EL FURIOSO
El kirchnerismo. De la hegemonía a la acotación. escribe Osiris Alonso D’Amomio
Consultora Oximoron, especial
para JorgeAsísDigital
Del kirchnerismo de hegemonía, que se extiende desde el 2005 al 2008, se pasa, después del próximo 28 de junio, al kirchnerismo de acotación.
Vísperas del período de irremediable incertidumbre. En adelante, el responsable es Kirchner, el sujeto principal. El Furioso -como lo llaman clandestinamente algunos colaboradores-, es quien debe controlar el propio componente irracional.
Sin embargo, resulta sustancial -en la incertidumbre- el rol de la oposición. Más fragmentada de lo admisible, sometida a la acumulación de innumerables proyectos individuales.
Hasta aquí, la oposición supo conquistar la legitimidad a partir de la placidez del ejercicio de la critica -en general tardía- hacia Kirchner. El virtual hegemonizador de la vida políticamente cotidiana, desde hace cuatro años. Para ser precisos, desde que alcanzó la plenitud a través del desalojo del poder, en la provincia de Buenos Aires, de Duhalde. Y convertirse en el jefe de aquel aparato perforado que denigraba. Y que hoy, paradójicamente, en su declinación, lo sostiene.
Como temática, Kirchner se discute en la totalidad de las sobremesas. Próximamente será objeto de seminarios. En ámbitos multiplicados, hoy es objeto de repudio. De burlas impiadosas. De sumisiones admirables y gorilismos estremecedores.
Poder vacante
Aún en su debacle -se dijo en el Portal-, Kirchner marca el paso de la agenda.
Manotazos hacia los fondos de pensión, que lo colocan en el directorio de las empresas que le importan. Adelantamientos impactantes y testimonialismos que indignan. Complicidad en las estatizaciones de empresas, de capital mayoritariamente argentino, que agudizan la vocación suicida de confrontar con el eje imaginariamente más temible. Techint-Clarín.
Un producto -en definitiva- peronista. Kirchner siempre se las ingenió para relegar a los adversarios que se le reprodujeron. A los efectos de cumplir el papel de meros comentaristas. Capacitados para disputarle la frugalidad de los conceptos. Pero nunca, hasta aquí, para disputarle el poder. Que es, justamente, el poder desperdiciado que a Kirchner se le derrama. En la desesperación de la contraofensiva permanente. Lo induce a huir, hacía (el laberinto de) adelante.
Inconcientemente dilapidado, el poder, de pronto, en la Argentina comienza a quedar vacante. Disponible. Aún no se vislumbra a nadie que contenga, con convicción, expresas condiciones para tomarlo. De todos modos, el peronismo conforma una ideología que se estructura a partir del poder. El que dicta, en el fondo, su propia ideología.
Dentro de la superstición abarcativa del peronismo, el heredero -preferiblemente el sucesor- puede ser Reutemann, el prioritario. O algún paso más allá, Macri, el paraperonista. O el bloque de volantes que componen Romero, Solá, Puerta, Das Neves o Gioja, incluso Scioli. Hasta Duhalde, el personaje inmanente que impone su presencia a través de la sospechosa autoexclusión.
Afuera de la superstición del peronismo, en cambio, se accede al juego de las ambiciones que lo complementan. En el lote sobresale el énfasis de la señora Carrió. También Cobos, por la ventajita institucional. Binner.
Dilapidaciones
Kirchner -orgánicamente- se perdió encima. Solo. Se estampó el helado en la frente, en coincidencia racional con el rol equivocado de Elegidor. Para decidir -en la muestra máxima de la hegemonía extraordinaria- la concesión del cetro presidencial en su esposa. La Elegida. Con el pretexto, vaporosamente inmolatorio, de dedicarse a la reorganización -a su medida- del Partido Justicialista. Contra cuyas estructuras, Kirchner, justamente, creció. Y se hizo fuerte, al amparo de la necesaria reconstrucción de la autoridad presidencial.
Pero Kirchner, en su festiva impunidad, supo degradar el sistema de partidos sin establecer, previamente, estructuras sólidas de sustitución. Con la masturbación institucional de inventar sellos de goma. Con la tergiversación funcional de las organizaciones sociales. Explotación de padecimientos redituables que servían para controlar la calle, origen de las últimas desestabilizaciones. Pero inútiles como fórmulas de acción política.
En cuanto El Elegidor cedió el cetro presidencial a La Elegida, el poder comenzó a derramarse. Como en una copa tajeada. Por su grandísima culpa. Mientras, simultáneamente, demolía cualquier atisbo imposible de eficacia que pudiera alcanzar el gobierno de La Elegida. Heredera, ella sí, de las consecuencias de los “desastres seriales del gobierno trivial” de El Elegidor.
En cuanto se entregó al corte y confección de las estructuras del Partido Justicialista, al Kirchner de la plenitud se le desmoronó, de manera abrupta, la base de la credibilidad que le permitió escalar en las encuestas. Merced al favoritismo de la “sociedad independiente”.
El resto del film, es material para el silencio. Limitaciones para la sumatoria de las equivocaciones anecdóticas, que lo transformaron en El Furioso. Desde la devastadora valija de Antonini Wilson, hasta la letalidad del conflicto agropecuario. Datos eficaces para acelerar la ruptura con “las capas medias y altas de los grandes centros urbanos”, como explican los sociólogos estomacales. Para acelerar la enloquecida declinación de aquello que supo ser hegemónico. Con aspiraciones a la vigencia durante otros tres lustros. Para convertirse, demasiado pronto, en el objeto de burla. Carente del respeto elemental. Del temor, valor indispensable, en El Furioso, por el estilo de conducción.
Patologías
La patología ofrece el animoso espectáculo de la irracionalidad.
Las facilidades de la historia contrafáctica inducen a asegurar que, si en marzo del 2008, Kirchner era aún el presidente, en el conflicto agropecuario se alcanzaba la solución en menos de 48 horas. El obstinamiento irracional, el desborde sin contención de El Furioso obligó a que los subordinados -La Elegida, De Vido, Alberto Fernández- debieran encarar las posturas categóricamente radicales. A los efectos de humillar -”poner de rodillas”- a los dirigentes que simplemente resistían el exceso. Basado en la medida inspirada por el transitorio ministro, al que Kirchner despreciaba. Más por los atributos de “albertista” de Cristina, que por su imaginario impositivo.
A propósito, cierta Garganta fidedigna infiere que, cuando Kirchner se enteró del contenido de la Resolución 125, casi estalló:
“Este p… de m…-dijo, furioso- nos va a meter en un quilombo”.
Tuvo razón. Sin embargo, en cuanto despidió al p…de m…, furiosamente decidió privatizar, para quedárselo, el quilombo. Hasta producir los actos más catastróficos de la historia del peronismo y hundir, al gobierno de La Elegida, en el lodo del desprestigio.
Después del 28 de junio, podrá saberse si el componente irracional de Kirchner puede controlarse. Convivir, el hombre de estado, si es que existe, con El Furioso. Persistir indemne, pero sin el atributo de la hegemonía. Transformada, de acuerdo a la tesis, en acotación. El destino queda limitado a las ineludibles negociaciones con los que razonablemente no respeta. Los que acumulan desaires y postergaciones. Y a los que, en su huida, El Furioso aún tiene la esperanza de aplastar. Sin concederles, siquiera, la posibilidad de la revancha.
Osiris Alonso D’Amomio
para Consultora Oximoron,
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