DEMOCRATIZAR LA CORRUPCIÓN
SE TRATA DE "DEMOCRATIZAR" LA CORRUPCIÓN
La cada vez más numerosa lista de escándalos que salpican al matrimonio Kirchner y su entorno terminan siendo funcionales para el Gobierno, ya que producen un efecto liberador.
Por Gabriela Pousa (*)
“Nadie piensa, donde todos lucran;
nadie sueña, donde todos tragan.”
José Ingenieros
Son muy pocos los temas y mucha la sustancia aunque parezca a la inversa. La Argentina ha llegado a límites impensados en cuanto al grado de corrupción y anomia. De alguna manera, es menester entender que las prácticas “defectuosas” conllevan inexpugnablemente al rompimiento de reglas, aun cuando éstas nunca estuvieran demasiado claras ni fueran homogéneas para la sociedad y la dirigencia.
Muchos argumentaran que la corrupción no es patrimonio de los Kirchner, y que no hay país en el mundo que esté libre de ese mal. Ambas premisas son ciertas, sin embargo, el problema radica en las proporciones, y más aún en el “modus operandi”, es decir en los medios utilizados para acceder a los fines buscados. No se trata meramente de los mentados “retornos” que caracterizan desde tiempos inmemoriales a los planes de obras públicas, ni de los incrementos en el patrimonio de los gobernantes, a no ser, claro, que estos alcancen un porcentaje nunca antes alcanzados.
Hoy por hoy, el concepto de “corrupción” ha socavado todo valor, y en consecuencia lo que se ha puesto en juego es lo más sagrado: la vida. No caben eufemismos cuando hay un entramado de mafias enquistadas en el seno de la salud pública, o cuando los crímenes mafiosos acontecen sin generar siquiera demasiado asombro. Nada soluciona algún dato aislado propagado por los medios de comunicación cada tanto. Con el tiempo, el olvido gana y recordar se torna anecdótico.
En ese trance, es dable reconocer que la Argentina ha llegado a un punto cúlmine de no retorno. Es decir, ese 80% de la sociedad que desaprueba la gestión de los Kirchner –aun cuando sea en exceso volátil en sus principios y valores– no volverá a emitir un voto favorable al matrimonio presidencial. Ahora bien, ni siquiera ese dato de la realidad o de la esperanza quizás, parece afectar en demasía el corto y mediano plazo de un país a la deriva. Y los Kirchner reinan para ese cortoplacismo, viven el día a día, improvisan sin estrategia, y eso explica de la alguna manera porque cada mañana, los titulares mediáticos ofrecen – en apariencia-, tantas “sorpresas”.
A tal punto se ha llegado que la pluralidad de casos de corrupción que se esparcen a diestra y siniestra le son funcionales al gobierno. En lugar de menguarlo, lo dejan más liberado. Son tantas las causas que resulta más fácil evitar así que haya un registro cabal de la magnitud de los temas. Una mente medianamente lógica puede abarcar un número limitado de datos. Es muy difícil, si no imposible, hallar quién tenga un registro completo de los dislates que ha cometido el gobierno y más aún de los casos de corrupción en los que se halla envuelto.
Sin ir más lejos, el caso Skanska, el caso Grecco ya parecen sepultados en el tiempo. Y frente al tamaño de la desidia y del desparpajo actual, menos todavía hay margen para recordar, por ejemplo, las estafas del ex jefe del Ejército, Roberto Bendini capaz de comprar regalos de casamiento para sus amistades con fondos que deberían haber estado destinados a soldados que visten uniforme por creer que la Patria requiere hombres de honor, capacitados para defenderla en el momento que lo requiera. La “salida” del gobierno o del cargo no es la condena que debería pagarse por el desfalco o el robo, sin eufemismo hablando.
Pero no todo pasa por montos de dinero acaparados inescrupulosamente. Hay una corrupción mucho más atroz y es la que permite, sin entrar en detalles que a esta altura son de conocimiento público, que haya desnutrición en un país que fue llamado “granero del mundo”. Un granero desgranado por administraciones ineptas y ahora además por un resentimiento inexplicable y una soberbia que roza los síntomas de la demencia. El abandono de personas excede ya el marco de la definición legal que se hace de ella.
Pero frente a estos hechos, quizás haya algo más preocupante todavía: la pasividad del pueblo. La reacción brilla por su ausencia, el ceño fruncido de cualquier transeúnte es el único signo de vitalidad y sangre en las venas que parece tener hoy, el ciudadano argentino. Y no se trata de pretender revoluciones o cacerolazos mancomunados. Se trata de reaccionar y no dormirse en la creencia de que el voto es la única herramienta. Una lectura a un libro cuya simpleza es indiscutible, a pesar de querer dársele interpretaciones antojadizas y oportunistas, sería el primer paso que todo habitante de este suelo debería proponerse como tarea mínima. De ese modo se verá que ahí, en esas pocas páginas, están todas las respuestas.
No se requiere de nuevas normas, ni de indagar en modernas herramientas, etc., etc. Se necesita implementar a pie juntillas cada artículo de la Constitución Nacional, y el que así no lo hiciera que reciba justa pena. La vapuleada “oposición” que no es más que un conglomerado indefinido de quejas y ambiciones propias que escapan al interés de la gente, y mucho más todavía a sus problemas. No arreglan nada prometiendo cambios a una ley de Medios o diciendo que debatirán con más firmeza en un recinto cuando llegue la mágica fecha del 10 de diciembre donde, en rigor, sólo habrá un acto simbólico de asunción, y lo que sigue es harto conocido: receso. Saben que esa promesa es casi vana porque se topa, guste o no, con el poder de veto del Ejecutivo.
De allí que más productivo sería que aunaran esfuerzos en pro de pensar un modelo de país donde asegurar acuerdos básicos con lineamientos indispensables para ejecutarlo más allá de quién sea el candidato. Negociar que en política es básico. Lo hizo Lula Da Silva para conseguir lo que hoy está a la vista en Brasil. Mientras esto no sucede en la Argentina, y los integrantes de las fuerzas que fueran votadas el pasado 28 de junio sucumben a intereses personales, o son “cooptados” a precios viles con un desparpajo que no termina de ser masivamente condenado, el resultado será una sociedad cada vez más alejada de lo político por asfixia, desidia y hastío. Consecuentemente, el gobierno de turno seguirá deshaciendo a sus anchas pues es menester entender y aceptar que éste sólo hace aquello que la gente le permite que haga.
En la medida que Maradona se posicione como tema de polémica, y el hambre se acalle y se ausente de aquellas, no habrá forma de transformar la anestesia que caracteriza a la ciudadanía. Pretender un cambio en una dirigencia que ha dado pruebas fehacientes de ignominia y ambición hegemónica no resiste ninguna lógica.
Sin duda, mucho del desconcierto que prima en la sociedad actual radica en que por primera vez el mecanismo de freno no fue efectivo, es decir, el hecho de que el voto ciudadano adverso al oficialismo no haya sido atendido por éstos, ha sumado a una malsana resignación.
El 2011 parece demasiado lejano en tiempo y espacio cuando la capacidad de daño está intacta, y las víctimas se van sumando, día tras día, sin ningún atisbo de cambio en ese peculiar “corto plazo” que resta. Y más todavía se agrava la situación cuando se percibe que nadie está exento de ser la presa que sigue en la nómina de un matrimonio decidido, en definitiva, a “democratizar” la corrupción.
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