KAMIKASES K
Revista Noticias - 22-Ago-09 - Opinión
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Tesis
Los kamikazes K
Suicida. Como los míticos guerreros japoneses, Kirchner está dispuesto a inmolarse por su causa.
por James Neilson
Puede entenderse el desconcierto que sienten tantos dirigentes opositores, muchos comentaristas y buena parte del resto de la población. Parecería que la voluntad popular tal y como la manifiesta el electorado a través de las urnas no cuenta para nada. Según todas las reglas políticas, la presidenta Cristina Fernández y su esposo deberían haber reaccionado ante la derrota dolorosa que a fines de junio les asestaron los votantes haciendo un esfuerzo desesperado por congraciarse con quienes están dispuestos a ayudarlos, pero han optado por hacer lo contrario. Lejos de buscar aliados en el abigarrado mundillo político nacional, están actuando como si estuvieran resueltos a convertir a amigos potenciales en enemigos implacables y brindar a los que ya lo son más pretextos para procurar destituirlos.
¿A qué están jugando, pues? ¿Están decididos a suicidarse políticamente o, como aquellos kamikazes nipones que estrellaron sus aviones contra los buques de guerra yanquis, imaginan que su espíritu de lucha descomunal les permitirá torcer el destino? Sea como fuere, incluso a los aún convencidos de que Néstor Kirchner es lo que llaman "un político de raza", un operador sumamente astuto que podría dar consejos valiosos a Maquiavelo, les es difícil encontrar la lógica detrás de lo que está haciendo el ex presidente reciclado en mandamás nacional. Si bien los encandila su capacidad para sorprender a todos inventando nuevos temas, entre ellos el supuesto por su metamorfosis imprevista en paladín del fútbol televisado gratis, y festejan la guerra santa que ha declarado contra el imperio de Clarín, no creen que le sirva para mucho la contraofensiva poselectoral frenética que ha emprendido. Antes bien, se preguntan si los Kirchner están preparándose para una salida espectacular.
La confusión ocasionada por la conducta de la pareja se basa en el presupuesto de que su prioridad absoluta tiene forzosamente que consistir en llegar a diciembre del 2011 con el poder que todavía conservan más o menos intacto, lo que le permitiría hacer mutis con dignidad o -¿quién sabe?- asombrar a los escépticos humillando una vez más a sus rivales lerdos. De ser así, la estrategia elegida por el matrimonio difícilmente podría ser más arriesgada. A partir de mayo del 2003, los Kirchner se las han arreglado para acumular tantas denuncias en su contra que lo único que impide que Cristina protagonice un juicio político y que Néstor vaya directamente a una celda VIP es la voluntad generalizada, compartida por casi todos los líderes opositores, de ahorrarle al país una reedición de la crisis institucional alocada que tanto le costó superar en el 2001 y el 2002. De no ser por el temor a lo que podría suceder si a alguien se le ocurriera activar los mecanismos destituyentes que están previstos por la Constitución, la posibilidad de que Cristina presidiera los actos del Bicentenario sería escasa.
Así las cosas, no es del interés de los dos seguir provocando a aquellos dirigentes que, luego de pensarlo, irían a virtualmente cualquier extremo para asegurar que Cristina quede en la Casa Rosada hasta que el calendario diga basta. Preferirían que bien antes de la fecha prefijada Néstor estuviera fuera del círculo gobernante, pero si no hay forma de distanciarlo de la Presidenta se resignarían a su presencia desestabilizadora. Sin embargo, en lugar de intentar reconciliarse con las facciones más mansas del aglomerado opositor, tanto Cristina como Néstor se han dedicado a enfurecerlas, enfrentándolas así con un dilema nada agradable: si se resignan a desempeñar los papeles que Cristina les ha adjudicado en el extraño "relato" que ha confeccionado en que ella misma cumple el rol estelar, terminarán mereciendo el desprecio de una ciudadanía que se siente cada vez más frustrada por la impotencia de sus representantes; en cambio, si los opositores se rebelan contra los K, serán acusados de transformar el país en un aquelarre.
Otro motivo de la parálisis opositora es que, los Kirchner aparte, nadie quiere gobernar el país todavía. Carlos Reutemann no es el único que quisiera estirar los tiempos hasta las calendas griegas. Cuando los presuntos aspirantes a suceder a Cristina en los días finales del 2011 insisten en la necesidad de respetar el ritmo constitucional, lo hacen no sólo por amor a las instituciones o por miedo a una nueva debacle sociopolítica y económica sino también porque no tienen mucha idea de lo que harían si mañana les tocara asumir el poder y tuvieran que emprender un ajuste salvaje. Tampoco parecen saberlo muy bien los Kirchner, los que desde hace meses están improvisando alocadamente, anunciando y después suspendiendo tarifazos increíbles, produciendo sobre la marcha "planes" contra la pobreza y así por el estilo, pero por infeliz que esté resultando la gestión de los santacruceños, sus adversarios quieren que sigan cosechando lo que ellos mismos sembraron, diciéndose que sería sumamente injusto que otros se vieran constreñidos a pagar los costos políticos de lo que se avecina.
¿Creen los Kirchner que el temor a provocar lo que sería el enésimo desaguisado constitucional, combinado con la resistencia a tener que encargarse de las ruinas del "modelo", será más que suficiente como para mantener en su lugar a una oposición cuyos fragmentos están más interesados en las reyertas internas rutinarias que en el destino del país, y que por lo tanto podrán seguir comportándose como si, las apariencias no obstante, disfrutaran del apoyo de una mayoría abrumadora? Puede que sí, pero les sería peligroso apostar demasiado a que los preocupados por lo que está sucediendo no se animarán a reaccionar. Si continúan fabricando enemigos, los tentados a poner fin a una situación a su juicio insostenible no tardarán en alcanzar una masa crítica.
Sólo sería necesario un pequeño cambio climático para que políticos y jueces decidieran que dadas las circunstancias no les quede más alternativa que la de impulsar un juicio político a Cristina, algo que a buen seguro podrían hacer por el aumento impactante del patrimonio conyugal. Por cierto, no es ninguna casualidad que últimamente tantos políticos -Julio Cobos, Margarita Stolbizer, Francisco de Narváez y siguen los nombres- hayan reclamado una investigación exhaustiva de los negocios florecientes del dúo. Tampoco lo es que ya haya comenzado el desfile por los tribunales de prohombres del mundo K.
Amantes a su modo de los deportes de alto riesgo, los Kirchner se han puesto a divertirse jugando con fuego. Por un par de semanas, pareció que eran conscientes del peligro que les acechaba, de ahí el "diálogo" que, bien manejado, hubiera bastado para tranquilizar a buena parte del maremágnum opositor a cambio de algunas concesiones apenas simbólicas, ya que lo llamativo no es que haya empezado a difundirse un "clima destituyente" sino que todavía no se haya hecho muchísimo más bochornoso de lo que efectivamente es. Pero por terquedad, orgullo o confianza ciega en sus propios poderes talismánicos y desdén por sus contrincantes, eligieron cerrar la ventana de oportunidad que ellos mismos habían abierto. Como el ciudadano privado Néstor dejó bien claro, dialogar es espléndido con tal que nadie suponga que pudiera desembocar en concesiones oficiales.
Con todo, algunos opositores se niegan a abandonar la esperanza. Luego de haber declarado fracasado el "diálogo", calificarlo de "una maniobra perversa" y vaticinar como consecuencia un "colapso social", el jefe radical Gerardo Morales afirmó que "siempre es posible volver al diálogo político". Aunque sus motivos habrán tenido más que ver con su resistencia a dar la razón a Elisa Carrió que con su eventual fe en el buen sentido de los Kirchner, el que a pesar de todo ciertos radicales estuvieran dispuestos a regresar a la mesa para charlar con Florencio Randazzo y compañía muestra que lo último que tienen en mente es arrinconar a la pareja gobernante. La paciencia casi oriental de personajes como Morales frente a las constantes provocaciones K es sin duda encomiable, pero a menos que la oposición reciba algo significante como recompensa, pronto se agotará por completo.
La situación en que se halla el país sería distinta si los K fueran ideólogos empedernidos resueltos a encajar, cueste lo que costare, al país en el marco de un "modelo" caracterizado por cierta coherencia, pero sucede que son pragmáticos a ultranza. Cuando hablan del "modelo", piensan sólo en una versión mejorada del resultado global de sus improvisaciones cotidianas, no en los eventuales frutos de un hipotético plan maestro que, sin que nadie más lo haya entendido muy bien, estén aplicando sistemáticamente a partir de mayo del 2003. Por supuesto que a Cristina y Néstor les encantaría que todos interpretaran el drama político nacional en términos ideológicos, como una lucha entre un pueblo igualitario y una oligarquía asquerosa decidida a defender sus privilegios y su dinero, pero la verdad es que sólo se trata de una puja vulgar por pedazos de poder. Cuando los Kirchner aluden a la presunta conveniencia de "profundizar el modelo", lo que quieren decir es "darnos más poder", o sea, una dosis mayor del elixir que, como nos informó una vez el fallecido Alfredo Yabrán, sirve para garantizar la impunidad. Desgraciadamente para los dos, su forma de pedirlo es tan antipática que sus posibilidades de conseguirlo se reducen por momentos.
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