CAZADOR DE TIBURONES
Revista Noticias - 09-Ene-10 - Opinión
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Tesis
El cazador de tiburones
por James Neilson
Eduardo Duhalde es un cazador de tiburones aguerrido. Puede que el hombre de Lomas de Zamora no se asemeje demasiado a un héroe hemingwayano, pero no cabe duda de que le encanta buscarlos en aguas turbulentas. Allá en febrero del 2003, cuando oficiaba de presidente, pescó sin que nadie lo ayudara uno de 120 kilos en las cercanías de Punta Alta, lo que según los especialistas fue toda una hazaña. Ahora tiene en la mira un predador de otra especie: Néstor Kirchner. Para Duhalde, Kirchner es lo que fue la gran ballena blanca, Moby Dick, para el capitán Ahab. Resuelto a vengarse por la pérdida de una pierna, el capitán truculento la persiguió por los mares hasta encontrarla, con consecuencias que fueron desastrosas para él y para sus compañeros.
Felizmente para todos, Duhalde no tiene por qué temer un desenlace tan trágico. Kirchner se las ha arreglado para motivar la hostilidad obsesiva de muchos adversarios, pero no es Moby Dick. Ya está tan herido que políticos ambiciosos como Julio Cobos y Mauricio Macri dicen que nada les complacería más que enfrentarlo en un hipotético ballottage presidencial por suponer que les brindaría una oportunidad excepcional para triunfar por un margen plebiscitario.
Si bien el patagónico sigue actuando como si fuera el amo y señor del país, su poder depende del miedo de los dirigentes opositores más conspicuos a lo que podría suceder si el precario orden institucional se viniera abajo. De decidirse ellos que rebelarse contra el kirchnerato sería menos peligroso que tolerar por casi dos años más el arreglo político anómalo caracterizado por el protagonismo insolente del consorte de la Presidenta formal, el panorama frente al país cambiaría por completo. Puesto que todo hace pensar que Kirchner ha optado por una política económica de tierra arrasada por imaginar que el sobrecalentamiento consumista le permitiría recuperar la popularidad de un par de años atrás y porque no le importa en absoluto lo que ocurra después, no sorprendería que antes de octubre del 2011 se agotara la paciencia de algunos jefes opositores.
El objetivo inmediato de Duhalde consiste en arrancarle a Kirchner el control del famoso aparato bonaerense, aquella liga de intendentes, punteros y manzaneras que construyó como gobernador cuando el enemigo a batir era Carlos Menem. La tarea no le será demasiado difícil. Los hombres que ocupan los puestos más codiciados en las diversas comunas que conforman el inmenso conurbano son realistas. Apoyan con fervor a quienes pueden asegurarles el dinero que siempre necesitan. Por algunos años, Kirchner estaba en condiciones de hacerlo, pero ahora que los fondos escasean los bonaerenses están dispuestos a negociar con otros, incluyendo, desde luego, a Duhalde, el que ha mantenido una buena relación con los radicales que, es de prever, disfrutarán de más poder en los años próximos.
Asimismo, Duhalde quiere impedir que Kirchner, la caja y una reforma electoral draconiana mediante, consiga ser el candidato presidencial peronista. Fue por este motivo que, para disgusto de los demás aspirantes, no sólo anunció su propia candidatura sino que también dijo que en su eventual gobierno estarían Roberto Lavagna, Jorge Remes Lenicov, Alfredo Atanasof y Graciela Camaño. Se trató de un toque astuto en un país de presidenciables solitarios propensos a dar a entender que su propio carisma sería más que suficiente como para solucionar los problemas nacionales. Pero es poco probable que le haya servido para mucho. Duhalde tiene una imagen personal terrible, una que es casi tan mala como la ostentada últimamente por Néstor Kirchner y su esposa. La mayoría aún dice que no lo votaría jamás. Si Duhalde fuera un político menos experimentado, se aferraría a la esperanza de que, luego de pensar en alternativas como las encarnadas por Néstor y, peor todavía, el caudillo camionero Hugo Moyano, el grueso de los peronistas optara por respaldarlo. Pero por ser la persona que es, hay que suponer que su candidatura es, en el sentido no kirchnerista de la palabra, meramente testimonial.
Si lo que se propuso Duhalde fue agitar un avispero poblado por zánganos soñolientos que se resisten a hacer algo más que quejarse, tuvo éxito. En seguida, salieron para atacarlo peronistas y radicales, oficialistas y opositores, militantes de PRO y de Coalición Cívica. Además de insultarlo, hablando de "Drácula y Frankenstein", "menos diez" y otras lindezas, coincidieron en que era penosamente prematuro pensar en candidaturas ya que, según los indignados por el apuro del lomense, hay tantas otras cosas que es necesario hacer como ensamblar un proyecto político más o menos coherente y así, largamente, por el estilo. Se trata de una actitud que fastidia a Duhalde. Es tan consciente como el que más de que en política el tiempo siempre apremia y que la sensación de que la clase política nacional se ha inmovilizado, que lo que quieren sus integrantes es seguir negociando los unos con los otros sin alcanzar nunca conclusiones que podrían resultar útiles a quienes los subsidian a un costo altísimo, está creando un clima de frustración no muy distinto de aquel de comienzos del 2002. A juicio de Duhalde, ya ha sonado la hora de despertarse. Por tanto, si su propia candidatura presidencial los obliga a levantarse y ponerse a caminar, tanto mejor.
Puede que Duhalde seguiría conformándose con el papel de titiritero o monje negro que se adjudicó en el 2003 al darse cuenta de que no le sería nada fácil congraciarse con el electorado si Carlos Reutemann aceptara poner en marcha su propia campaña presidencial, pero como tantos compañeros, el santafesino prefiere afirmar que en su opinión es prematuro hablar de candidaturas. Buen corredor de Fórmula Uno, Lole sabe que sin un vehículo adecuado ni siquiera el piloto más talentoso tendría posibilidad de ganar la carrera; si lo que está esperando es que el PJ supere sus problemas internos, no se postulará nunca, pero de haberlo hecho el año pasado, el estado del movimiento en el que milita sería decididamente mejor, ya que sin un caudillo que merezca el respeto de la mayoría de sus adherentes, el peronismo no es más que un sentimiento vago. De todos modos, Duhalde dice que aun cuando por fin Reutemann decidiera arriesgarse, él no pensaría en abandonar su propia candidatura.
Ahora bien; aunque pocos acusarían a Duhalde de ser un pensador político original, acaso sea el único de los presuntamente presidenciables que tiene una visión estratégica que trasciende las fronteras de su propio partido o movimiento. Le preocupa el futuro del sistema político en su conjunto. Cree que para consolidar la democracia en la Argentina será necesario que todos, con excepción de los irremediablemente extremistas, se habitúen a la alternancia en el poder, lo que, entiende, supone resignarse a que el próximo presidente no sea un peronista sino un radical, con toda probabilidad Julio Cobos. En tal caso, a los peronistas les correspondería aprender a permitir que un intruso, gorila o lo que fuera permanezca en "la casa de Perón" hasta el día fijado por la Constitución para que termine su mandato, absteniéndose de aprovechar la primera buena oportunidad para voltearlo.
Duhalde también dice creer que el sucesor de Cristina no tendrá la posibilidad de ser reelegido puesto que, además de tener que manejar una herencia socioeconómica atroz que lo obligue a emprender un ajuste, para entonces el PJ se habría recuperado de los males provocados por los Kirchner, pero el que una persona que a su modo representa las esencias peronistas haya pensado que Cobos "ya ganó", y que hay que conformarse con la realidad así supuesta, es un dato muy alentador. También lo es que algunos sindicalistas "gordos" hayan coincidido con Duhalde. Se trata de una forma indirecta de decir que, desde el punto de vista de muchos sindicalistas, entre ellos los de las muy peronistas "62 Organizaciones", un gobierno encabezado por Cobos sería con toda seguridad preferible a uno como el actual, de ahí su negativa a encolumnarse detrás de Moyano para participar en el operativo urdido por Néstor Kirchner para que la presidencia quede en manos santacruceñas. A pesar del derrumbe de su propio rating, Kirchner insiste en tratar de convencer a los peronistas de que podría triunfar en el 2011, pero son cada vez menos los que comparten dicha ilusión.
Duhalde sueña con una versión argentina del Pacto de la Moncloa que firmaron los principales dirigentes españoles en octubre de 1977 con el fin de garantizar la estabilidad política y permitir que un gobierno democrático tomara las medidas que resultaran necesarias para frenar la inflación galopante que amenazaba con arruinar todo. Hasta ahora, los esfuerzos locales en tal sentido han fracasado, en buena medida porque, a diferencia de sus equivalentes españoles, los progres criollos son reacios a comprometerse con una estrategia económica determinada, pero si bien parece poco probable un Pacto de la Moncloa argentino, es factible que la voluntad de Duhalde y de otros peronistas de ayudar a que un gobierno de otro signo partidario tenga cierto éxito permita que, por fin, el orden político nacional se acerque más a la tan anhelada "normalidad". De concretarse las buenas intenciones de quienes piensan así, harían un aporte muy respetable a la consolidación de la democracia.
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