LA MALDICIÓN DEL MICROCLIMA
Por Alberto Medina Méndez (*)
Algunos lo consideran ineludible. Todos somos, de una u otra manera, victimas de este efecto que nos invade a diario. Es que el ámbito en el que nos movemos, aquellos con los que charlamos, el círculo en el que nos desarrollamos en lo profesional, nos invita permanentemente a compartir ideas, impresiones, sensaciones con gente parecida a nosotros. Eso hace que creamos que la realidad es solo esa fotografía. Pero sucede que los que están a nuestro alrededor razonan como nosotros, forman parte de ese entorno mas próximo, poseen idéntica formación, pertenecen a un mismo contexto y hasta probablemente viven en áreas geográficas cercanas a las nuestras.
Ellos son, efectivamente, una muestra de la sociedad. Pero son una mala muestra cuando suponemos que lo que ellos piensan, podemos trasladar linealmente al resto de la comunidad como si fuera la totalidad de ella. Este influjo, aparentemente inevitable, hace que hasta los más sagaces se equivoquen y crean que sus apreciaciones son compartidas por el resto de la comunidad.
Lo concreto es que, muchos en ese esquema, engañados por su percepción y también por los propios rasgos de su personalidad, confunden lo que querrían con lo que es. Solo con ese dato asumen que la sociedad está conforme o disconforme según sus propios pareceres. Mucho de eso tiene que ver con el terreno de las suposiciones y visiones siempre subjetivas, en las que los más cercanos, influyen de modo determinante.
Lo que ningún astuto puede ignorar, es que ese mirada contaminada, a la que ninguno de nosotros puede abstraerse, es solo eso, un espacio reservado para lo que piensa un sector de la sociedad, pero de modo alguno lo que concibe la comunidad en su conjunto.
La Real Academia Española define al microclima como ese clima local de características distintas a las de la zona en la que se encuentra. Y vaya si el término explica la sesgada forma en la que muchos analizan lo que nos sucede a diario.
Cuando escuchamos hablar a políticos, oficialistas y opositores, a periodistas de diferentes medios, analistas de distintas miradas ideológicas, dirigentes de cualquier sector o hasta líderes sindicales o académicos, vemos el aplastante efecto de estos reduccionismos que imposibilitan ver lo evidente al caer en la generalización lineal de lo que escuchan a su alrededor.
La realidad es compleja, vaya si lo es. Influyen en ella múltiples procesos simultáneos que operan entrelazándose entre si. Es preocupante, que gente preparada, con formación sobrada en variadas disciplinas, haya tropezado ante la tentación de arrogarse el pensamiento ajeno, en función de una simplificada proyección, en base a lo que algunos pocos expresan.
Cuando esas observaciones inocentes son solo parte del debate de la reunión de café o la ronda de amigos, no tiene mayor impacto, y todo queda en la anécdota. Ahora, cuando ese modo de reflexionar, deja su huella en la toma de decisiones de la alta política, de la economía a gran escala o de las estrategias partidarias, el tema toma otra dimensión.
Es que el mundo se mueve, también por expectativas. Cada uno de nosotros proyecta su futuro, avanzando o retrocediendo en función de lo que creemos que sucederá. La continuidad de una política o la modificación de ella, influye categóricamente en lo que haremos o dejaremos de hacer marcando el rumbo de todos los proyectos personales, políticos o empresariales.
La venda que nos impone esa acotada visión que nos rodea, hace que creamos que afuera está soleado cuando en realidad llueve torrencialmente, o a la inversa. En ambos casos, esa tendenciosa mirada de lo que suponemos es la verdad, está distorsionada y nos aleja del mundo real, con el que nos toparemos irremediablemente en algún momento.
Ya no alcanza ni la perspicacia, ni el instinto, ni siquiera la información. Se trata en todo caso de tener la agudeza perceptiva de entender como funcionan las sociedades y a que estímulos responden, cuanto de ingenuas tienen y cuanto de lúcidas las explica.
Los demagogos de siempre, especulan hasta el cansancio con sus repetidas fórmulas. Sus propios entornos los convencen de que las perversas prácticas del pasado darán resultado nuevamente y que la sociedad les comprara “espejitos de colores”, otra vez.
Es lo que, entienden, les dice la experiencia y apuestan a ello alimentados por los aduladores que nunca faltan y los embaucadores profesionales, que le dicen lo que quieren escuchar, es decir que todo lo que hacen es correcto.
Por eso insisten con su modelo populista. Esperan nuevos aplausos. Por ello preparan una renovada batería de medidas para cada momento, esas que aportaron éxitos y que proyectan hasta el infinito.
Los opositores hacen lo propio. Creen que cualquier actitud oficialista caerá en desgracia. Sus seguidores los seducen con la idea que el oficialismo está en caída libre y que nada detendrá ese proceso. Esa mirada, los hace confiados, y entonces se vuelven vulnerables e ineficaces, porque suponen algo que no ocurrirá de modo alguno.
Para los que apuestan sus fichas a una sociedad ignorante y que siguen insistiendo, de un lado y otro, con el despreciativo argumento de que no estamos preparados para vivir en democracia, y que solo la educación nos liberará, habrá que decir que hay que dejar de subestimar a la gente, y trabajar mucho mas sobre si mismos si quieren interpretarla. Incontables fracasos de inteligentes estrategas respaldan esta afirmación. Abundan ejemplos de estruendosas derrotas de los soberbios analistas que minimizan la intuitiva percepción de la sociedad para identificar a los rapaces de siempre.
Los microclimas condicionan la forma de tomar decisiones. Lo cierto es que, cuando llega la hora de que el pueblo tome la palabra, siempre lo hace en el sentido de sus sensaciones. No seleccionan a nadie por error. En todo caso esos se han tomado la tarea de interpretar mejor, lo que la gente cree. Si alguien quiere recibir los favores de la sociedad en una elección, mas vale que se ponga a trabajar en serio y a hacer lo esperado. Las especulaciones que movilizan el patético y servil entorno de las dirigencias que solo hace negocios para sí, solo lleva a los lideres a recorrer los caminos mas torpes y menos conducentes de la política doméstica.
El mundillo en el que todos estamos inmersos, es una constante amenaza que nos lleva a perder contacto con la realidad. Entender a la sociedad, interpretarla acabadamente, descifrar sus reales intereses y percibirlos con claridad no es tarea para cualquiera. Hasta el más instruido puede ser engañado por las fantasías de su propia mente, y sobre todo por ese séquito que lo rodea y contribuye a su confusión cotidiana, orientando sus decisiones en el sentido inadecuado. Mientras tanto todos corremos el riesgo de ser las nuevas victimas de la maldición del microclima.
(*) Crónica y Análisis publica el presente artículo de Alberto Medina Méndez por gentileza de su autor.
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