MAESTROS DEL TERROR
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Maestros del terror
Quienes deben educar en la paz, el cumplimiento
de la ley y en la vigencia del derecho aleccionan a
sus estudiantes para que salgan a cortar las calles.
por Carlos Mira
El caso de los alumnos de la escuela del barrio de Balvanera que atacaron a trompadas y patadas a un padre que intentó romper un piquete es por demás sintomático de la revolución que ha estado ocurriendo sigilosamente en los últimos años en la Argentina.
Profesores y preceptores del colegio manifestaron que los hechos ocurrieron porque esta persona "intentó pegar primero" a uno de los alumnos que cortaban el paso, en un ensayo de justificación de lo que había ocurrido. Hay versiones, incluso, que dicen que los aprendices de piqueteros salieron a la calle estimulados por los profesores y las autoridades del colegio.
Aparentemente, el motivo del amotinamiento era el reclamo por calefacción y el funcionamiento de los baños. Nadie duda de que los colegios deben tener las mejores condiciones posibles para estudiar. Que en invierno no debe hacer frío y en verano no debe hacer calor. También que los baños deben funcionar correctamente. Sin embargo, cuando yo era chico también hacia frío en las aulas y los baños de mi escuela pública no eran los mejores, pese a lo cual a ninguno de nosotros se nos ocurría salir a la calle a cortarla y a cacarear a trompadas a la gente.
El hecho de tomar como normal la acción directa violenta para imponer cualquier reclamo es parte de ese cambio solapado, pero continuo, que ha estado ocurriendo en el país. "La única forma de que se nos escuche es armando un piquete", dijo alguna de las profesoras, admitiendo de cierta manera que ellas estaban detrás de la protesta y que no era una mera ocurrencia de los estudiantes. Y en cierta forma tiene razón: la Argentina de la violencia se ha acostumbrado a que esas son sus maneras, esos son sus métodos, esos son sus modales.
La argumentación sobre el intento del padre agredido de "pegar primero" es francamente patética. Más allá de que intenta justificar lo injustificable, olvida que la primera violencia es la de ocupar el espacio público e impedir la circulación. No hay "ocupaciones pacíficas", como muchos periodistas se han acostumbrado a decir cuando pretenden describir una situación de "toma" de un sitio en donde todavía no voló una trompada o sonó un tiro, como si sólo esas manifestaciones fueran violentas. No, no, no. La violencia ya se ejerció cuando la fuerza bruta dispuso de lo que no es suyo para presentar un supuesto reclamo. No existe tal cosa como "ocupación pacífica" o "corte pacífico". Toda ocupación y todo corte son violentos por definición.
Tampoco puede admitirse el argumento supuestamente progresista de que la primera violencia es no haya calefacción o no funcionen los baños. Esa es una verborragia estúpida y demagógica. Señalar las escaseses como "violencias" es un golpe bajo inadmisible, porque escaseses, después de todo, tenemos todos. Es lo mismo que decir que "lo que es violento es el hambre". Sí, sí, quedará muy lindo y muy políticamente correcto decirlo, pero la fluidez cotidiana de la vida no puede basarse en que para contrarrestar la "violencia" no resuelta del hambre se sale a matar gente por la calle porque esta es, en todo caso, una violencia "menor" que aquella. Esos retorcimientos marxistas ya sabemos cómo terminan.
Lo cierto es que la cultura profunda del país ha estado sometida a estos bombardeos gramscianos desde hace décadas y los resultados están a la vista: quienes deben educar en la paz, el cumplimiento de la ley y en la vigencia del derecho aleccionan a sus estudiantes para que salgan a cortar las calles y, cuando todo eso deriva en hechos de violencia mayor, salen a defenderlos con estupideces mayúsculas que avergonzarían a cualquiera que haya sido maestro de verdad.
Hablar contra la violencia porque no les queda otro remedio será también políticamente correcto. No obstante, lo que en definitiva cuenta son los hechos. Y los que deben expandir los horizontes de la educación y del respeto han dado en los últimos días una muestra clara de cuáles son los patrones de su pensamiento.
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