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viernes, 19 de diciembre de 2008

EL VICE REBELDE

Río Negro - 19-Dic-08 - Opinión
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Columnistas
El vicepresidente rebelde

por James Neilson

Néstor Kirchner tiene buenos motivos para odiar al vicepresidente Julio Cobos, quien conforme a él es líder de la oposición y por lo tanto merece ser aniquilado. Verticalista por vocación, supuso que, como los demás integrantes del gobierno, el radical mendocino comprendería que a cambio de la sinecura que le ofreció tendría que limitarse a cumplir sin chistar las órdenes del jefe máximo. Cuando pesaba el pro y el contra de nombrarlo como compañero de fórmula de su esposa, no se le cruzó por la mente que Cobos pudiera tener ideas y principios propios. Desde el punto de vista del santacruceño, el único con derecho a pensar y opinar es él mismo, razón por la que nunca celebró reuniones del gabinete. ¿Por qué perder el tiempo discutiendo asuntos importantes con subordinados? Sería como si un mariscal de campo debatiera estrategia con el encargado de lustrar sus botas. Puede entenderse, pues, la indignación que se apodera del ex presidente toda vez que recuerda lo que hizo Cobos algunos meses atrás. En su mundo particular, los empleados ni siquiera tienen derecho a levantar la voz.

El reemplazo de Néstor Kirchner por Cristina de Kirchner no cambió nada. El estilo de gobierno siguió siendo el mismo que antes. La presidenta es tan reacia como su marido a compartir responsabilidades con otros, lo que a su juicio sería humillante porque significaría poner en duda su autoridad, y por lo tanto no se le ocurrió asegurarse de que el vicepresidente y todos los ministros se sintieran plenamente comprometidos con las retenciones móviles y coincidieran en que las protestas agrarias se inspiraron en algo mucho más siniestro que la resistencia a pagar un impuesto considerado punitivo. De haberse dado el trabajo de consultar a diario con quienes al fin y al cabo conformaban su equipo como hacen los gobernantes de otros países democráticos, Cristina se habría ahorrado el sobresalto desagradable que Cobos le asestó cuando, para el asombro general, votó contra el proyecto de ley oficial. Hace un par de días, en una entrevista con "Río Negro", Cobos sostuvo que lo hizo para impedir un estallido social "porque el país estaba al borde de la crispación" y, tal y como estaban las cosas, de haberse aprobado las retenciones móviles "el gobierno quizá hubiera tenido que irse". Es posible que esté en lo cierto, puesto que un voto positivo de su parte podría haber desatado el cacerolazo más ruidoso de la historia del país.

La forma kirchnerista de gobernar sólo puede funcionar si los demás integrantes del gobierno se resignan a su condición servil. Para que lo comprendan, toda vez que uno procura hacer gala de cierta independencia, por mínima que fuera, es expulsado en la primera oportunidad. Es lo que les sucedió a Roberto Lavagna y a Martín Lousteau, y bien le podría suceder al jefe de Gabinete actual, Sergio Massa, si éste sigue dando a entender que se cree capacitado para aportar mucho más al país que sonrisas y explicaciones tendenciosas de las medidas tomadas, sin su participación, por sus superiores. De este modo, el gobierno propende a hacerse cada vez más chato al abandonarlo los menos obsecuentes y consolidarse en sus cargos los dispuestos a satisfacer las exigencias inexorables del matrimonio. No es ninguna casualidad que, por primera vez en muchos años en un país acostumbrado a los "superministros" , el encargado de Economía sea un virtual desconocido que fue elegido para ocupar el puesto porque no se animará a discrepar con el auténtico mandamás que es, cuando no, Néstor Kirchner.

Lo más llamativo de lo que está ocurriendo no es que los Kirchner se las hayan arreglado para rodearse de incondicionales que se limitan a obedecer órdenes, sino que buena parte del resto del país lo haya consentido. Con escasas excepciones, los políticos son autócratas natos, pero en los países democráticos tienen que aprender a convivir con otros que son igualmente arrogantes. Aunque casi todos los presidentes y primeros ministros del mundo preferirían que el gobierno que encabezan estuviera conformado por personas que no se atreverían nunca a criticar una propuesta formulada por el jefe, no pueden hacerlo porque ni sus propios partidarios ni la ciudadanía en su conjunto soportarían ser gobernados por mediocridades. Es por eso que a través de los años se han desarrollado instituciones que sirven para mantener bajo control los instintos autocráticos de quienes se dedican a acumular poder y que, de tener la oportunidad, continuarían haciéndolo hasta convertirse en monarcas absolutos.

Por desgracia, en la Argentina dichas instituciones no funcionan como es debido. Han resultado ser tan fuertes las tradiciones autoritarias que abundan los legisladores que aprueban automáticamente todas las iniciativas que proceden de la Casa Rosada y son muchos los gobernadores provinciales que, conscientes del poder de la caja, también se proclaman en favor del "proyecto" personal de los Kirchner. He aquí el motivo por el que a menudo la oposición al gobierno de turno no se hace sentir en el Congreso sino en la calle. El clima de crispación que según Cobos pudo haber dado pie a un estallido social equiparable con el que puso fin a la gestión del presidente Fernando de la Rúa se manifestaba fuera de las instituciones presuntamente representativas y, de agravarse mucho más la crisis económica que ya se ha iniciado, la calle podría volver a tener la última palabra.

Si bien la disputa realmente insólita entre Kirchner y Cobos puede atribuirse a sus respectivas personalidades, el que el vicepresidente sea un referente opositor es un síntoma evidente de la precariedad del sistema de gobierno monárquico que en efecto se da en el país. Lo sorprendente no es que Cobos se haya rebelado contra quienes creían que se conformaría con un papel totalmente pasivo, sino que hasta ahora pocos integrantes del gobierno hayan protestado contra el trato despectivo que habitualmente reciben del matrimonio reinante. Lavagna aparte, hasta ser despedidos porque podrían tener algunas ideas propias, quienes han trabajado para los Kirchner se han hecho notar por su docilidad. Se trata de una cualidad que los autócratas inseguros suelen apreciar, pero no de una que debería predominar en un gobierno nacional que, se supone, tendría que estar integrado por personas capaces de asumir las pesadas responsabilidades que en buena lógica les corresponden.

JAMES NEILSON

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