COMPLICACIONES K
Complicaciones del Presidente.
Fuente: Newpolitic.com .
Autor: Eugenio Paillet.
Un funcionario de los que frecuentan a diario los aposentos del primer piso de la Casa Rosada graficó, en cuatro palabras, el estado de ánimo de Néstor Kirchner durante la última semana: "Está literalmente sacado".
El presidente, quien puede demostrar con hechos concretos de los últimos tiempos que es capaz de destruir con la misma habilidad lo que había construido, viene dinamitando uno a uno los pilares de lo que él mismo alguna vez definió como la "concertación plural".
Y, a juicio de alguno de los pocos hombres todavía militantes en las filas del oficialismo, que conocen como ninguno las iras y los rencores de su jefe y se animan a contarlo, tanto desatino probablemente termine de agigantar las dudas sobre el lecho de rosas que hasta no hace mucho imaginaban que debía ser el tránsito de Cristina Fernández hacia la Casa Rosada.
Lo ocurrido con la escandalosa elección para gobernador en Córdoba es quizás el punto de llegada de tanto desatino.
Para el gobierno, ese acto electoral, regado de dudas y sospechas, puede ser de tal gravedad no sólo por lo que implica el hecho en sí mismo, de cara al impacto que genera en una sociedad que no de ahora sospecha que el gobierno manipula todo y retuerce la verdad según le convenga, sino porque hasta podría provocar efectos no queridos por la Casa Rosada en las elecciones presidenciales del 28 de octubre.
Dicen en algunos recovecos del oficialismo que está por verse la magnitud del daño político que puede sufrir el gobierno por lo ocurrido en Córdoba. La primera consecuencia está hoy en boca de todos: las cifras del primer escrutinio, que consagraron ganador a Juan Schiaretti por apretado margen sobre Luis Juez, se parecen demasiado a las que dibuja mes a mes Guillermo Moreno en el INDEC.
¿Quién va a confiar, a partir de ahora, en los datos de una elección cuando el conteo de votos entregue un resultado ajustado como el del domingo último? Y la siguiente pregunta que adquiere dimensiones preocupantes a medida que avanzan los días: ¿qué ocurriría si Cristina Fernández araña, pero no llega al 40%, el porcentaje de piso que le evitaría el escarnio de una segunda vuelta?
No hay que equivocarse por mucho para imaginar que cualquier resultado que la habilite para sortear esa variante será sospechado de manipulación, como ocurrió en Córdoba. De manera que ése es el primer impacto negativo que ven algunos hombres del gobierno sobre lo sucedido en esa provincia.
El gobierno debe soportar --por ahora sin argumentos para salir a responder-- que Elisa Carrió y Roberto Lavagna, por citar los primeros adelantados, hayan salido a reclamar que las elecciones de octubre sean fiscalizadas por veedores internacionales, como sería el caso de los enviados de la Organización de Estados Americanos que pide la candidata de la Coalición Cívica.
También cabe decir, en línea con la impresión generada por un presidente que rompe todo lo que armó a golpe de palo y billetera, que Kirchner jugó a dos puntas en Córdoba, y terminó perdiendo a dos puntas. Nadie en la cima lo reconocerá jamás en público, pero la estrategia en la provincia mediterránea saltaba a la vista.
El presidente apoyaba a Schiaretti, mientras Alberto Fernández se ponía la camiseta de Juez.
Cristina Fernández fue a Córdoba a fotografiarse con el vicegobernador y candidato.
Julio de Vido y Ricardo Jaime se sumaron sin disimulo a los apoyos del matrimonio santacruceño a la figura del candidato de José Manuel de la Sota.
El jefe de Gabinete envió tropa propia a la Docta para hacer campaña por Juez.
Patricia Vaca Narvaja y Graciela Ocaña se pegaron al polémico intendente.
Nadie de los estrategas de esa fallida intentona contó con el grueso error cometido por todos los encuestadores, aun los que hasta ahora aparecían como los más respetados. No hay dudas de que si la diferencia hubiese sido de 8 o 10 puntos a favor de Schiaretti o de Juez, Kirchner habría llamado para felicitar al vencedor. Ganaba la Casa Rosada con una camiseta o con otra y todos contentos.
El empate técnico desbarrancó toda la estantería. Consecuencia relatada por un confidente del poder: Juez se les fue de las manos a Alberto Fernández y a las funcionarias que habían llegado a Córdoba. "No hubo forma de bajarlo de la denuncia de fraude", reconocen hoy.
Se cuenta que tanto fue el enojo de Kirchner cuando advirtió que el clima social se caldeaba peligrosamente que el jefe de Gabinete pasó sin escalas de apoyar las denuncias de fraude de Juez a criticarlo abiertamente y sacarse de encima cualquier sospecha de apoyo previo, durante una decena de apariciones radiales y televisivas entre martes y miércoles.
Nada alcanza ahora para tapar lo que se ve por todos lados: no hay manera de reparar el daño a las instituciones y a la credibilidad pública que ha generado el resultado de la elección cordobesa. Está por verse, al mismo tiempo, cuál será el costo que deberá pagar Kirchner en octubre por ese enorme grado de sospecha que ganó a la sociedad local cuando el candidato de la Rosada decía saber con llamativa anticipación, cuando el cierre del comicio estaba caliente, que había ganado por 8 puntos.
Un interrogante pesado en manos de analistas cercanos al oficialismo es saber cómo votará el electorado cordobés el 28 de octubre. Algunos datos deberían preocupar a los estrategas presidenciales. Encuestas conocidas tras el domingo negro, que encargó el propio De la Sota, aseguran que el 90% de los ciudadanos cordobeses está convencido de que hubo fraude. Esos análisis han desgranado algunas otras cifras.
Por ejemplo, que el 50% del electorado provincial, si se suman los votos obtenidos por Juez y el resto de los que no apoyaron a Schiaretti, es claramente antikirchnerista.
Otra cuenta de estas horas señala que, si se tomaran como tropa cautiva --por aquella estrategia fallida de que ganara quien ganara siempre ganaba Kirchner-- los votos de ambos candidatos y se los trasladara a la elección de octubre, el promedio en favor de Cristina no superaría el 35%.
A ese cuadro hay que sumarle la derrota de Kirchner en Santa Fe.
El presidente fue otra vez, como había ocurrido en la Capital Federal, el factor desencadenante de un descontento en el electorado peronista por su decisión de imponer a un candidato como Rafael Bielsa, quien era en realidad un diputado porteño hecho y derecho.
Hay constancias en el gobierno que hablan de un profundo descontento en el peronismo de la provincia, que nadie sabe cómo puede impactar en octubre. Sin contar con el espectacular avance del socialismo encabezado por Hermes Binner y la creciente expectativa que genera a nivel nacional el lanzamiento de la fórmula entre Carrió y del titular nacional del PS, Rubén Giustiniani.
Una mirada absolutamente despersonalizada que podría hacerse hoy sobre el escenario electoral, a partir de los errores cometidos sin prisa pero sin pausa por el presidente, indica que tres de los cuatro grandes distritos del país (Córdoba, Santa Fe y la Capital Federal) son enormes incógnitas para las chances de la candidata del Frente para la Victoria de evitar el tan temido balotaje.
Adquiere particular relevancia, a partir de esos mismos análisis, una frase a modo de cruel paradoja que se le escuchó el viernes a un operador del kirchnerismo: buena parte de la estrategia electoral del gobierno para no sufrir un colapso en octubre descansa sobre las espaldas de Daniel Scioli.
El vicepresidente, tan vapuleado en el pasado por los Kirchner y sospechado a ultranza por los pingüinos puros de tener proyecto político propio, mide hoy en la provincia más que la propia senadora. Y parece ser el único reaseguro de que la fuerte tracción de votos del primer distrito electoral es la garantía para evitar un susto en los escasos 50 días que faltan para el paso por las urnas.
Se puede entender entonces la fuerte desazón que hoy embargaría a Kirchner, aunque muy cerca suyo digan que está pagando caro sus propios errores.
La realidad marca que en Córdoba, Santa fe y la Capital Federal, el 50% o más del electorado se pronunció en las urnas locales contra los candidatos del oficialismo.
Una comprobación puntual muestra, además, que ninguno de los candidatos --Schiaretti, Bielsa y Filmus-- pudo quebrar la barrera del 35% de los votos.
Otro tema preocupa a los estrategas. El armado de las listas de candidatos nacionales y provinciales del Frente ha dejado demasiados heridos en el camino, muchos más de los que la tozudez del presidente y hasta su demostrada impericia política podrían soportar, en el caso de algunos encumbrados miembros de las carpas patagónicas.
Este accionar de final incierto se ha verificado en especial en la provincia de Buenos Aires, donde Kirchner terminó por acordar con lo más viejo del peronismo instalado en las grandes intendencias del conurbano y en algunos municipios de peso del interior. Son, claro, los mismos a los cuales no hace mucho detestaba por impresentables.
Afuera y sin garantías de que no vayan a subirse a alguna de las ambulancias de la política que de seguro pasarán a intentar recogerlos, han quedado jóvenes hombres del FPV que creyeron ciertamente que, con su jefe santacruceño, se venía un aire nuevo y nuevas formas de hacer política.
También hay bronca en el sindicalismo tradicional y en el mundillo del piqueterismo oficial.
Así se advierte en las declaraciones de ningún modo inocentes que Hugo Moyano lanzó en los últimos días contra Cristina y las desconfianzas que al segundo sector les genera. Estos amenazan, en circuito cerrado, con sacar otra vez la gente a las calles por haber sido dejados de lado en el armado de listas que punteó personalmente la senadora.
Son retazos palpables de la capacidad ilimitada de Kirchner para despedazar rivales y aliados a partir de una obsesión peligrosa por concentrar absolutamente todo el poder.
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