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lunes, 27 de octubre de 2008

OGRO KK

El nuevo ogro filantrópico kirchnerista
Por Fernando Laborda

Para los Kirchner gobernar significa gozar de la capacidad de acumular y distribuir recursos con la mayor discrecionalidad posible. El gobierno no es concebible para ellos sin una buena caja que pueda manejarse a piacere de sus propias necesidades políticas.

La idea parece sencilla, pero no podría serlo en una república democrática donde el derecho de propiedad está garantizado constitucionalmente.

El gran límite para los Kirchner son las instituciones. El problema es que el matrimonio gobernante las considera un mero obstáculo a la acción de gobierno que debería removerse.

En su novela 1984, George Orwell describe al Hermano Mayor o Gran Hermano, el fundador del Partido que todo controla y vigila, apoyado por el Ministerio de la Verdad, cuya tarea es cambiar la historia y el presente en función de los intereses circunstanciales de quienes ocupan el gobierno. Un organismo con muchas semejanzas a nuestro Indec o a ministros que, a la hora de explicar la inseguridad, aducen que se trata de una sensación de la gente.

Una de las mayores preocupaciones de Néstor Kirchner ha sido colocar a hombres de su confianza en sectores estratégicos de la economía. Ha ocurrido con distintas empresas energéticas, de telecomunicaciones, de transporte y hasta con medios periodísticos. Para nadie que haya seguido esas alternativas, casi propias del personaje creado por Orwell, sería inimaginable que, con la apropiación por parte del Estado kirchnerista de los ahorros del sistema jubilatorio privado, se haya visto la posibilidad de controlar, como un Gran Hermano, a un buen número de empresas que tienen un porcentaje de sus acciones en los fondos hasta hoy administrados por las AFJP.

Néstor Kirchner llegó al poder en 2003 con la promesa de garantizar un país serio. La necesidad de calidad institucional que se advertía bajo la vaga consigna Que se vayan todos era una fuerte demanda ciudadana por aquel entonces. Sin embargo, buena parte de los argentinos pareció darse por satisfecho con el proceso de recuperación económica que se registró en los primeros años del gobierno kirchnerista. Los reclamos de institucionalidad y transparencia parecieron quedar archivados. Y los Kirchner jamás se preocuparon por esa cuestión.

Más allá de las conocidas y cada vez más justificadas comparaciones entre los estilos kirchnerista y chavista, hay en América latina un antecedente que se aproxima a la visión de los Kirchner: el del Partido Revolucionario Institucional (PRI), que gobernó México a lo largo de más de medio siglo.

Este Estado mexicano de tinte prebendario y clientelista, que fue denominado por Octavio Paz el ogro filantrópico , se caracterizaba por una burocracia corrupta con largas ramificaciones y por su tendencia a inmiscuirse en cada vez más esferas de la vida privada con el falso pretexto de proteger al pueblo.

La burocracia K es mucho más pequeña, concentrada y verticalista que la del PRI. Todo pasa por Néstor Kirchner y todo se resuelve alrededor de la mesa chica ?cada vez más chica? de Olivos. Pero, al igual que el viejo partido mexicano, reconoce un mismo corazón que permite mantener vivo su organismo: la caja.

Según esta concepción patrimonialista del kirchnerismo, el Estado es virtualmente un bien ganancial del matrimonio gobernante. Merced a esa particular visión, se ha podido poner a personal de la Casa Rosada y al helicóptero de la Presidencia al servicio de la campaña electoral de la entonces primera dama, como es factible utilizar el poder y la influencia derivados de la investidura presidencial para realizar envidiables inversiones en tierras fiscales de El Calafate a precios viles, y confiscar los ahorros de los futuros jubilados con la excusa de darles protección frente al reino salvaje de los mercados. Una protección de la cual difícilmente puedan dar fe nuestros padres y abuelos, hoy jubilados, tras aportar toda su vida a cajas previsionales manoteadas por el Estado y percibir actualmente un haber jubilatorio parecido a una limosna.

A la voracidad fiscal del Gobierno, la adopción de la estatización del sistema jubilatorio privado sumó la impericia y la improvisación propias de quien siempre parece correr detrás de los hechos, además de un pésimo manejo de los tiempos.

A la incertidumbre y el temor que ya existían como fruto de la crisis financiera internacional, el Poder Ejecutivo añadió más incertidumbre y más temor. Como si hubiera pretendido apagar un incendio con nafta.

El país estaba, semanas atrás, ante una tan inesperada como magnífica oportunidad para repatriar capitales en el exterior de argentinos atemorizados por las peripecias que les deparó la crisis mundial. Tras el súbito anuncio presidencial sobre el manotazo a los fondos previsionales administrados por las AFJP, esa oportunidad se alejó rápidamente.

A menos de un mes de que Cristina Kirchner hablara con jactancia del efecto jazz, el mundo volvió a hablar del efecto tango. Los gobiernos de Uruguay, Chile y Perú se desesperaron por evitar cualquier contagio: ?¡No somos la Argentina!? , exclamaron sus funcionarios.

En un país serio, cualquier decisión sobre un nuevo régimen previsional demora meses o años. Los Kirchner pretenden que un proyecto ideado en la noche del jueves en Olivos y terminado de redactar el lunes siguiente sea debatido y aprobado por las dos cámaras del Congreso en apenas un mes. Por si fuera poco, se trata de una propuesta que, al igual que el aumento de las retenciones al campo, nunca había sido mencionada en la campaña electoral de Cristina Kirchner.

En las antípodas de la lógica de un buen ajedrecista, que mueve una pieza pensando qué podrá ocurrir cuatro jugadas después, el gobierno nacional toma decisiones sin siquiera pensar en la reacción que se producirá al día siguiente. Así, termina logrando el efecto contrario al esperado.

Se brindó el mensaje de que los Kirchner son capaces de cualquier cosa y, de un plumazo, se destruyó el mercado de capitales.

Se dijo que se buscaba proteger los fondos de los futuros jubilados. Pero sólo con el anuncio de la controvertida iniciativa se logró que, en el término de una semana, esos ahorros perdieran casi lo mismo que habían perdido en un año.

En la concepción del poder que tienen los Kirchner, el control sobre la economía es la principal garantía de gobernabilidad.

A la luz de los resultados que provocó el anuncio de la estatización de la jubilación privada, pareció quedar al descubierto que el Gobierno tiene cada vez menos control sobre la economía real y que la gobernabilidad se ve cada vez más amenazada.

A partir de mañana, el Gobierno se encontrará ante dos opciones. La primera es tratar de desandar lo andado, manejando los tiempos de manera que el retroceso no sea visto como una dramática derrota política, quizá procurando modificar algunos vicios del sistema jubilatorio privado sin impulsar una drástica reforma. La segunda alternativa es redoblar su apuesta, siguiendo la conocida lógica kirchnerista del jugador empedernido. Claro que en este último caso, al límite que opusieron los mercados, podría sumarse la furia contenida por ahora de muchos ciudadanos que no están dispuestos a seguir soportando nuevos ataques a la propiedad privada.

Pero, ¿acaso Kirchner no tomó esa decisión para controlar él mismo unos 30.000 millones de dólares? No será así. La última estrategia del Gobierno consiste en deslizar que el matrimonio presidencial podría irse del poder si sufriera otro traspié parlamentario. Una democracia no se gobierna con esa ralea de extorsiones.

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