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martes, 24 de julio de 2007

EL DISCURSO

Convertiré a Samaria en un montón de ruinas; esparciré sus piedras por el valle y la dejaré al descubierto.
Miqueas 1:6

El profeta Miqueas anuncia la destrucción de Samaria, capital del reino del norte. Sin embargo, su mensaje va mayormente dirigido a los líderes corruptos del reino del sur, conocido como Judá. La denuncia constante seguida de exhortación desemboca finalmente en la destrucción de la ciudad en manos del imperio asirio.

Muchas de las enfermedades del sistema político se originan en la cabeza, la cúspide de la pirámide del poder. En este sentido la avaricia económica desenfrenada, la perpetuación en el gobierno inmaculada, las desprolijidades en la gestión y la realidad enmascarada constituyen estratagemas en torno al único fin: La expoliación de la dignidad republicana.
Podemos trazar un paralelo entre las circunstancias que llevaron al fin de Samaria con los acontecimientos de corrupción que afloraron uno a uno en forma sistemática en nuestro país.
La crisis está al desnudo pero el Gobierno aún persiste en utilizar atavíos discursivos. Los casos Skanska, la bolsa en el baño, el nepotismo en la Secretaría de Ambiente y ahora las sospechosas transacciones de fabricaciones militares que comprometerían al Ministerio de Defensa dan cuenta de una realidad que aflora desde lo más profundo de una gestión insistente en el manejo de un discurso que, indudablemente corre por una vía paralela a los acontecimientos diarios. ¿Ha perdido el discurso del poder, el poder del discurso?
El filósofo político florentino, Nicolás Maquiavelo (1469-1527) presenta una serie de consejos acerca de cómo debe ser un Príncipe.
Es mejor ser temido que amado. Debe hacerse temer de manera que, si le es imposible ganarse el amor, consiga evitar el odio. En palabras maquiavélicas puede combinarse el ser temido y el no ser odiado.
Un segundo consejo es abstenerse siempre de los bienes ajenos. Es decir, no tocar los bienes de los ciudadanos salvo en época de campaña militar. Allí le es lícito nutrirse de botines, realizar saqueos, establecer impuestos extraordinarios ya que, de lo contrario perdería la fidelidad de sus soldados. ¿Será que este vicio de adueñarse del Estado se pone en práctica en nuestro país bajo banderas de campaña electoral? Este "ejemplo" a impartir se torna en "necesario" a la hora de pretender con éxito mantener el monopolio de la coacción.
Parecer más que ser es el tercer consejo. Poseer cualidades observables es perjudicial siempre pero, si aparenta tenerlas, resultan útiles como el parecer clemente, leal e íntegro.
Sin embargo, una actitud del Príncipe puede debilitar su poder al punto de traer aparejada su ruina. Se trata del desprecio y el odio del pueblo. Justamente este componente desbalancea su fortuna.
"Un Príncipe debe tener poco temor a las conjeturas cuando goza del favor del pueblo; pero si éste es enemigo suyo y lo odia, debe temer de cualquier cosa". Mantener satisfecho a la ciudadanía es tajante a la hora de sostener la gobernabilidad.
Ahora bien, si tomamos la concepción del Estado hobbesiano donde cada sujeto ha entregado su voluntad individual para la conformación de un gran pacto que permita el abandono del estado de naturaleza para el surgimiento de una sociedad civil en cuya cima se ubica la autoridad política de turno, nos preguntamos: ¿Dónde está la falla?, ¿es este tipo de voluntad corrupta la que delegó el pueblo soberano en manos de su representante?
Aquello que sucede al interior del aparato estatal en sus distintas ramificaciones, carteras o ministerios replica, sin lugar a dudas, el ejemplo de la cúspide gobernante. Los escándalos no son hechos aislados sino que se enmarcan en una estructura macrocefálica de modus operandi político. Si los soldados traen estos resultados del campo de batalla, primeramente han imitado al jefe del ejército.
Los hechos dicen más que el discurso. La ciudadanía ya se ha percatado de la falta de integridad del poder hegemónico. De aquella cualidad basada en el principio moral de conducta recta, honesta y sincera. La astucia de la zorra engañosa como encubrimiento malicioso o desconocimiento grotesco esta vez no funcionó.
Sobre la Samaria política ha caído la luz y quedó al desnudo. Esperemos que el cambio no se traduzca en perpetuación.
Gretel Ledo
abogada, politóloga, asesora parlamentaria.
gretel.ledo@gmail.com
FTe: Nova

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