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sábado, 21 de febrero de 2009

EL PERONISMO CAMBIA DE CARA




Los peronistas son leales al poder. Son pragmáticos por principio. Un puñado de díscolos aparte, mientras el caudillo de turno puede garantizarles votos y fondos, no tendrán empacho en cohonestar sus caprichos y repetir sus consignas favoritas con convicción aparente, pero en cuanto sospechan de que su carisma ha dejado de funcionar, lo abandonarán a su suerte sin pensarlo dos veces.
Por James Neilson

NuevoEncuentro 21/02/09



Es que los peronistas ya están tan acostumbrados a sobrevivir a desastres políticos descomunales, arreglándoselas para salir de ellos más fuertes que antes, que a los más curtidos no les inquieta demasiado la caída estrepitosa de las acciones de la pareja gobernante.
Para cualquier otro movimiento político, el que según las encuestas de opinión el grueso de la ciudadanía no quiera saber nada de sus líderes sería motivo de angustia. Para el peronismo, sólo significa que ha llegado la hora de encolumnarse detrás de un jefe diferente y de brindar la impresión de comprometerse con un ideario que sea más acorde con los tiempos que a su juicio pronto correrán. Hacerlo no les supondrá ningún psicodrama del tipo que suele atormentar a radicales y socialistas en circunstancias equiparables; cuando de la ideología se trata, son por vocación nómadas, de ahí la despreocupación con la que tantos ya han pasado por territorio menemista, duhaldista y kirchnerista en busca del pan de cada día.
Aunque nadie ignora que Néstor Kirchner y su esposa siguen contando con bastante poder y que la caja que manejan todavía contiene mucha plata, la mayoría de los peronistas entiende que el ciclo kirchnerista está acercándose a su fin y que por lo tanto tendrán que prepararse para un futuro sin duda problemático, en que el papel del matrimonio se asemejará al desempeñado desde el 2003 por otro ex presidente que por algunos años era considerado hegemónico, Carlos Menem. Los que creen que el interregno ya ha comenzado, están procurando decidir si les conviene más continuar apoyando a quien sigue siendo el jefe formal del PJ y el dueño de la caja, o alejarse de él para asegurarse un lugar digno en la nueva jerarquía peronista que se consolidará cuando los Kirchner estén de regreso en Santa Cruz o, lo que es más probable, estén deambulando por los tribunales en la Capital Federal.

Puesto que el país no tardará en acusar el impacto de un tsunami económico tan violento que podría modificar radicalmente el panorama social y político, es aventurado intentar prever las próximas mutaciones del peronismo, pero tal y como están las cosas parecería que el movimiento adoptará un cariz explícitamente conservador, si bien los responsables del cambio negarán tener prejuicios “derechistas”. La creación de un eje, aún precario, entre el ex gobernador Felipe Solá, el diputado acaudalado Francisco de Narváez que, por haber nacido en Colombia, no podrá postularse para presidente de la República a menos que se reforme la Constitución nacional, y el intendente porteño Mauricio Macri, una especie de liberal con rasgos personales que son propios de un peronista genético, ha dado un impulso poderoso a la metamorfosis que está experimentando el peronismo y bien podría prefigurar la forma que asuma el movimiento para afrontar los desafíos con los que la década venidera se encargará de bombardearlo.
Consciente de que podría resultarle peligroso quedar pegado a los Kirchner, otro peronista conservador, Carlos Reutemann, declaró la independencia hace algunos días dando un portazo al bloque senatorial del Frente para la Victoria, atribuyendo la decisión a motivos “personales y políticos”, lo que, como es habitual en él, no explicó nada. Siempre y cuando opte por presentarse, Reutemann sería el rival interno más serio que tendría Solá en la lucha por suceder a Cristina. Competirían por la misma franja del electorado, la conformada por quienes creen que sería mejor que el próximo presidente fuera peronista, pero no demasiado, y están hartos de la manía maniquea kirchnerista de ver todo en términos conflictivos para entonces embestir con agresividad vengativa contra los malos de su película particular. De los dos, Reutemann goza de la ventaja de ser conocido en todo el país merced a sus hazañas deportivas. Solá es relativamente fuerte en la provincia de Buenos Aires, donde está en condiciones de aprovechar sus vínculos con diversos intendentes del conurbano y los operadores que hacen funcionar el aparato peronista. Sea como fuere, para la alianza tripartita de Solá, De Narváez y Macri, Reutemann es un problema; lo lógico sería que lo incorporara a su facción, aunque sólo fuera a fin de hacer creer a los vacilantes de que la renovación peronista ya es irrefrenable y que sería inútil tratar de oponérsele, pero sucede que en la política nacional escasean los dirigentes que estén dispuestos a arriesgarse pactando con quienes podrían llegar a hacerles sombra.

Para Macri, el juego es otro. Repudiado una y otra vez por la jefa de la Coalición Cívica, Elisa Carrió, por razones que según ella tienen que ver con la ética, lo que dificultaría la eventual formación de un frente amplio antikirchnerista que abarcara a todos los comprometidos con ciertos principios democráticos fundamentales, Macri no puede aspirar a ser elegido presidente si el movimiento que encabeza queda efectivamente circunscrito a la Capital, de suerte que ha tenido que buscar aliados en el resto del país en lo que suele considerarse el lado derecho del panorama político. Su imagen es positiva en el conurbano, pero no lo suficiente como para minimizar la desventaja que le plantearía la debilidad del PRO. Así y todo, costaría creer que Solá lo ayudaría a penetrar en un distrito que él tendría que dominar para tener una posibilidad de triunfar en las elecciones presidenciales previstas para el 2011. En cambio, De Narváez, que tiene la gobernación en la mira, no tendría por qué preocuparse por el hipotético crecimiento del macrismo con tal de que el porteño aceptara respaldar sus aspiraciones forzosamente limitadas.
Carrió está observando la evolución acelerada del peronismo bonaerense con cierta alarma. Es comprensible: lo último que necesita es que el PJ logre sacarse de encima a los Kirchner para transformarse en un partido al parecer moderno y moderado. Por eso, achaca las maniobras que están dándose a la astucia maquiavélica de Eduardo Duhalde que, dice, quiere impedir que la oposición se consolide tragando los pedazos más digeribles. Claro, lo que Lilita quiere es ser la jefa indiscutida de una alianza de casi todos los partidos que a su juicio merecen respeto y, pese a sus dudas sobre Macri, estaría preparada para convivir amablemente con aquellos militantes de PRO que supone moralmente aceptables. Por lo demás, quisiera creer que en esta ocasión los peronistas resultarán incapaces de salir casi indemnes de los escombros dejados por el colapso estrepitoso de un gobierno que virtualmente todos respaldaron.

De ser la Argentina un país “normal” y el peronismo un movimiento ídem, el ocaso del matrimonio Kirchner prenunciaría la llegada al poder de un gobierno de otro signo partidario, fuera éste de centroizquierda o de centroderecha, pero bien que mal aquí no rigen las reglas habituales. Por estar tan fragmentada la oposición frontal, y por ser tan hábiles los peronistas cuando es cuestión de hacer valer su presunta condición de garantes únicos de la gobernabilidad, de este modo chantajeando al electorado al recordarle que no obstante sus propias deficiencias podrían hacerle la vida imposible a cualquier intruso de origen radical o socialista, Reutemann, Solá y, tal vez, Daniel Scioli, y hasta Macri, si éste logra peronizarse a tiempo, tienen motivos de sobra para creer que entre ellos está el próximo presidente.
En las semanas últimas, el ritmo de la política se ha vuelto más rápido. Cara a las elecciones legislativas de octubre, pero sin perder de vista las presidenciales del 2011, las distintas facciones se han puesto a reorganizarse y a probar suerte con combinaciones novedosas que, esperan, les permitirán prosperar luego de la salida del escenario de los Kirchner. Lo que no se detecta, en cambio, es la plena conciencia de que en los meses próximos habrá más en juego que las eventuales candidaturas y la confección de listas electorales.
Se ha criticado mucho a Néstor Kirchner y Cristina por no haberse dado cuenta enseguida de la magnitud de la crisis económica internacional y de lo costoso que le resultará al país, pero distan de ser los únicos que suponían que sólo se trataba de un mal momento que no tardaría en pasar. Casi todos los mandatarios del mundo han subestimado la gravedad de lo que está sucediendo, no sólo porque han querido “restaurar la confianza”, sino también porque no imaginaban que países al parecer tan sólidos, y tan fiscalmente virtuosos, como Alemania y el Japón, serían golpeados con dureza brutal.

La crisis ya está haciéndose sentir en la Argentina, la que debido a su dependencia del precio de la soja y otras commodities podría estar entre los países “emergentes” más afectados. Sería bueno, pues, que los interesados en suceder a los Kirchner pensaran ya en lo que más convendría hacer para atenuar el impacto y preparar al país para un período acaso prolongado caracterizado por una recesión, cuando no una depresión mundial y las convulsiones políticas que la acompañarían. Noticias

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