VIDAS Y BIENES
Y qué de las vidas y los bienes de los argentinos
CORREO DE BUENOS AIRES manifestó en varias oportunidades que al matrimonio Kirchner le caía como anillo al dedo su personal guerra con la gente de campo porque lo ayudaba a ocultar otras serias falencias de su administración de cinco años. Incluso, podría afirmarse que el actual parate industrial y transportista por el desabastecimiento de materia prima y combustible con su posterior secuela de despidos y suspensiones, morigera el ocultamiento de otra crisis: la energética. Pero que no se vea no significa que el bolsillo no la sienta.
Del mismo modo, una gran inoperancia gubernamental se manifiesta en el tema de la seguridad que debería brindar el Estado a través de sus instituciones a las vidas y los bienes de las habitantes de este país. El tema quedó al garete en los últimos años al extinguirse el ex ingeniero Blumberg como referente de la sociedad en el tema seguridad o mejor dicho en la falta de ella, y porque inmediatamente se aplacaron los ánimos de los pocos políticos que en ese momento vislumbraron la posibilidad de encaramarse sobre ese justo reclamo popular.
Como no podía ser de otra manera, los hechos de violencia se están multiplicando en los últimos meses, semanas y días con una velocidad asombrosa en cuanto a la cantidad y virulencia de los casos. De nada han servido los experimentos al estilo de doctor Jekyll realizados en el Código Penal y que fueron arrancados al Congreso mediante motines populares y grandes concentraciones de personas. Esas reuniones fueron de mayor a menor en su convocatoria hasta su total desaparición mucho antes que su líder diera a conocer su decisión de presentarse como candidato político.
Lamentablemente, del mismo modo que hoy día parece normal ver a policías usando chalecos antibalas, a niños descalzos pidiendo limosna en los subterráneos o a compatriotas mayores y menores revolviendo bolsas de residuos buscando su sustento diario, los argentinos, en especial los de las grandes ciudades, se han acostumbrado a convivir diariamente con el delito sabiendo que a la vuelta de cualquier esquina o al llegar a su hogar pueden esperar para robarles, secuestrarlos o quitarles la vida.
Lo triste es que ante cada episodio delictivo de envergadura, la autoridades balbucean respuestas de ocasión para no quedar -eso creen- descolocadas ante la opinión pública: pueden crear la división de bicipolicías, preparar anillos concéntricos de seguridad para que los delincuentes no traspasen los límites de la ciudad (¿quién les hizo creer que se quieren ir?), asegurar que van a colocar más policías en las calles (¿para qué?), ordenar la compra de nuevos móviles policiales que al poco tiempo quedan fuera de servicio por falta de repuestos, crear más fiscalías barriales para que la Justicia esté más cerca del vecino, solicitar mayor presupuesto para equipamiento policial o intensificar los controles vehiculares en las calles. Y hay más, mucho más.
Como extraña paradoja en un sistema que permite el funcionamiento de una Nomenclatura que se deleita con todos los privilegios, los delitos se han democratizado. Hoy los funcionarios también temen por sus vidas. El vicejefe de Gabinete casi pierde la suya el año pasado y han sido asaltados los custodios del ministro de Economía, del Interior y del secretario de Seguridad de la provincia de Buenos Aires. Es el lento camino al país igualitario que desea el socialismo. Vista así, la igualdad no parece tan mala, reflexiona el hombre de la calle que quiere prisión, bala y menos derechos humanos para los delincuentes.
Si hoy se está mal y las autoridades, que saben o tienen la obligación de conocer dónde se piensan las fechorías y se ocultan los delincuentes después de cometerlas (si lo saben los vecinos, lo saben los funcionarios), hacen poco o nada, dentro de un tiempo se estará peor. Y el mañana queda a la vuelta de la esquina. Es pura lógica. Falta voluntad para solucionar el problema y no es ocultándolo bajo la alfombra que se va a solucionar. Si los políticos han evitado referirse el tema con claridad elección tras elección, los electores no le van en saga en cuanto a responsabilidad. Antes de lamentarse deberían elegir con más acierto a sus representantes, salvo que a ellos también les sirva el conflicto que mantienen los Kirchner con el campo para deslindar su compromiso en el tema de la seguridad.
SALINAS BOHIL
CORREO DE BUENOS AIRES
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