PRUEBA DE FUEGO
La prueba de fuego de la división de poderes.
No existen dudas de que el escenario político se ha modificado. El 2008 no pasó en vano. La crisis propia, la ajena, la conflictividad que encontró, al fin, un limite en lo que se ha dado en llamar "el campo", logró que cambien las perspectivas y pronósticos.
Como bien dijo el editorialista Morales Solá, "Un año bastó para que la comunidad política dejara de hablar de los intentos de perpetuidad de un líder y comenzara a debatir sobre la construcción de nuevos liderazgos, dentro y fuera del peronismo"
Frente a este nuevo panorama, la Argentina, observa con detenimiento el comportamiento de la oposición. Allí se encuentran figuras disímiles. En ese espectro hay para todos los gustos y paladares. Los hay con mucha historia y tambien con poca. Están los que aún conservan sus raíces partidarias sin jamás migrar a otro agrupamiento político. También los otros, que mutan de sellos partidarios en cada elección. Están los traidores crónicos, los que no resisten un archivo, los que siempre pensaron lo mismo y los que viven cambiando de discursos. En definitiva, "hay de todo".
Resulta difícil visualizar con claridad como ese conjunto de dirigentes, líderes y partidos podrán reunirse siguiendo algún hilo común. Tal vez la fórmula pase por abandonar ciertas mezquindades personales y acordar sobre alguna suerte de decálogo. Un documento concreto, conceptual, que funcione como una carta de compromiso político estableciendo esos mínimos parámetros de los que no habría que apartarse.
Si esa casta de dirigentes, en la que asumimos hay de todo, logra interpretar a la comunidad en su deseo de ponerle freno al poder hegemónico, tenemos alguna chance de revertir la historia reciente y encaminarnos a una mayor institucionalidad, menos mesiánica y personalista.
El próximo desafío electoral es básicamente legislativo. Eso podría ser una ventaja. Después de todo, estaremos eligiendo a los miembros de solo UNO de los poderes, lo que nos brindaría la oportunidad de concentrarnos en elegir con algo más de criterio. Sería un voto más racional, menos impulsivo y sobre todo "en positivo".
Al menos, al no ser una elección de Presidente o Gobernador ( salvo en algún distrito ), permite votar a favor de ESOS que elegimos, y no en contra de alguien. También nos permite testear sus ideas, saber que se proponen. Tal vez, así tengamos la posibilidad de que sea una elección y no una simple opción. Igualmente, dependerá de nosotros.
Si todo esto sucediera, si la racionalidad le pudiera ganar a las mezquindades políticas, es bastante posible que el oficialismo no triunfe y que la oposición reúna la cantidad de votos suficientes para superar a los poderosos del momento en muchos distritos.
Alguien podría decir que esto es deseable. Después de todo, la política, la democracia se construye en base a la división de poderes que nos propone la República. La alternancia es saludable. Y en ese sentido, es satisfactoria esta fórmula que nos propone que el Congreso sea el contrapeso del Poder Ejecutivo. Así lo pensaron los padres de la patria. Ese es el centro del modelo institucional en el que elegimos vivir.
Solo cabe preguntarse, si después de 25 años de ejercicio de esta democracia, renga, débil, floja, improvisada, a veces ausente, y hasta injusta, hemos madurado lo suficiente, como para animarnos a dar el salto de calidad que la República merece.
Es que, no podemos sorprendernos. Hemos llegado hasta aquí con una versión bastante sui generis de nuestro sistema de gobierno, en el que la regla no escrita era que los poderes ( Ejecutivo, Legislativo, y hasta el Judicial ) estaban en las misma manos.
De hecho, en las experiencias en las que, circunstancialmente, el oficialismo no obtuvo mayorías en el Parlamento, no solo le ha resultado difícil gobernar, sino que también hemos protagonizado hechos lamentables, incluyendo situaciones en las que la debilidad del sistema se puso en juego, recurriendo a tristes salidas que ya conocemos.
Esas "elegantes" maneras de abdicar fueron desde la entrega anticipada del poder a otro mandatario electo, a los "engendros" como los vividos en la última década para tratar de sostener en pie a nuestra frágil democracia sin interrumpir la continuidad constitucional. Lo hemos logrado, a duras penas, pero pagamos precios muy altos por ello.
La pregunta sigue vigente. Estaremos suficientemente maduros como democracia, como sociedad, para sostener un poder legislativo de color diferente al del Ejecutivo ?. Es difícil conocer la respuesta. La historia no permite ser demasiado optimistas, pero en algún momento debemos demostrar que podemos superar ese escollo. Debemos llegar a que los legisladores a veces aprueben la gestión del Ejecutivo, y otras no.
De eso se trata la democracia, de ese equilibrio de poderes, del consenso, del acuerdo y no de imponer la posición del que circunstancialmente tiene más votos. Lamentablemente esa no es la práctica a la que estamos acostumbrados. Lo corriente es un oficialismo que impone mayorías o una oposición obstruccionista. Sobran ejemplos, lamentablemente demasiados.
Una democracia republicana bien entendida, responde al principio de división de poderes. La Argentina tiene demasiadas experiencias negativas al respecto. Latinoamérica las tiene también, con muchos países que podrían contar historias parecidas, incluyendo las aventuras que soñaron con la eliminación del parlamento.
La pregunta hoy no pasa por saber si el oficialismo actual puede perder en la renovación legislativa de este año. Es bastante probable que ello suceda. Los interrogantes pasan por saber si ya aprendimos la lección. Pasaron muchos años, pero el aprendizaje supone algo más que entender y mucho más que el mero transcurso del tiempo.
Solo hay una forma de saberlo. Ponerlo a prueba, pero para ello, los garantes de la República no pueden ser los partidos políticos. Ni el voraz presente del oficialismo, ni el infantilismo inmaduro de la oposición pueden darnos certezas de ello. Los que debemos demostrar que estamos suficientemente maduros y aprendimos la lección somos nosotros mismos. Esta sociedad que tantas veces se debate entre su compulsión autoritaria y su racionalidad democrática tiene la respuesta en sus manos.
Los impulsos autoritarios de mucha gente proponen salidas fuera de la institucionalidad. Por mucho que deseemos confrontar con el oficialismo actual, detestemos sus prácticas y aborrezcamos sus métodos, debemos entender que solo sirve cumplir con los pasos institucionales. El camino lo es todo.
Pronto tendremos una chance de revertir la mayoría histórica del poder de turno y mutar hacia un sistema que nos ofrezca contrapesos de poder. Ello obligará a la política a madurar, a aprender la tarea de sentarse a la mesa del dialogo, práctica por cierto en desuso. Pero tambien demandará a la sociedad una vocación democrática superadora para hacerle entender a la clase política que el equilibrio de poder es saludable. Que es tiempo de abandonar la idea de concentrar el mando en pocas manos.
La democracia no tiene otro propietario que la sociedad, los individuos en su conjunto, y nadie tiene derecho a apropiarse del sistema. Es demasiado importante para dejarlo al arbitrio de unos pocos.
Tal vez sea prematuro, pero el oficialismo no podrá sostener el caudal electoral de la ultima elección. Con acuerdos o sin ellos, las fuerzas de la oposición serán mayoría en la próxima convocatoria electoral. Es bastante probable que ello suceda.
Pero tal vez estemos frente a una oportunidad difícil de repetir. Es posible que sea tiempo de demostrar que hemos aprendido "algo" en estos años. No le pidamos a la política que olvide su instintivo personalismo y su desbordada pretensión monárquica. Es la sociedad la que debe poner los límites. Tendremos que superar esta prueba de fuego. La oportunidad está cerca. Tal vez sea buena idea, aprovecharla con inteligencia.
Alberto Medina Méndez
amedinamendez@gmail.com
03783 – 15602694
Corrientes – Corrientes - Argentina
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