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martes, 19 de octubre de 2010

PERONISTAS




(Por Vicente Massot)

José Manuel de la Sota, que habla con todo el mundo y pretende ser electo, una vez más, gobernador de Córdoba el año entrante, repite en estos días ante sus ocasionales interlocutores -que no son pocos- un vaticinio al cual cada día adhieren más peronistas: el próximo presidente -dice- será Daniel Scioli.



Por su lado Carlos Corach, uno de los más astutos ministros del Interior que se recuerden en la Argentina contemporánea, insiste en sus habituales reuniones -en su estudio de la calle Belgrano al 700 ó cuando oficia de invitado- que, tal como están las cosas, el peronismo difícilmente pueda ganar las elecciones presidenciales de octubre de 2011. También Eduardo Duhalde tiene opiniones que ventilar. Desde hace tiempo reitera, a semejanza del ex– titular de la cartera política menemista, que así el radicalismo lleva las de vencer y el peronismo -desunido como está- las de perder. Por eso se desvive pensando en Scioli, convencido de que Reutemann se quedará en su casa.



La mención de las tres figuras justicialistas no tiene por objeto confrontar sus opiniones y concluir que los pálpitos, vaticinios y análisis que en estos momentos pueblan el país político son tan disímiles —inclusive entre miembros de los mismos partidos— que más vale andar con cuidado a la hora de hacer un pronóstico respecto de los cruciales comicios por venir. De la Sota, Corach y Duhalde fueron citados, tan sólo, para graficar ese verdadero berenjenal en el cual se halla metido el movimiento fundado en 1945 por Juan Domingo Perón.



La verdad es que en el PJ nadie sabe a qué atenerse y conforme transcurren los días esas dudas que aguijonean a intendentes y a gobernadores, a diputados y a senadores, a kirchneristas y a federales, en una palabra, a todos quienes se dicen peronistas, se acrecientan de manera vertiginosa.



En buena medida las incógnitas que se recortan filosas en el horizonte son producto de la pérdida de la hegemonía por parte del santacruceño. Hasta dos años atrás y más allá de las cargas que le pudiesen llevar sus adversarios, 90 % del universo justicialista se asumía kirchnerista aún cuando, en petit comité, reconociera que no le gustaban sus prácticas y formas de conducción.



Nadie que creyese poseer o aspirase a tener un futuro político se hubiese permitido, antes de la crisis con el campo, desafiar al matrimonio que venia de cosechar, en octubre de 2007, un rotundo triunfo electoral.



Eduardo Duhalde había sido literalmente aplastado, hacia ya dos años, en la provincia de Buenos Aires; Daniel Scioli —soldado obediente al fin— había sido perdonado y catapultado por los Kirchner a la principal gobernación del país; Carlos Reutemann era invitado e interlocutor asiduo de la Casa Rosada; Felipe Solá venía de dejar su cargo en La Plata y como premio se le había confiado el primer lugar en la lista de diputados nacionales de los comicios que, con la fusta bajo el brazo, ganaran Cristina Fernández, y Francisco De Narváez —de los pocos críticos que se destacaban en ese entonces— ni por asomo representaba un desafío a la topadora oficialista.



Todo comenzó a cambiar cuando la desmesura de los K convirtió una disputa, que podría haberse zanjado sin mayores problemas reduciendo en 2 ó 3 puntos las retenciones agrícolas, en una cruzada a suerte y verdad, que terminó con su poder hegemónico para siempre. A partir de esa derrota de carácter estratégico se hicieron oír distintas voces críticas en el seno del peronismo que llegó definitivamente quebrado a junio de 2009, con los resultados conocidos.



Vencido por primera vez en las urnas, ya nada fue igual y si bien muchos pensaron que el santacruceño fue capaz de resucitar de sus cenizas luego del triunfo de De Narváez, lo cierto es que —entre otras consecuencias— aliados, adversarios y enemigos le perdieron el miedo.

Es notable que el viernes pasado en Santa Cruz Kirchner no haya dicho, flanqueado por el grueso de los gobernadores que todavía le son adictos, nada contra la Suprema Corte de Justicia a la cual venía fustigando a sol y a sombra desde hacía meses. ¿Cambió el ex–presidente de la noche a la mañana?



¿Entendió que en caso de no refrenar su carácter explosivo seguiría perdiendo los votos que le harán falta para dar pelea el año próximo? ¿Se moderó por arte de magia? —Nada de esto. Finalmente tomó conciencia de que la tropa peronista sobre la cual terminó recostándose una vez abandonado, en el camino de los sueños irrealizables, el proyecto de transversalidad, ya no le respondía como un solo hombre.



José Manuel Urtubey fue, al parecer, el que hizo punta a la hora de ponerle condiciones al santacruceño para subirse al palco en Santa Cruz. Y hasta Daniel Scioli, según algunas fuentes comprobables, se animó a hacer otro tanto sabiendo, de antemano, que no estaría solo en el reclamo. Estos atisbos de rebeldía —exitosos, además— hubieran sido impensables en épocas pasadas. Hoy, en cambio, casi podría decirse que son moneda corriente.



¿Acaso no se animaron a votar contra la orden expresa de la presidente tres senadores de su riñón cuando se trató en la cámara alta la ley de Glaciares? ¿Es casualidad que el grupo conocido como “de los ocho” intendentes bonaerenses haya formado rancho aparte con Sergio Massa a la cabeza? En absoluto. Sucede que ningún peronista con aspiraciones de retener poder y territorio en el lugar que sea, está dispuesto a obedecer ciegamente. Sobre todo porque prácticamente todos se dan cuenta de que un apoyo acrítico a Kirchner los sepultaría sin remedio.



Con esta coincidencia a la cual sería insensato no prestarle atención: tras bambalinas se tejen alianzas y se conversan planes entre intendentes del Gran Buenos Aires y de las ciudades más importantes de la provincia que, en caso de conocer sus pormenores, le pondrían al santacruceño los pelos de punta. Por motivos obvios hay una cantidad nada despreciable de funcionarios que hoy militan en el Frente para la Victoria y no pueden cambiar de camiseta so pena de sufrir un castigo insoportable. Están prácticamente con un pie afuera pero esperan a que decanten los acontecimientos, se aclare el tema de las candidaturas y se sinceren las encuestas.



Vale la pena contar, al respecto, un diálogo sostenido en Olivos días atrás en el cual se hallaban presente el marido de la presidente y dos intendentes que hasta aquí lo han seguido a Kirchner sin condiciones.



Como es costumbre el anfitrión tomó la palabra con el propósito de explicarle a sus huéspedes sobre qué bases montaría la campaña presidencial y cuáles eran las tendencias del voto ciudadano. En ese orden y dando por descontado su apoyo —a semejanza de lo que había ocurrido a mediados del año pasado cuando aceptaron las candidaturas testimoniales— mencionó una encuesta que luego publicaría el domingo pasado Pagina 12, debida a Roberto Becman, titular de la empresa CEOP y famoso por haber dicho a última hora de la tarde del domingo en que el santacruceño perdió las elecciones en la provincia de Buenos Aires, que el Frente para la Victoria estaba ganando, según sus cálculos, en todos lados.

Pues bien, al escuchar los números que desparramaba Kirchner como si fuesen una verdad revelada, los barones bonaerenses lo interrumpieron para decirle, palabras más o menos: “Néstor, en esas encuestas que te traen a Vos no cree nadie”.



Es posible que si debiésemos votar el domingo próximo, Scioli, Urtubey, Gioja, Capitanich y tantos otros se mantendrían alineados junto al gobierno nacional. Pero votaremos dentro de un año y ninguno de los mencionados y con ellos cientos de intendentes que sufrieron en carne propia el capricho de las testimoniales, están dispuestos a marchar al infierno tras el político patagónico.



El mes clave, al cual todos hacen referencia, es marzo. Finalizado el primer trimestre del 2011 se supone que, al margen de las internas obligatorias planeadas para agosto, se sabrá los nombres de los candidatos y se podrá medir su caudal electoral de una manera que hoy no es posible. Porque no es lo mismo Néstor Kirchner que Cristina Fernández y no resulta indiferente que irrumpa a último momento Carlos Reutemann o que Daniel Scioli saque fuerzas de flaquezas y decida independizarse de sus celosos custodios.



Los peronistas —tanto los que se nuclean en el Frente para la Victoria como los que se cobijan bajo las banderas federales— no decidirán nada antes de tiempo. En esta materia no hay diferencias apreciables entre el santacruceño y Eduardo Duhalde; el gobernador de Buenos Aires y Alberto Rodríguez Saa; José Manuel Urtubey y Felipe Solá; Francisco De Narváez y Sergio Massa. Es más, cabría agregar también en el listado precedente a Mauricio Macri que no pertenece a la misma tribu pero sabe que su candidatura tendrá andadura y podrá afianzarse en tanto y en cuanto ninguno de los dos ex corredores de carreras —Reutemann y Scioli— se postulen para amalgamar al peronismo disidente en contra de Kirchner.

Este último daría lo que no tiene para que sus opugnadores dentro del PJ aceptasen batirse en una interna en la cual los perdedores deberían aceptar al vencedor y el ganador compensar a los derrotados en caso de retener la Presidencia de la Nación.



Por mucho que prometa el santacruceño ya no es creíble y nadie le aceptará el convite.



De su lado, en las tiendas del peronismo federal no terminan de ponerse de acuerdo sobre la forma en que finalmente dirimirán supremacías sus primeras espadas a fin de definir el candidato presidencial que los representará.



Unos y otros, más allá de sus gestos y aprontes, tienen en claro que en los seis meses que faltan para llegar a marzo ninguno se bajará públicamente de sus aspiraciones. Al mismo tiempo todos, en mayor o menor medida, estarán atentos a la decisión de media docena de dirigentes, a saber: Néstor Kirchner, Daniel Scioli, Carlos Reutemann, Eduardo Duhalde, Francisco De Narváez y Mauricio Macri.

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