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miércoles, 9 de marzo de 2011

DESORDEN


LA SOCIEDAD DESORGANIZADA

Por el Lic. Claudio Valdez

“El bienestar de las clases dirigentes y de las clases obreras está siempre en razón de la economía nacional. Ir más allá es marchar hacia el cataclismo económico; quedarse muy acá, es marchar hacia el cataclismo social”.

“Sabemos también, que el problema de nuestra nación puede resolverse rápidamente si nos decidimos a vender lo que puede venderse en este país. Pero no creemos que estas generaciones de argentinos puedan desertar ante la historia”.

Estas ideas transmitidas desde el año 1946 por el presidente Perón resultaron vivadas por muchos, pero a la hora de su puesta en práctica resultaron “una senda para no ser transitada” aún por quienes se preciaron y se precian como sus partidarios. Se hizo precisamente lo que había sido advertido como frustración para la nación.

En el siglo XXI nuestra gente sufre desatinos políticos y económicos como los señalados anteriormente, con el agregado de actualizadas “vivencias contraculturales de moda” no alcanzando a comprender el riesgo que importan para la existencia social. Omitir las “leyes que rigen la naturaleza de las cosas” corrompe la moralidad individual con la inevitable consecuencia de debilitar la organización y unidad comunitaria: falsear los resultados de la evolución económica de la nación a costa de deuda pública y promover “contravalores sociales” que afectarán en conjunto a las futuras generaciones, también es desertar ante la historia que devendrá.

Con un Estado que, año tras año, declara haber logrado “superávit” no se justifica el mantenimiento e incremento de la presión impositiva, además de la persistente y notoria inflación: la única explicación posible es que el superávit no resulte tal. Los ciudadanos activos trabajan cuanto pueden para pagar sus consumos y pagan, y “continúan pagando” altos impuestos indirectos y directos para que “demasiados inútiles” abonen con tarjetas de ayudas, ordenes de becas, planes sociales, gastos de representación, jubilaciones de privilegio, jubilaciones graciables y subsidios variados; provenientes de fondos fiscales que ninguna entidad republicana es capaz de controlar.

Estos “beneficios” resultan voluntad de decisiones del Poder Ejecutivo Nacional mediante “decretos de necesidad y urgencia” no compatibles más que con una “tiranía”. La democracia no se expresa mediante necesidad ni urgencia, sino mediante proyectos voluntarios y planes previamente acordados y consensuados. Esta es la diferencia que caracteriza al superior régimen político preciado como “gobierno del pueblo”, que para La Argentina está dispuesto debe ser “representativo republicano federal”.

Sabemos que política es la ciencia y arte de lo posible; ¡pero sobre todo de lo creíble!. Al predominar en los discursos oficiales “lo increíble”, las voluntades sensatas se retraen y queda al descubierto la falta de confianza en el régimen, el dinero, los bancos y en cualquier otra posible inversión. Los particulares que no disponen de “contactos” y “servicios financieros fiables” tratan de atesorar sus valores mediante la compra de bienes durables, siendo preferidos para este tipo de operación los automóviles. Lamentable es que se dilapidan así sus módicos capitales en inversiones de “acelerada depreciación” que aportan bastante poco a nuestra economía, aunque desde el poder político se intente hacer creer que movilizan productivamente al mercado local: movilizan en todo caso la avidez recaudadora por seguros, patentes, infracciones y variados impuestos. En concreto poca riqueza y magra utilidad.

Es habitual escuchar a funcionarios reclamar inversiones productivas, además de amenazar a productores, empresarios y comerciantes haciéndoles saber que es voluntad política que “quienes evadan vayan presos”. Parecen ignorar que los requisitos para la inversión son la estabilidad y la previsibilidad, como que la adecuada disminución de impuestos evita la evasión. Asimismo, con perversión, se empeñan en desconocer que la inseguridad para personas y bienes es consecuencia de la inimputabilidad, garantismo y abolicionismo promovidos demagógicamente por el propio Estado, “partícipe necesario por omisión” de tremendas consecuencias para las acrecidas víctimas de ilícitos. En concreto; ninguna seguridad y menos seguridad jurídica.

Retomando los conceptos de “cataclismo económico” y “cataclismo social” mencionados al inicio, fácil es reconocer que en lo económico los socios comparten las ganancias y también las pérdidas. En tanto en lo político (la sociedad organizada) y sus socios (los ciudadanos) comparten la dicha pero también las frustraciones comunitarias. Desde que la democracia indirecta practicada en el mundo contemporáneo exige el sufragio, todas las parcialidades políticas se esfuerzan por demostrar y prometer ganancias económicas y dicha social alcanzada o a lograrse, independientemente de lo que la realidad evidencie en el presente o posibilite en el futuro. Lamentablemente el ejercicio electoral ha confirmado, década tras década, que los enunciados logros, propuestas y promesas de alta prioridad fueron habitualmente solo propaganda.

Así como el marxismo opera sobre el descontento social “insectificando” las poblaciones, la contemporánea “insatisfacción social” como expresión de angustia generalizada conforma una sociedad desmoralizada, donde pervertidos oportunistas insisten en querer practicar la fracasada utopía del comunismo real y enmascaran con desvergüenza sus facciones llamándolas “progresismo”. Pretenden bajo ese “nombre de fantasía” suprimir fundamentales principios de convivencia y superiores ideales culturales recurriendo a la distribución de dádivas clientelísticas, por supuesto a cargo del Estado, que nunca alcanzan para solucionar los problemas padecidos por la gente. Problemas causados por “disparates gubernamentales” en que mayorías y minorías políticas aparecen como inexcusables responsables por ineptitud, perversión o desidia ante la sociedad desorganizada intencionadamente para servirse de ella. Queda conculcado de este modo cualquier anhelo de dicha y prosperidad.

Y dejo rodar la bola,/ Que algún día se ha de parar./ Tiene el gaucho que aguantar/ Hasta que lo trague el hoyo/ O hasta que venga algún criollo/ En esta tierra a mandar. (Martín Fierro. verso 2094)

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