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jueves, 11 de septiembre de 2008

NUESTRA DECADENCIA

Compatriotas - A los del Corazón-:
Un día, alguien, no estoy seguro si fue Sebastián Borrego, le preguntó a Adolfo Hitler sobre sus verdaderas emociones. Él dudó un instante. Luego le respondió a su interlocutor: "Mi amor es para Alemania. Mi odio para sus enemigos. Mi muerte, sólo un acto de justicia". A pesar de toda la litografía y por sobre ella, la cinematografía norteamericana de capitales hebreos que a lo largo de estos últimos sesenta años, sistemáticamente caricaturizaron su figura, este singular personaje fue coherente con su época. Eran los tiempos del fantasma stalinista, que amenazaba con deglutirse a todo el occidente Cristiano. Europa estaba a su merced. Mussolini era, para decirlo de algún modo, "muy italiano". Lo que conocemos como el "chanta" de nuestros días y de nuestras tierras. No se erigía como el defensor de una forma de civilización occidental. Sus torpezas y desaguisados estratégicos en Abisinia y en la entonces Tripolitania, lo tornaban poco confiable, a la luz de sus vecinos. Francia, como siempre lo fue, era una nación con mentalidad de prostitutas. De esas que se acuestan con cualquiera por una mera toma de ganancias. Había sido sede de la última Internacional Socialista.... Tampoco era fiable. Los británicos decidieron apostar por este nuevo y folklórico líder. En 1935 suscribieron el pacto naval, mediante el cuál financiarían el rearme alemán, devastado luego de la Gran Guerra. Así lo hicieron. Con las libras esterlinas que recibió de los ingleses, Hitler comenzó a crecer con el beneplácito anglo-norteamericano. A él, le confiaron la erección de la originaria cortina de hierro. Para que los soviéticos detuviesen su formidable avance. Cuando se sintió seguro, Hitler comenzó a actuar por su cuenta. Se acercó a Stálin y se dividieron Polonia. Pero de pronto emergió un antiguo adversario. El responsable de la conflagración más epopéyica de la historia: Winston Churchill. Había caído en desgracia, cuando el fracaso en los Dardanelos.. Los ingleses perdieron en esas playas turcas más de cincuenta mil hombres en un desembarco sangriento. El precio: Su dimisión como Primer Lord del Almirantazgo. Su resentimiento hacia todo lo de orígen alemán estaba en su apogeo cuando lo sucedió a un incauto como Chamberlain. Deseaba desquitarse. Él convenció a los franceses para declarar la guerra. La ingenuidad de la dirigencia de entonces, pudo más que la razón. Toda Inglaterra simpatizaba con el nazismo en 1939. Pero demostró estar en consonancia con la disciplina ante todo. No había ninguna razón para una declaración de hostilidades. Alemania inavadió Polonia, para recuperar los territorios del Danzig, antiguo asentamiento teutón desde los tiempos de Federico El Grande. El enemigo era la URSS, no Alemania. Pero así principiaron los hechos que después de seis meses se tornaron incontrolables. Toda Europa, menos Italia, se aglutinó en pos de ese regordete fumador de habanos. Fue el precio de una vanidad. Del orgullo herido, que nunca debe ser prenda en la guerra. Rooselvet, descendiente de una antigua y rica familia de mercaderes de orígen judeo holandesa, ayudó a los ingleses, como en la anterior contienda y luego se involucró directamente. El resto ya todos lo conocemos sobradamente. Pero retornaré con el cabo austríaco y su mala fama. En 1933 Alemania estaba de rodillas. Abonaba intereses más que usurarios por los términos del tratado de Versailles. Su banca estaba fallida y los especuladores como los Roschildt, a la vuelta de la esquina. Había que encolumnar a toda la Nación. Resucitar el Pangermanismo. Hitler encontró el talón de Aquiles de la sensibilidad de todo un Pueblo. Personalmente, soy de la idea que en su interior no abrigaba ni la más mínima cuota de antisemitismo, en el concepto puro en el que se lo ha encasillado.. Utilizó esa animadversión para catapultarse. Les adquirió y les vendió a los propios alemanes un sentimiento que atesoraban en su epidermis. Algo similar al fenómeno de los vascos. A poco que se rasguen la piel, emerge un etarra en potencial. Todos los pueblos acaudalan rencores. Los europeos en particular. La "balcanización de la ex Yugoeslavia, es una prueba irrefutable. Tal vez, esta introducción con el episodio alemán y sus motivaciones haya sido un tanto extenso.. Pero lo consideré inexorable, para trazar algún paralelo con Nosotros, si tal cosa es plausible. Sabemos, por experiencia y cultura, como fueron los grandes sucesos históricos, desde las guerras del Peloponeso hasta el presente. Toda secuencia histórica tiene un sentido. Una explicación. Una causa. Un génesis y un epitafio. Todo ha sido comprensible. EE UU participó en dos grandes guerras antes que la mitad del siglo XX concluyera. Reemplazó el hegemonismo británico que gobernó los mares desde los Plantaginet hasta 1945. Modificó el concepto colonialista por el de imperialista.. Se ganó ese espacio. Todos fuimos educados como antinorteamericanos desde la presidencia de Quintana. Odiamos lo que son y lo que fueron, por una sola razón: Porque ningún pueblo alcanzó su confort. Su opulencia. Su estilo de vida. Nos motivó la envidia. El fracaso. Nosotros particularmente, los Argentinos, pudimos equiparar sus metas. Tenemos sus mismas riquezas. Acaso más que las de ellos. Los cuatro climas. La Pampa Húmeda. La reserva de minerales que nos brindan Los Andes en forma casi inagotable y un litoral marítimo con caudales ictícolas de la misma dimensión que la cordillerana. Aún poseemos un biotipo superior caucásico, proveniente de la colonización europea que vió nacer a este HÍBRIDO: "El Canchero". El que lo sabe todo. El embajador y ciudadano del mundo. El más viváz. Más audáz y seductor del orbe. Capáz de generar en forma espontánea tanto riqueza, como pobreza, con idéntica facilidad. Pero esos mismos falsos atributos, han sido después de todo, nuestra propia condena. De alguna manera, es posible interpretar a gran parte de nuestros vecinos. De como Colombia, con una geografía tan rica y con salida a dos océanos, sea tan pobre e inundada por las plantaciones de cocaína. Porque los gringos la consideraron una amenza geoestratégica. Les "implantaron la coca". Para que despúés de unas décadas, como ocurrió, los labriegos, la consideraran como una forma próspera de agricultura. México siguió sus pasos... Otro naufragio. Podemos entender el fenómeno brasileño. Porque su clase dirigente desciende de una sociedad esclavista hasta hace menos de un siglo. El caso de este mulato de Chávez, no es otra cosa que la preponderancia de una población de mestizos. Como Paraguay, Perú, Bolivia y Ecuador. Chile disfrutó de la dádiva irrestricta por tres años, hasta que su ejército le metió un cohete por la ventana, a quien pensaba en repartir lo que no había. Nosotros somos y hemos sido pródigos por nuestra abundancia. Ni en Chile ni en Brasil existen los Jaime, los De Vido, los Kirchner, los Alfonsín, los Menem, los Duhalde, los Barrionuevo ni otros de la misma jerarquía patibularia. Los sosías de Perón, esto es, los Somoza, los Trujillo, los Perez Jimenez ó los Batista, marcaron una época y luego desaparecieron de la historia. Se los ubicó en lo indebido.. Lo caricaturezco. Aquí se sigue santificando las figuras de Eva y "Pocho" como si sus cadáveres estuvieran aún tibios.
No es difícil desenterrar las causas de nuestra progresiva decadencia. De nuestra desverguenza. Tenemos a esta golfa y/o meretríz como Presidente, porque toleramos una anterior, que aún está con vida. Porque vivamos a una cultura de necrofilia. Porque aún existen defensores del nacionalismo, basados en figuras como Rosas, Yrigoyen y el "General". Porque estos trasnochados nacionalistas, han sido y serán un conjunto de folklóricos desocupados. Los sepultureros de nuestras tradiciones más progresistas. No emergeremos nunca, a menos que reescribamos nuestra historia. Hasta que alguien redacte la versión criolla del Mein Kampf. Pero atención, ya que tal vez un Compatriota la esté escribiendo. En unos meses lo sabremos. Cordialmente Lucio Catano (h).-

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