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sábado, 24 de octubre de 2009

MATAMORFOSIS


Revista Noticias - 24-Oct-09 - Opinión

Tesis
La metamorfosis

Silbando. El Gobierno se desentiende de los escraches de
sus piqueteros aliados y de las operaciones sucias de la SIDE.

por James Neilson

Algo muy feo está gestándose en las entrañas del país. Con rapidez desconcertante, el gobierno de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner -mejor dicho, del primer ciudadano Néstor Kirchner- está transformándose en un régimen autoritario que no vacila en echar mano a métodos que serían más apropiados para una dictadura en ciernes que para un orden político acaso defectuoso, pero así y todo democrático que descansa en la voluntad colectiva de respetar los derechos ajenos. Parecería que, al verse abandonados por la gente en las elecciones legislativas de fines de junio, Kirchner y sus fieles han llegado a la conclusión de que, en lugar de resignarse a su condición minoritaria y pactar con los representantes de la mayoría, como harían los demócratas de otras latitudes, les convendría más basar su poder no sólo en "la caja" que desde el vamos han usado para comprar adhesiones pasajeras, sobre todos en aquellas provincias que siempre están tambaleando al borde de la insolvencia, sino también en la capacidad de sus partidarios más fanatizados para intimidar a sus adversarios y, huelga decirlo, en lo que pueden encontrar en los siempre disponibles servicios de inteligencia.

Como no pudo ser de otra manera, la feroz contraofensiva K ha agravado el "clima de crispación" que, gracias en buena medida a su propia agresividad, ya se había difundido por todo el territorio nacional bien antes de estallar el conflicto rencoroso entre el Gobierno y el campo. Pocos días transcurren sin que se produzcan más escraches protagonizados por energúmenos oficialistas, más denuncias de espionaje, más protestas por e-mails enigmáticos procedentes de vaya a saber dónde, y llamadas telefónicas truculentas destinadas a sembrar el miedo.

Provocó inquietud la difusión de un video, de 17 minutos, por el canal del Estado, en lo que fue un intento descarado de basurear al columnista de La Nación Carlos Pagni, acusándolo de cobrar por una operación de prensa contra Repsol-YPF. Según Pagni, que presentó una denuncia ante la Justicia, las imágenes fueron "editadas y/o manipuladas" con el claro propósito de perjudicarlo. Asimismo, como es rutinario cuando la temperatura social y política está en alza, se habla cada vez más de la existencia de carpetas misteriosas que, de abrirse, pondrían fin a las carreras de muchos personajes destacados. En tales circunstancias, distinguir entre verdades y mentiras, entre rumores descabellados y denuncias ciertas, se hace imposible.

Aunque los medios gráficos y audiovisuales siguen en la mira de los kirchneristas, por lo pronto el blanco principal de la campaña de hostigamiento que está soportando la oposición formal e informal es la UCR. En Jujuy, un grupo de tareas beneficiado por multimillonarios subsidios gubernamentales se ensañó con el líder radical Gerardo Morales y asaltó con furia el local en que iba a dar una conferencia, destruyendo por completo las instalaciones. Poco después, integrantes de la misma agrupación Túpac Amaru, acompañados por los muchachos de Quebracho y el infaltable Luis D'Elía, profeta él de una guerra racial de negros contra los caucásicos paliduchos del Barrio Norte, volvieron al ataque, esta vez en la Plaza del Congreso en plena Ciudad de Buenos Aires.

Morales, que cuenta con la solidaridad de buena parte del arco opositor, no ha titubeado en acusar al gobierno de Cristina de alentar la violencia que, como advirtió, "puede terminar muy mal". Tiene razón el senador: si el Gobierno, mediante guiños u órdenes directas, da igual, sigue brindando la impresión de estar estimulando el empleo de métodos que hasta el jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, calificó de "nazis", tarde o temprano el país se convertirá en un aquelarre. Aun cuando Néstor no haya ordenado a su tropa tomar la calle y romper las cabezas de quienes se resisten a venerarlo, la convicción ya generalizada de que el país es una inmensa zona liberada en que los matones de la izquierda lumpen, los al parecer intocables de Quebracho -una banda que está provocando desmanes desde hace tanto tiempo que es razonable suponer que la manejan algunos servicios estatales o paraestatales- y, huelga decirlo, los piqueteros K, disfrutan de la impunidad más absoluta. En efecto, que la detención de un miembro de Túpac Amaru haya provocado la indignación incrédula de los vinculados con las eufemísticamente llamadas "organizaciones sociales" hace sospechar que a su entender alguien en el poder violó un acuerdo.

¿Qué está ocurriendo, pues? Para los Kirchner, la pérdida del apoyo del grueso de la ciudadanía ha sido traumática no sólo porque a partir del 10 de diciembre tendrán que convivir con un Congreso en que los oficialistas más los borocotizados podrían estar en minoría, sino también porque se las han ingeniado para persuadirse de que a pesar de las apariencias, y los resultados concretos de su gestión accidentada, el suyo es un gobierno popular. Una forma de solucionar el problema así planteado -la elegida por un sinfín de regímenes de pretensiones izquierdistas- consiste en negar a todos salvo a sus propios simpatizantes el derecho a considerarse integrantes del "pueblo", un honor que, según parece, de ahora en adelante monopolizarán los piqueteros, la gente de Quebracho y, claro está, los milicianos de Túpac Amaru que en Jujuy y algunas provincias vecinas conforman una especie de ejército privado K. De acuerdo con el líder radical Morales, que por ser él mismo jujeño sabe muy bien lo que está sucediendo, los de Túpac Amaru suelen llevar armas de fuego, una práctica que, se informa, impulsaría con entusiasmo la jefa de la organización, Milagro Sala.

Los dirigentes opositores temen que los Kirchner, incapaces como son de conseguir muchos votos, se hayan propuesto hacer del dominio de la calle la base de su poder. Si están en lo cierto, al país le espera un período convulsivo en que se multipliquen los episodios como el protagonizado por Morales, en que la embajadora norteamericana Vilma Martínez tenga que acostumbrarse a ser víctima de escraches por parte de izquierdistas iracundos, más empresas nacionales y multinacionales sigan el camino de Kraft, más municipalidades sean tomadas por piqueteros kirchneristas y sus aliados coyunturales de la izquierda combativa tal y como sucedió el martes pasado en Mar del Plata y, tarde o temprano, comiencen a lamentarse más muertes políticas. Iniciar una escalada de este tipo es fácil, muy fácil; frenarla antes de que se salga de madre puede ser sumamente difícil.

Detrás de la violencia política siempre ha de estar una ideología que sirve para legitimarla: la razón principal por la que, para sorpresa de muchos, el país se tranquilizó después de la guerra sucia fue que virtualmente nadie insistía en que había alternativas auténticas a la convivencia en el marco fijado por la Constitución Nacional. Tanto los revolucionarios como sus enemigos más rabiosos coincidieron en tal sentido. Por desgracia, el año pasado Cristina declaró muerto el pacto tácito así supuesto. Al procurar hacer creer que quienes se le oponían eran "oligarcas" y "golpistas", insinuó que sus simpatizantes tendrían derecho a ir a virtualmente cualquier extremo para defender el "gobierno popular" contra alimañas tan inenarrablemente viles. Es posible que Cristina no tuviera la intención de romper con la "democracia burguesa" cuando pronunciaba los discursos de barricada que tanto malestar provocaron en vísperas del voto no positivo del vicepresidente Julio Cobos, pero no debería sorprenderle que los cabecillas piqueteros, los militantes de Túpac Amaru y otros los hayan interpretado así.

¿Es la de los Kirchner una nueva variante criolla de fascismo, como afirman Elisa Carrió, Mauricio Macri y otros? Podría serlo, si bien los santacruceños no se han dado el trabajo de inventar una ideología tan imaginativa como las confeccionadas por los fascistas europeos e incluso sus epígonos latinoamericanos de tiempos ya idos. De todos modos, por fortuna parece escasamente probable que prospere en los meses y años próximos la idea que con toda seguridad está rondando por las cabezas K de movilizar a los combatientes callejeros para silenciar a los destituyentes que tanto les asustan. Para empezar, muchos que estarían plenamente dispuestos a participar de las batallas previstas no confían para nada en la buena fe de Cristina y su cónyuge, los que, por cierto, no poseen las dotes carismáticas que les permitirían erigirse en caudillos de una gran rebelión popular contra un sistema que, a ojos del 40 por ciento o más de la población que está hundida en la pobreza extrema, podría considerarse demasiado inequitativo como para ser considerado genuinamente democrático. Por lo demás, a esta altura hasta los más amargados por los golpes que les ha asestado la vida en una sociedad en que desde hace más de medio siglo las oportunidades para realizarse tienden a reducirse, deberían entender que sería ridículo tomar en serio las palabras de políticos movedizos como los Kirchner, una pareja que, a juzgar por las estadísticas esgrimidas por instituciones como la Iglesia Católica y por grupos preocupados por la nunca resuelta "cuestión social", se las ha arreglado para fabricar más pobreza que cualquier otro gobierno de los que ha sufrido el país en toda su historia, sin excluir a los militares o los denostados por "neoliberales".

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