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lunes, 24 de agosto de 2009

BAILANDO EN LA OBSCURIDAD



Por Gabriel Gasave

Las noticias que llegan desde Argentina dan cuenta que en la provincia de Buenos Aires su gobernador y un grupo de intendentes se encontraría analizando la posibilidad de volver a imponer topes horarios a los boliches dentro del territorio provincial, preocupados por el alto consumo de alcohol y drogas entre los jóvenes y por los profusos episodios de violencia. Se trata de una idea que en los hechos implicaría volver a implementar una medida que hace más de una década dispuso que los locales bailables no podían permanecer abiertos más allá de determinado horario, limite que variaba según la época del año.

En aquella oportunidad, la prohibición tenía por objeto "salvaguardar a la juventud de aquellas situaciones que puedan dañar su salud física y mental, así como también procurar alejarlos del flagelo de la droga", para lo que basta con leer los periódicos locales cada mañana para percatarse de que la norma de nada sirvió. Una vez más, los gobernantes pretenden asumir una actitud paternalista, subestimando a los ciudadanos y arrogándose la facultad de decidir cómo éstos han de comportarse en sus vidas. Nuevamente, el Estado abandona su rol de árbitro para adoptar la inmoral actitud de aquel que en lugar de hacer justicia, realiza tareas de "ingeniería social" y se pone a patear la pelota hacia el lado que circunstancialmente le parece mejor.

Al igual que la anterior disposición provincial, la que se encuentra en estudio pecará ante todo de una gran ingenuidad. Cuando los individuos tienen en claro cuáles son sus valores y qué cosas son buenas para su vida, no abandonan tales principios por el mero hecho de que hayan pasado las tres de la mañana en invierno o las cuatro en verano. Por otra parte, aquellos que aún no tienen bien definidos dichos aspectos, no van a encontrarse en una mejor situación a las once de la noche que a las seis de la madrugada. El argumento de que en la mayoría de las grandes urbes del mundo se hayan tomado resoluciones similares es poco convincente. La circunstancia de que muchos cometan un error, no convierte a lo equivocado en algo correcto. A lo sumo lo vuelve un error popular.

Cabe recordar aquí que las reglamentaciones suelen ser como las cucarachas, nunca aparecen de a una. Como toda regulación, la que disponga la veda nocturna tampoco será una decisión aislada. Siempre que se realiza una injerencia en el mercado, la misma debe ser apuntalada por toda una maraña de artillería colectivista a fin de que no produzca efectos contrarios a los buscados en su implementación, cosa que por otra parte jamás puede lograrse.

Se nos ocurre que en el caso que nos ocupa, a la decisión provincial que establezca la restricción de marras, deberán sumársele necesariamente otro tipo de disposiciones, como por ejemplo las que dispongan:

1 - la celebración de acuerdos con las autoridades de la Ciudad de Buenos Aires y las provincias vecinas, para consensuar que en ellas se establezca idéntica prohibición, a fin de evitar de esta forma que los afectados busquen cruzar los límites provinciales en aras de satisfacer su perenne necesidad de esparcimiento;

2 - resolver qué ocurrirá si en ciudades cercanas a la costa atlántica, dónde debido a las grandes distancias sus habitantes se vean impedidos de emigrar, se decida realizar las reuniones abordo de alguna embarcación. ¿Habrá que prever alguna medida en conjunto con el Ministerio de Justicia, Seguridad y Derechos Humanos de la Nación, y por su intermedio con la Prefectura Naval, a fin de poder encauzar a los acuáticos "fiesteros"?;

3 - la imposición de las autoridades de transporte a las empresas del ramo de un incremento en la frecuencia de sus servicios durante la madrugada para garantizar así el pronto regreso al hogar del los parranderos noctámbulos. La misma deberá complementarse con otra norma que otorgue el correspondiente subsidio a fin de compensar los costos adicionales que acarreará tal obligación, y por último,

4 - la insoslayable designación de un cuerpo de inspectores ad-hoc, encargado de fiscalizar el cumplimiento de las mencionadas ordenes gubernamentales, quienes obviamente deberán de percibir jugosos adicionales remunerativos por trabajar en horas desfavorables. Al mismo tiempo, se deberá instrumentar la afectación de numerosos efectivos de la policía bonaerense como apoyo logístico de esos afanados burócratas.

La precedente enumeración, la cual por supuesto no pretende ser taxativa, no es hecha a los efectos de despabilar giles sino simplemente para que tomemos conciencia de que estamos una vez más en presencia de la paradojal situación en la cual los ciudadanos destinan el fruto de su esfuerzo a solventar a individuos que en lugar de proteger su vida y su propiedad, se dedican a vulnerarla. No diferiría mucho de la circunstancia de pagar de nuestro bolsillo el arma con la cuál un criminal ha de saquearnos o asesinarnos. Aunque en verdad, si habría una diferencia y es en favor de los criminales: con ellos no existe relación de dependencia y no les abonamos sus sueldos.

Siempre que exista una demanda insatisfecha, los seres humanos vamos a procurar su satisfacción. El Estado podrá a lo sumo hacer más difícil y onerosa la misma, pero nada más. Quien tiene deseos de hacer o consumir algo no los cambia porque medie un decreto. Esto es algo que las autoridades deberían de haber aprendido hace ya mucho tiempo.

Finalmente, no olvide que si hoy permite que el gobierno establezca a qué hora se debe acostar, el día de mañana terminará diciéndole también con quién tiene que hacerlo.

Crónica y Análisis publica el presente artículo por gentileza de la Fundación Atlas 1853. El autor Gabriel Gasave es Investigador del Independent Institute.

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