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martes, 17 de febrero de 2009

DEMAGOGOS


“EL PARASISTISMO SOCIAL DEL DEMAGOGO”
(Por el Lic. Gustavo Adolfo Bunse). 17/2/2009


La deshonestidad y la hipocresía tienen, cada una de ellas, cien variantes que son bien conocidas. Una sola de esas variantes tiene esencia histriónica y se alimenta de ambas : la demagogia.

Así como el termómetro para un actor de comedia es el aplauso, para los demagogos lo es, sin duda, la credibilidad que despierta su engaño.
Y cuando se perfila el inminente colapso de esta última, la velocidad del derrumbe resulta directamente proporcional a la cantidad de imbéciles por kilómetro cuadrado que papan moscas entre la ciudadanía votante.

Ante las catástrofes de la naturaleza, sean estas grandes o pequeñas, el gobernante demagogo no tiene opción : Hace lo que resulta su obligación primaria, pero como no tiene planes de emergencia, improvisa. Y no puede entonces, resistir la tentación de agregar un poco de su liturgia secreta para estafar los sentimientos y promover más adhesiones…
Su intención deshonesta aparece siempre enmarcada en algunos detalles que parecen imperceptibles.

Llegar tarde al lugar, y hacerlo con un ejército de camarógrafos, le permite convertir a su favor, aquello que es su obligación en un estrépito, aquello que es legal en un sacrificio personal y aquello que es pura ayuda desde el erario público, en la apariencia de un donativo de su propia generosidad

Elena Petrescu, la esposa del famoso dictador rumano Nicolae Ceausescu, cogobernaba de un modo operativo directo. Se presentaba hasta en las tragedias menores y entregaba dinero a la gente extrayéndolo de su propia cartera. Cuando se le terminaba, un lacayo volvía a llenarla en forma muy disimulada. El dinero del estado rumano, fluía así, desde la aparente caridad personalísima de esta farsante.





Al final, como toda historia de demagogos, la discusión popular ya había quedado reducida a elegir si era mejor fusilarlos a ambos o colgarlos boca abajo de un farol de alumbrado, lo cual tuvo lugar a fines de 1989.

Han sido muy pocos los demagogos de la historia mundial que supieron medir bien sus tiempos de actuación en el engaño y previeron los puntos de inflexión que fatalmente terminan siempre contaminando su farsa.

La conciencia crítica es casi un acto íntimo

El hipócrita, no ignora que está diciendo algo que no piensa ni siente.
Sabe perfectamente cuando y cómo engaña a la gente con sus actos y con sus palabras. Jamás se metería en el barro si no hay una cámara o un fotógrafo para registrar su rostro plañidero. El barro sólo sirve con foto.

Con un vestigio mínimo de moral, suele sentir el regusto amargo de saber que se lo reconoce y se lo aplaude por lo que en verdad no es.

Sueña con poder ser, en realidad, alguna vez, aquello por lo que recibe la adulación o el reconocimiento social. A veces se convence y hasta se mira en el espejo ensayando histriónicamente la emoción en sus ojos.
Pero es en vano. Se desespera en la intimidad por la certeza de que eso jamás ha de ocurrir en la realidad. Jamás se podrá meter en el cuerpo de ese personaje falso que ocupa impiadosamente para hacer su comedia.

Si quiere recibir ese reflujo de halagos en una posición simétrica con lo que irradia, deberá seguir engañando a todos.

Deberá seguir, en suma, siendo lo que es : Un gran hipócrita.

El barro de Tartagal sirve bien tanto para un barrido como para un fregado.

La oposición ni siquiera ha tenido la iniciativa – no digamos la viveza – de ir a verificar si las ayudas llegan o si las declamaciones de transferencia dineraria tienen algún mínimo viso de realidad.


Sin dudas, la traslación logística del gobierno, signada por el “punterismo” más corrupto que tuvo el país, es imposible que coincida con la promesa y el llanto fácil arrojado a un pueblo ya arrasado y desesperado.

Existe, no se dude, un abismo de distancia entre los números del reparto decretado y la proporción algebraica de dinero goteada a sus destinatarios

Así es, por cuanto la demagogia navega alegremente entre la orfandad de auditorías. Allí germina y reverdece.
La Auditoría General de la Nación argentina, es controlada insólitamente por la familia del funcionario que distribuye los fondos y las partidas.

En tal sistema cloacal, propio del crimen organizado, se practica una actividad de predación clásica : El parasitismo social.

El parasitismo social es la variante humana criminal de todos los procesos conocidos en la flora y la fauna. En estos últimos reinos, el parásito es agresivo… se alimenta de su huésped, animal o planta, al que debilita pero nunca mata, porque sería como firmar su sentencia de muerte.

Su huésped es quien lo alimenta y el parásito no depreda. Vive de su presa a la que va devorando. Vive de un capital que dilapida y sin embargo mantiene a su huésped con vida…se limita a cobrar los intereses, sin tocar el capital.

El parasitismo social del demagogo , en cambio, tiene una esencia criminal y suicida a la vez, por cuanto depreda todo.
Y lo hace en forma absolutamente ciega.

Y allí va… recto, hacia su propia muerte.

Pero antes de eso… nos lleva puestos.

Lic Gustavo Adolfo Bunse
gabunse@yahoo.com.ar

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