INFLAR A COBOS
Revista Noticias - 03-Ene-09 - Opinión
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Tesis
La táctica de inflar a Cobos
Cletomanía. Kirchner agiganta la figura de Cobos con sus ataques para ningunear y dividir a la oposición.
por James Neilson
Néstor Kirchner nunca necesitó leer al jurista filonazi Carl Schmitt para entender que, cuando de construir poder se trata, los enemigos, con tal que sean odiosos, desprestigiados y minoritarios, pueden valer mucho más que los amigos. Luego de alcanzar la presidencia sobre la base de una cantidad patéticamente magra de votos, el santacruceño se puso a embestir con saña contra los militares del Proceso, la Corte Suprema menemista, los economistas "neoliberales", los acreedores y el FMI, lo que en un lapso muy breve le permitió erigirse en el político más popular de un país muy pero muy enojado en que a muchos les encantaba ser informados de que eran víctimas de la malignidad ajena. Pero andando el tiempo, el método así supuesto dejó de asegurarle ganancias políticas: se agotó el stock de chivos expiatorios utilizables. Al procurar hacer pensar que los productores rurales militaban en las huestes enemigas y que por lo tanto merecían un escarmiento ejemplarizador, Kirchner cometió un error histórico. Puede que le resulte igualmente costosa la elección del hombre que se encargó de señalárselo, el vicepresidente Julio Cobos, como enemigo en jefe.
Por motivos no muy claros, en las semanas últimas Kirchner y los fieles que aún le quedan han reanudado las hostilidades contra el "traidor" y "Judas" que con su voto no positivo cambió radicalmente el panorama político nacional. De más está decir que Cobos se ha negado a prestarse al juego kirchnerista. Se habrá dado cuenta de que a esta altura, ser blanco de las diatribas de Kirchner o de los mohínes malhumorados de la presidenta Cristina ayuda a cualquier aspirante a desempeñar un papel protagónico en la Argentina postkirchnerista que, según Eduardo Duhalde y muchos otros, ya está en vías de conformarse. En efecto, toda vez que Kirchner habla mal de Cobos, este se ve fortalecido todavía más. En el duelo entre los dos que con toda probabilidad dominará la agenda política del año que acaba de iniciarse, Kirchner está comportándose como un matón fortachón resuelto a demoler a golpes salvajes a su contrincante; pero Cobos reacciona con tranquilidad, como un yudoca aguerrido que sabe muy bien aprovechar en su favor la violencia de un adversario torpe. Huelga decir que la actitud levemente burlona asumida por Cobos enfurece cada vez más a su perseguidor vengativo.
Por ser Kirchner un político habilidoso, es tentador suponer que tendría buenos motivos -maquiavélicos, sin duda, pero así y todo racionales- para insistir en inflar la figura del verdugo que puso fin a la fantasía de décadas de hegemonía santacruceña. Al fin y al cabo, lo lógico sería que lo ninguneara, apostando a que los demás se olvidaran de su existencia. ¿Por qué lo hace? Tal vez por creer que serviría para mantener dividida a una oposición congénitamente fragmentada, o que contendría a Elisa Carrió, o que prolongaría por algunos años más el angustiante psicodrama radical, o que de algún modo le convendría que el país se polarizara entre kirchneristas y cobistas. También es posible que haya calculado que si logra obligar a Cobos a abandonar la vicepresidencia, el país quedaría impresionado por el poder irresistible de quien ya es dueño casi absoluto del gobierno nacional mientras que, privado de su atril, el intruso mendocino no tardaría en ver marchitar su popularidad.
Otro beneficio hipotético -acaso el principal- de tener a Cobos como enemigo número uno consiste en que si optara por emular a Carlos "Chacho" Álvarez, dando un portazo, la ausencia de un sucesor virtualmente automático que en caso de emergencia podría reemplazar a Cristina en cuestión de minutos significaría que la eventual renuncia de la Presidenta desataría una crisis institucional parecida a la que siguió a la salida prematura de Fernando de la Rúa. Si no fuera por el temor a que el precario andamiaje institucional del país no estaría en condiciones de soportar una repetición de aquel desastre, sería mucho más débil la resistencia a someter a los integrantes de la cúpula kirchnerista a un juicio político por las presuntas irregularidades que han cometido. Por cierto, el que el fiscal federal Gerardo Pollicita haya reconocido que las pruebas presentadas por la Coalición Cívica justifican una investigación formal de los vínculos entre miembros del núcleo duro del kirchnerismo y un conjunto de empresarios amigos, significa que, si no fuera por el riesgo de que todo se viniera abajo, el "clima destituyente" sería mucho más pesado de lo que efectivamente es. Para los Kirchner, tanto mayor sea el temor ocasionado por el espectro de la ingobernabilidad, tanto mejor les será.
Cobos no puede sino comprender que la situación en que se encuentra es, por decirlo de algún modo, decididamente anómala. Ser a un tiempo vicepresidente y para muchos jefe de la oposición es una novedad incluso en un país tan habituado como la Argentina a mofarse de las normas políticas que rigen en el resto del Occidente. Con todo, a juzgar por lo que dicen las encuestas de opinión, la mayoría se siente mejor representada por Cobos que por los Kirchner; o sea, lo anómalo no es que Cobos se haya separado de Néstor y Cristina, sino que estos se hayan alejado de él. Dueño desde hace medio año de un nivel de aprobación que duplica -y a veces triplica- el de Cristina, y ni hablar del ostentado por Néstor cuya popularidad se ha evaporado, Cobos es hoy en día el presidente que el país quisiera tener pero que, por razones institucionales inapelables, no puede salir del exilio interno al que el kirchnerismo lo ha condenado. A su modo, simboliza las ilusiones que Cristina alentó cuando, durante la campaña electoral, dio a entender que sería una moderada sensata muy respetuosa de las instituciones del país y hasta de quienes no compartían todos sus puntos de vista.
Para Néstor Kirchner, el desafío consiste en conservar el poder que ha sabido acumular con la esperanza de que el país termine convenciéndose de que la alternativa a su predominio es el caos. Para Cobos, es conservar su popularidad hasta que las circunstancias le permitan transmutarla en poder. Aunque, merced al deterioro de la economía y la conciencia ya difundida de que el kirchnerismo tiene los días contados, el poder de Néstor propende a mermar, sigue manejando la caja y disfruta del apoyo de quienes todavía dependen de él. ¿Le será suficiente como para librarse de la presencia en el Gobierno de Cobos? Siempre y cuando el vicepresidente se mantenga en sus trece, para echarlo tendría que pisotear las normas, lo que le sería sumamente peligroso porque es gracias a dichas normas que su mujer puede gobernar. Kirchner, pues, tiene que respetar ciertos límites.
Mientras tanto, Cobos sigue actuando como un político independiente que está preparando el terreno para enfrentar las elecciones del 2011 sin por eso dejar de cumplir a su manera el rol que Kirchner le dio a mediados del 2007 y que el electorado cohonestó. Mal que les pese, los demás líderes opositores, entre ellos Carrió, se han visto constreñidos a abrirle un espacio. A Cobos le falta aún un aparato político lo bastante grande y bien organizado como para permitirle encabezar una fuerza nacional coherente, pero su imagen personal es mucho más atractiva que las de quienes serían sus rivales para encarnar el postkirchnerismo. Con todo, le es necesario proceder con mucha cautela. De propagarse la idea de que podría ser sólo un político maniobrero más, el capital que le dio aquel voto no positivo y que ha conseguido preservar podría esfumarse tan rápidamente como las fortunas bursátiles amontonadas por tantos inversores financieros antes de que los mercados se desplomaran, pero por lo pronto Cobos se ha mostrado más que capaz de convivir con la ambigüedad.
Como siempre sucede cuando una persona se las arregla para convertirse en un referente político valioso, abundan los deseosos de aprovechar la popularidad de Cobos. Por su parte, el vicepresidente parece dispuesto a dialogar cordialmente con cualquiera. Como no pudo ser de otra manera, la amplitud de miras así reflejada preocupa a quienes entienden que hay que trazar límites entre la nueva política y la vieja. Carrió dice temer que Cobos caiga en una trampa tendida por Duhalde, que en su opinión es un aliado tácito del kirchnerismo, si bien a juzgar por sus declaraciones recientes sólo siente desprecio por el matrimonio gobernante. Asimismo, algunos radicales cobistas han manifestado su alarma por sus contactos con los alfonsinistas bonaerenses Federico Storani y Leopoldo Moreau, que según ellos son los máximos culpables del hundimiento de su partido. Dadas las circunstancias, tales inquietudes pueden entenderse, pero como nos enseñó el fracaso del movimiento difuso que se formó pasajeramente en torno a la consigna "que se vayan todos", la diferencia entre lo viejo y lo nuevo dista de ser tan evidente como a muchos les gustaría creer. Mal que bien, ningún presidenciable puede darse el lujo de discriminar con pedantería excesiva. Aunque a menudo los Kirchner lo olvidan, en política sumar es mejor que restar hasta que la adición de nuevos elementos asuste tanto a los ya comprometidos que comiencen a fugarse, algo que hasta ahora no ha ocurrido en este proyecto todavía embrionario que es el cobismo
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