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viernes, 18 de marzo de 2011

MONEDEROS FALSOS


Hubo otros antes de Vargas Llosa
http://www.rionegro.com.ar/diario/rn/nota.aspx?idart=582201&idcat=9539&tipo=2
por Jorge Castañeda

Antes de las polémicas expresiones del flamante Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa sobre el país de los argentinos y sus gobernantes, otros ilustres viajeros dejaron sus opiniones que no pocas veces provocaron la reacción y la repulsa airada y colectiva sin ponerse a analizar cuánto de razón o no tenían sus aseveraciones.

Paul Samuelson hace ya varias décadas, al clasificar los países en tres categorías, mencionó a "Los capitalistas, los socialistas y los del Tercer Mundo, pero además están Japón y la Argentina; no se entiende por qué al Japón le va bien y a la Argentina le va tan mal".

Otro invitado ilustre, Giuseppe Bevione, escribió en Italia en 1911 "luego de haber visto la corrupción, el despilfarro, la demagogia y un despreciable exhibicionismo" que "la Argentina es un país donde el Poder Judicial no tiene independencia y el Poder Ejecutivo no tiene frenos".

Hasta el célebre Cantinflas supo decir que "La Argentina está compuesta por millones de habitantes que quieren hundirla pero no lo logran".

Más lapidaria aún es la frase de Georges Clemenceau al sentenciar que "la Argentina crece gracias a que sus políticos y gobernantes dejan de robar cuando duermen".

Me gustaría agregar a estos ejemplos recopilados por Marcos Aguinis las célebres frases de José Ortega y Gasset que aludía a la pampa argentina sólo como promesas. Supo escribir que "todo vive aquí de lejanías y desde lejanías. Casi nadie está donde está, sino delante de sí mismo y desde allí gobierna y ejecuta su vida de aquí, la real, presente y efectiva. La forma de existencia del argentino es lo que yo llamaría el futurismo concreto de cada cual. No es el futurismo concreto de un ideal común, de una utopía colectiva, sino que cada cual vive desde sus ilusiones como si ellas fueran ya la realidad".

"Se habla mucho de este país, se habla demasiado –éste ya es un problema curioso: la desproporción entre lo que es aún la Argentina y el ruido que produce en el mundo–, se habla casi siempre mal".

Tal vez la más famosa de sus frases la expresó cuando dijo "quiero indicar que yo no importo, importan sólo las cosas de las que vamos a hablar y sugiero que tengo una gran fe en mi prédica –palatina o solapada, pero constante– ante los argentinos. Mi prédica que les grita: ¡Argentinos, a las cosas! Déjense de cuestiones previas personales, de suspicacias, de narcisismos. No presumen ustedes el brinco magnífico que dará este país el día que sus hombres se resuelvan de una vez, bravamente, a abrirse el pecho a las cosas, a ocuparse y preocuparse de ellas directamente y sin más, en vez de vivir a la defensiva, de tener trabadas y paralizadas sus potencias espirituales que son egregias, su curiosidad, su perspicacia, su claridad mental secuestradas por los complejos de lo personal".

En otro de sus ensayos escribió que "el pueblo argentino no se contenta con ser una nación entre otras; quiere un destino peraltado, exige de sí mismo un destino soberbio, no le cabría una historia sin triunfo y está resuelto a mandar. Pero la altanería de los proyectos tiene algunos inconvenientes. Cuando más elevado sea el módulo de vida al que nos pongamos, mayor distancia habrá ante el proyecto –lo que queremos ser– y la situación real –lo que somos. Y si de puro mirar el proyecto de nosotros mismos olvidamos que aún no lo hemos cumplido, acabaremos por creernos ya en la perfección. Y lo peor de esto no es el error que significa, sino que impide nuestro efectivo progreso, ya que no hay manera más cierta de no mejorar que creerse óptimo".

Otro Premio Nobel de Literatura, el español Jacinto Benavente al preguntársele con insistencia qué pensaba de los argentinos "cuando llegó la hora de su partida y el carruaje dejó en el muelle al dramaturgo, se redoblaron las demandas de los periodistas. Entonces Benavente disparó un cañonazo: "Armen la única palabra posible con las letras que componen la palabra argentino". El escritor trepó la escalerilla y se introdujo en el barco. Su figura desapareció de quienes lo habían escuchado y la única palabra que pudieron armar azorados y airados fue "ignorante".

De más está decir que por la intemperancia de los amanuenses del poder de turno, mal le fue a todo aquel que osara realizar la más mínima crítica sobre lo que en realidad somos los argentinos. Y peor todavía, a los intelectuales nativos como Leopoldo Marechal, Ezequiel Martínez Estrada, Jorge Borges, René Favaloro y tantos otros: la descalificación, las listas negras, la cárcel, el exilio y muchas veces la muerte o acorralarlos hasta el suicidio.

Sobre estos hipersensibles más papistas que el mismo Papa y dueños exclusivos de su propia verdad solía decir Ortega y Gasset que aparecen "ante sus propios ojos como falsificadores de sí mismos, como monederos falsos de trágica especie, donde la moneda defraudada es la persona misma defraudadora. Periodistas, profesores y políticos sin talento, por tal razón, componen el Estado Mayor de la Envidia, que, como dice Quevedo, va tan flaca y amarilla porque muerde y no come".

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