DEMOLICIÓN
DEMOLICIÓN DE LAS INSTITUCIONES DE LA REPÚBLICA
Por Jorge Omar Alonso
“Los gobernantes injustos se acarrean rebeliones
y revoluciones contraellos mismos” - John Locke
El régimen se encuentra abocado pacientemente sin prisa y sin pausa, y con total empeño a la demolición de las instituciones de la República.
Ha hincado sus garras preferentemente en organismos de control como la SIGEN, la Fiscalía de Investigaciones Administrativas; como así también en la Comisión Nacional de Valores, la AFIP y la Oficina Anticorrupción.
Recientemente le ha tocado el turno a la UIF, que es la encargada de la lucha contra el lavado del dinero y el financiamiento de actividades ilegales.
Al frente de estos organismos se imponen directivos que carecen de los conocimientos y aptitudes técnicas para conducirlos. Siendo requisito “sine qua non” aquilatar una profunda vocación de servilismo para con el régimen.
Todo lo demás vendrá por añadidura.
Entrega total y sujeción sin límites exigen los K. No es necesaria la convicción. Después de todo cuando el régimen comienza a descomponerse, sabrán escapar a tiempo.
Tomemos como ejemplo el caso de Julio Alak en el Ministerio de Justicia. Cabe preguntarse, qué tesis ha elaborado o que obra sobre jurisprudencia dio a luz como para ameritar a tan importante cargo?
De lo que no caben dudas es de su malhadada gestión en el municipio de la Ciudad de La Plata, padecida por varios y repetidos períodos por los platenses.
Otra de las capacidades a demostrar por los postulantes es el temor.
Y los Kirchner por otra parte saben hacerse temer. Un caso que lo refleja con total patetismo es el Eduardo Fellner con aquel sinceramiento: “Si llamo a una sesión, el loco me echa”.
Obvio decir quién es el “loco”
Es el usurpador ilegítimo que ejerce de “facto” la conducción del Estado nacional. Y podríamos agregar: perdedor en las últimas elecciones legislativas.
Así es tal el avasallamiento de las instituciones que puede suceder que un diputado eche a otro. Inaudito.
Pero todo es posible en el demencial universo de los Kirchner.
En la sociedad argentina se está necesitando de una ética que rechace semejantes despropósitos.
Esa ética debe partir de aquellos que consideran moralmente mala a la tiranía, que no solamente es nefasta sino que moralmente es intolerable, porque es injustificable en la Argentina de hoy.
Esta tiranía nos impone por la fuerza una situación, que no podemos justificar, pero que por otra parte no podemos cambiar.
En este caso han de intervenir las instituciones democráticas, que no permiten ningún dominio semejante al dictatorial.
Había manifestado Karl Popper que era decisivo “que una democracia, en ese sentido concebida, mantenga abierta la posibilidad de destituir al gobierno sin derramamiento de sangre, si atenta contra sus derechos y falta a sus deberes; pero también si juzgamos su política mala o fracasada”. Después de lo cual otro gobierno toma las riendas.
Aclara Popper que es irrelevante cómo se efectúa esa destitución, ya sea por nuevas elecciones o por el parlamento, mientras que dicha resolución proceda de una mayoría de electores o de sus representantes. A veces también una dimisión puede tornarse de facto en una destitución.
Ahora bien, en nuestro caso aquellas instituciones democráticas que están creadas para no permitir ningún dominio tiránico, ninguna acumulación de poder y a limitarlo, han sido asaltadas por los okupas del régimen y convertidas en vacios cascarones.
El caso Fellner muestra hasta que punto el régimen ha dañado la majestad del “legislador”, a quien Rousseau veía como aquella persona que “se atreve con la empresa de instituir un pueblo”.
Una sociedad así administrada mediante la ilegalidad no es viable. Los ciudadanos solo podemos vincularnos y obligarnos mediante el sometimiento a un régimen legítimo, no injusto. Mediante el sometimiento a las leyes.
Según John Locke la legitimidad de un régimen es una condición necesaria para qué tengamos la obligación política de acatarlo. Ahora bien, si el derecho no es administrado con justicia prosigue acotando el filósofo, se está violentando “a aquellos que lo sufren”. Y por lo tanto no tenemos ningún deber ni obligación política hacia un régimen injusto y violento como el que padecemos.
(*) Crónica y Análisis publica el presente artículo de Jorge Omar Alonso por gentileza de su autor.
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