SADOUS
Por Marcelo Gioffré
Fue embajador en Venezuela hasta que lo reemplazó la azafata preferida de Chávez. Denunció en Cancillería, por medio de cables, que había una suerte de embajada paralela y que corrían por allí negociaciones con empresarios argentinos que deseaban exportar a Venezuela. Bielsa según se dice se lo advirtió a Kirchner mediante cartas. Lo silenciaron.
Cuando el tema se hizo público, previsiblemente los empresarios, los exportadores argentinos que habrían pagado las dádivas, negaron todo: ¿qué iban a decir? Cuando la prensa movilizó el tema, muchos comunicadores oficialistas sostuvieron que habían corrido inútilmente ríos de tinta en un tema en el que no había nada, que era pura ficción.
Como en una historia en la que van cayendo testigos en peligro, cuando Taina aceptó que Sadous declarara en el Congreso, lo echaron. Lo primero que dijo su sucesor, el gran twittero Héctor Timerman, fue que Sadous debería ser cauteloso por el secreto diplomático, que podría declarar pero con límites, como si lo que estuviera en juego fuera una hipótesis bélica con Venezuela.
Y agregó que la “embajada paralela” sólo existía como una fantasía de Clarín. Después se retractó un poco y, por fin, ante los hechos irrevocables, pidió que toda la declaración se hiciera pública. Es decir, pasó del secreto absoluto a la publicidad absoluta. De negar a decir “Sí, y qué”.
De Vido, por su parte, negó primero la existencia de la embajada paralela, para admitirla después, pero arguyendo que había sido una forma de sustituir promiscuamente a un diplomático mediocre que se dedicaba sólo a los canapés en los cócteles, aunque no explicó el porqué habían mantenido en el cargo a quien juzgaban tan incompetente.
Es decir que la embajada paralela pasó de la inexistencia a la existencia, alquímicamente, pasó del “no existe” al “existe y me la banco”. Primero dijeron que Sadous era un buen diplomático, luego De Vido dijo que era un inútil y un delincuente, más tarde Aníbal Fernández sostuvo que había estado un poco desproporcionado y, por fin, la señora Cristina dio por cerrado el caso, como si hubiera algún apuro.
¿No son demasiados cambios de opinión para algo que fuera totalmente claro y transparente? ¿No recuerdan estos zigzagueos al famoso “no aclare que oscurece”? ¿Qué dicen ahora los periodistas anticlarinistas que en su momento acusaban al diario de escribir páginas y más páginas con un caso según ellos puramente espumoso?
Lo concreto es:
1) No existen en comercio exterior comisiones del 15 por ciento. A lo sumo llegan al 2 ó 3 % para quien arrima un cliente.
2) En tal caso, el pago es totalmente en blanco y hasta se declara en los documentos de exportación, mientras que aquí los depósitos se habrían realizado mediante triangulaciones en cuentas y a favor de empresas off shore, típicos entes que se usan para clandestinizar situaciones.
3) Sadous, según me lo han manifestado personas que lo conocen bien, por ejemplo ex jefes suyos en Cancillería, es un diplomático de buen nivel y lejos está de las notas injuriosas con las que De Vido pretendió rebajarlo.
4) Si Sadous hubiera sido un inútil que iba de cóctel en cóctel deberían haberlo removido, pero la incomprobada incompetencia de Sadous no sería en ningún caso un aval para erigir una oficina paralela con propósitos mercantiles, para decirlo suavemente.
Todo parecería indicar que, en el cuarto piso de la Torre Europa de Caracas, habría funcionado una legación clandestina y aparentemente espuria dedicada a las tareas “non sanctas” que el diplomático refiere con detalle.
Que las empresas argentinas que quisieran exportar debieran abonar una especie de comisión, demasiado abultada para ser digna de esa calificación, a una suerte de embajada paralela, tiene un nombre: corrupción. Aún no está del todo probado, pero para probarlo, ¿no sería suficiente la declaración de Sadous, máxime tratándose de un funcionario sin tachas? ¿Qué más debería pedirse? ¿Es acaso necesario que los presuntos coimeros se autoincriminen?
Ahora, bien, si Sadous bastara, ¿no es breve el paso de la “embajada paralela” a la Cancillería kirchnerista y, por ende, a Kirchner?
¿Por qué entonces la Presidenta quiere dar por cerrado el caso? Y, de llegarse a Kirchner, ¿cuál sería el castigo no ya judicial sino político de semejante conducta?
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