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miércoles, 14 de enero de 2009

POPULISMO

Río Negro - 14-Ene-08 - Opinión
http://www.rionegro.com.ar/diario/2009/01/14/1231902184103.php

El populismo y las políticas de la memoria

por Carlos Schulmaister (*)

La larga permanencia en el poder de las oligarquías latinoamericanas debe mucho a la eficacia de sus políticas de la historia, que consagraron las historias nacionales y regimentaron las liturgias patrióticas, buscando consensos subordinados -disciplinados-, extendidos mediante la educación pública y la cultura.

En las condiciones del mundo actual, globalizado y posmoderno, agotados los grandes relatos de la Modernidad y las historias nacionales, menguado y subrogado el poder oligárquico por nuevos factores de poder mundial junto con el omnipresente populismo latinoamericano, aquellas políticas han sido reemplazadas por políticas de la memoria, versiones degradadas y nihilistas pero muy eficaces para la inducción oficial de comportamientos sociales acordes a la pérdida de rumbo y sentido de la mayoría de las sociedades latinoamericanas.

Pero como historia y memoria son dos tipos diferentes de relatos sobre la sociedad no da lo mismo promover una u otra.

La historia, como ciencia, es una construcción problemática e incompleta del pasado mediante procedimientos rigurosos de investigación, tanto como pueden serlo -a proporción- los de cualquier otra ciencia. Nunca será reproducción exacta, calco o resurrección, sino una representación subjetiva que continuará subjetivándose posteriormente en nuevas encarnaciones, creaciones y recreaciones, siempre desde cada presente y bajo supuestos propios de la cultura, la época y las preocupaciones intelectuales del historiador.

Por tanto sus formulaciones no son intangibles, ni cristalizadas, como enseñó la historia positivista hasta su derrota por nuevas corrientes filosóficas e historiográficas. Con todo, es más estable que las memorias.

Como conocimiento o saber se corporiza en actos de conciencia, de pensamiento, creencia o referencia, configurando representaciones sobre el pasado que no tienen vida propia ni poderes de ningún tipo. Por lo tanto la historia no es un agente, no hace cosas, no es siquiera motor ni tampoco tiene un motor, lo que sí cabe atribuir a los cambios sociales. La historia, pues, no mueve al mundo ni los hombres la escriben. La historia es un modo de conocer y reflexionar sobre el pasado y es el fruto de ese conocer cuando se corporiza.

De modo que constituye un error creer o sostener que a la historia la hacen los seres humanos o, en versión demodée, que "los pueblos, o las masas, o los trabajadores escriben la historia a través de sus luchas en el libro de la vida". Lo que los seres humanos hacen es vivir en la historia, en el sentido -aquí sí- de coordenada temporal, lo cual no es poca cosa pero tampoco es "la historia".

Para este tipo de pensamiento la Revolución de Octubre fue hecha por las masas, dicho a trazo grueso, lo cual es correcto. Pero no la escribieron esas masas, en gran medida analfabetas. El discurso histórico "oficial" fue construido y retocado constantemente sometiendo el método histórico a los requerimientos del Comité Central del Partido Comunista de la URSS.

Tampoco en los 70 años posteriores del régimen fue una versión de los testigos, o sea, las memorias recientes de la revolución, que no por serlo sería fatalmente correcta, perfecta, buena o verdadera, pues como tal siempre sería parcial, tendría errores de percepción, de evocación, de interpretación y comprensión de los hechos al atenerse a experiencias y vivencias directas e inmediatas de protagonistas o testigos de primero o segundo grado, o más alejados aún, por lo cual no puede trascender esos marcos y por tanto carecer de sistema de investigación. Éste sólo puede ser proporcionado por los historiadores libres. No era el caso de la URSS: allí la historia fue hecha en los gabinetes del partido.

Para el caso da lo mismo la URSS que la Revolución Cubana, la Alemania nazi, la Indonesia de Pol Pot o las dictaduras de toda clase. Ciertamente, en países sin dictaduras ni totalitarismos la historia científica también resulta sesgada, pero por variables menos intensas si se quiere, menos absolutistas; y si existe realmente libertad de pensamiento, de expresión y de prensa todo puede ser revisado si sus historiadores no son mercenarios ni estrellas del mercado.

La memoria, en cambio, no tiene posibilidades de revisión, de enmienda o de filtrado para perfeccionar sus explicaciones. Siendo siempre un fenómeno colectivo, aunque psicológicamente sea vivida como individual, no se expande mediante actos de lectura y no busca ser fijada. En consecuencia es netamente subjetiva, afectiva, emotiva, vulnerable a toda manipulación, inconsciente de sus transformaciones y siempre crispada sobre sí misma.

Formada con dosis variables de deseo y de olvido, de amor, de odio y de miedos, de certezas y dudas, de cálculo y de imaginación, de razonamientos correctos y de irracionalidad, será fatalmente fragmentaria, parcial y no democrática. Con esas características será comunicada, modificada, perdurará en el tiempo, será olvidada, permanecerá latente o desaparecerá.

Tampoco se mueve al azar ni sólo autónomamente: como en las políticas de la historia, también las memorias colectivas y sectoriales son intervenidas desde el poder sin que lo perciban sus portadores; tanto a escala de la vida política nacional mediática como de las pequeñas comunidades. En ambas se establecen y consagran memorias oficiales, es decir, formas estereotipadas, discriminatorias y mentirosas de describir y explicar el pasado histórico, por ende la realidad.

Quien mejor lo ha visto es Pierre Nora, el gran historiador francés:

"La memoria depende en gran parte de lo mágico y sólo acepta las informaciones que le convienen. La historia, por el contrario, es una operación puramente intelectual, laica, que exige un análisis y un discurso críticos. La historia permanece; la memoria va demasiado rápido. La historia reúne; la memoria divide".

En suma, las memorias no dialogan ni debaten con otras memorias, están ahí, no se discuten, y todas quieren hacerse visibles. Ello implica suspender la problematización histórica y sistémica del pasado, pese a una difundida creencia en contrario, pues las memorias no enjuician sino que condenan directamente.

Actualmente los gobiernos populistas implementan políticas de la memoria que aparentando exacerbar disconformidades y reivindicaciones sociales, en solidaridad con colectivos perseguidos o reprimidos, en realidad buscan y logran fragmentar sus dispositivos reduciendo sus riesgos reales y potenciales.

Luego sirve para captar intelectuales pseudo progresistas -eternos culposos, principistas y utópicos- haciéndoles creer que las ideas están de asamblea y que la patria se está moviendo subterráneamente; es decir, que la diversidad de las memorias expresa su autonomía frente al poder, por lo tanto ellos pueden y deben participar como intelectuales para "acompañar al pueblo", no para dirigirlo ni con aquellas pretensiones de vanguardia de otras épocas muy intensas pues hoy fungen de maduros.

Más no creamos que ellos creen semejante montaje mediático. Como sector históricamente "cooperador" con el poder nunca fueron ingenuos sino astutos y oportunistas y saben muy bien que quien opera y mueve los piolines es la máquina cultural oficial estratégica. ¡Cómo no van a saberlo si gran cantidad de ellos trabaja de eso!

De ahí para abajo, las múltiples usinas culturales y educativas proyectarán ciertas memorias con retóricas conmovedoras, con lo cual estarán mintiendo y a la vez pervirtiendo los términos empleados.

Concluyendo: la historia y las memorias recorren caminos divergentes y producen resultados opuestos: las memorias, cuando el poder las azuza y manipula, dividen y fragmentan al pueblo y a los colectivos sociales impidiendo la agregación de energías disponibles para el reencuentro societal tras un proyecto común para todos.

La experiencia indica que cada tanto indebidamente marcado hoy en el haber del gobierno será mañana un tanto en el debe de la sociedad.

La duda es ¿cuánto falta para mañana?

(*) Profesor de historia

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