 (simpatizante de estados fascistas... como España). "Ideología" opositora con vehemencia del comunismo ateo, lo que le atrajo (al "ultranacionalismo") la simpatía de parte del clero. "A fines de los años '60 otra parte del mismo apareció en la orilla opuesta apoyando el camino de la revolución armada". Entonces se creyó ver una bestia apocalíptica, el marxismo triunfante. Horror que con su encandilamiento impidió ver a la segunda bestia apocalíptica: la Doctrina de la Seguridad Nacional. "Y entonces fue el horror que fue, inimaginable para los que no lo han vivido".
Con la mayor consideración a la investidura, creo innecesarias mayores precisiones al margen de semejante hipérbole. Pero debo anotar en la ocasión las curiosas coincidencias con el directivo de la Universidad Austral. Como se ve, se trata de expresiones respaldadas por su alta procedencia. Lo cual obligaría a reclamar la máxima exactitud histórica, porque se está jugando nada menos que la Verdad.
Para terminar, considero de interés hacer una acotación respecto a las actitudes nacionalistas: Cuando no se difundían denuncias concretas sobre la conjura subversiva, Cabildo —representante natural del nacionalismo católico— la descubría y acusaba con todas las letras y con todas sus fuerzas. Pero ello no le impidió aborrecer las desviaciones de la represión, si bien guardándose de desalentar a aquellos heroicos soldados y policías jugados limpiamente por la restauración del orden.
¿Era esa la incidencia beligerante del nacionalismo católico?... ¿O el asesinato de Genta y de Sacheri? ¿O tal vez la prédica de éstos, en la huella de los Martínez Zuviría, los Ibarguren, los Olmedo, los Curutchet, los Estrada y los Goyeneche?
Si esto sucede de nuestro lado, qué nos espera del otro.»

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