ESTAMOS MAL PERO VAMOS BIEN
Por María Zaldívar
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Hugo Chávez huele su decadencia y no tiene en mente irse por las buenas. El revés que sufrió el año pasado cuando la población venezolana le dijo que no en las urnas a su ilusión de gobernar indefinidamente marcó el comienzo del fin del dictador.
La estrella empezó a apagarse y Chávez pasó de una intervención solapada y discreta en la política interna de los países de la región, a una actitud desembozada. Mostró sus cartas. Luce nervioso porque sabe que está perdiendo y eso lo hace aún más peligroso.
Porque Hugo Chávez fue siempre peligroso por varios motivos pero, en la actualidad, comprueba que el poder, lo último que le queda por perder, se erosiona a diario y como no está a dispuesto a volver al llano, un conflicto internacional le sería de enorme utilidad para imponer su permanencia.
Su plan es burdo y obvio. Sin embargo, su falta de escrúpulos vuelve probable esta hipótesis. Es una especie de piquetero argentino. Sabe que sólo del desorden puede sacar provecho y no le teme al desorden porque no tiene nada que resguardar. Allí donde el hombre de bien frena y calcula el daño, el inescrupuloso saca ventaja y arremete porque entre las obligaciones del comportamiento no reconoce el ejercicio de la prudencia.
El bolivariano de camisa roja lamentó públicamente la muerte de guerrilleros colombianos; llamó “criminal” al presidente Uribe y se indignó porque los persiguieron hasta Ecuador pero nada dijo de la violación terrorista de la frontera ecuatoriana ni se preguntó por una eventual connivencia local.
El flamante y mamarrachezco gobierno francés y Ecuador también enloquecieron ante el resultado de la operación militar que terminó con la vida de dieciséis secuestradores y asesinos. La Argentina, como no podía ser de otra manera, se rasgó las vestiduras por el avance colombiano sobre territorio extranjero. ¿Algún país “serio” denunciará con voz audible la intromisión en conflictos de política interna por parte de Venezuela y Francia cuando reconocieron mantener contactos y tratativas con las FARC a espaldas de las autoridades de Colombia?
La muerte de Raúl Reyes, cabecilla y vocero de la insurgencia colombiana tras un exitoso operativo militar de las fuerzas armadas locales, es la mejor noticia del año en lo que respecta a la lucha contra el terrorismo transnacional, más aún que la liberación de unos cuantos rehenes durante los meses de enero y febrero. El exterminio del sangriento movimiento es la única solución contra los secuestros y asesinatos que son su “modus vivendi”.
Por eso, los gobiernos que abogan por la negociación con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia apañan y convalidan el accionar subversivo y, bajo el pretexto de obtener liberaciones parciales, intentan legitimarlo.
El colaboracionismo ideológico que han demostrado Venezuela, Cuba, Francia, Ecuador y la Argentina con la causa de las FARC pone al descubierto la parcialidad de sus autoridades y, también, sus verdaderas intenciones. En realidad, la postura pro-guerrillera de los mencionados no debiera llamar la atención de ningún analista informado. El gobierno de Ecuador ha demostrado inocultables simpatías con la izquierda bolivariana y tierna debilidad por su principal vocero.
Francia se cansó de asesinar con salvajismo gente en Argelia. Cuba redujo a su población a condiciones de vida infrahumanas mientras financiaba, protegía y entrenaba a la guerrilla argentina que tiñó de sangre y violencia la historia del siglo XX en nuestro país; Venezuela vino a reemplazarla en el sostenimiento de la insurgencia latinoamericana cuando el régimen de la Unión Soviética se pulverizó por obra de su propia incompetencia. Y en la República Argentina son muchos los funcionarios, legisladores y hasta ministros cuyo pasado se asocia a la clandestinidad terrorista de los años ´70.
Entonces, apaña a la guerrilla internacional la Argentina cuando reclama al presidente Uribe por Betancourt como si fuese él quien la mantiene secuestrada pero enmudece frente a la barbarie cubana; cuando intercede a favor del diálogo con el terrorismo ante las autoridades colombianas pero no exige a Fidel Castro la liberación de Hilda Molina, madre de un ciudadano argentino, secuestrada y retenida contra su voluntad por orden expresa del propio Castro.
En el caso argentino y, a pesar de la letanía que repite el oficialismo sobre su apego reverencial al dictado de las mayorías, lo decodifican tergiversadamente como un acto democrático olvidando que la buena salud del sistema se manifiesta, por el contrario, en el respeto por las minorías. El kirchnerismo, para ser estrictos, hace agua con ambas porque está en el ADN del peronismo la utilización de las masas afines y el desprecio, hasta la persecución, del resto con lo que no es exagerado concluir que no respetan ni a unas ni a las otras.
Lo cierto es que la indignación de los países que rinden culto a los movimientos guerrilleros, en sus territorios y en los ajenos, es una buena señal. Por décadas tuvo el mundo que contemplar el festejo de sus “logros” y tolerar la alegría por las muertes que sus bombas provocaban. Es hora de verlos enojarse. Algo está cambiando.
Lic. En Ciencias Políticas (UCA)
mzaldivar07@gmail.com
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