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jueves, 14 de mayo de 2009

CAMBIOS DE VIENTO


Más señales de cambio de viento en la región.
http://www.economiaparatodos.com.ar/ver_nota.php?nota=2510 .

por Emilio J. Cárdenas.
Emilio Cárdenas se desempeñó como representante permanente de la Argentina ante la Organización de las Naciones Unidas (ONU).

En algunos países de América latina se insinúa un giro hacia el centro y Argentina podría no ser una excepción esta vez.


Desde estas mismas columnas, la semana pasada sugerimos que en América Latina se insinuaba un “giro hacia el centro”.
Recordamos, entonces, que la alicaída Argentina va camino a elecciones legislativas, que tendrán lugar el próximo 28 de junio.
Afectados por una caída en su popularidad y anclados en un presunto “modelo” económico (que, en rigor, hace agua por todas partes) el omnipotente matrimonio Kirchner decidió adelantar las elecciones originalmente previstas para octubre y modificar, a su gusto y paladar, el calendario original. Arbitrarios, como siempre.

No obstante, las encuestas sugieren que los Kirchner ya no lucen invencibles y que, de pronto, pueden sufrir una derrota histórica.
Aunque se esmeren por comprar votos de mil maneras a lo largo y ancho del cinturón industrial del “conurbano” de Buenos Aires, en el que está concentrada la miseria que aún afecta a buena parte de la población de la Argentina.
Allí funcionan bien las dádivas e impera el populismo clientelista.
Allí la dignidad humana tiene precio.
Allí, por la miseria, se ofrece en venta hasta el derecho sagrado a votar.
Y los Kirchner lo saben y aprovechan.

Muchos de los “dirigentes” peronistas que han estado a su lado en los últimos tiempos (comiendo “de su mano”) saltan hoy, uno tras otro, por la borda de un barco que, presumen, tiene abierto un rumbo grande. Y es probable que así sea.

Lo que ahora parece inevitable es que los Kirchner deban resignarse a perder el control del Congreso que hasta ahora les ha permitido concentrar poder como nunca en la historia reciente de la Argentina (por delegación de las facultades del Congreso) y vivir en la impunidad.

Esto naturalmente sería, para los argentinos, nada menos que volver a encontrarse con los equilibrios republicanos.
Para los Kirchner esto supondría gobernar sin “superpoderes” y rendir cuentas. Y tener (ellos y sus ad-láteres) que afrontar las investigaciones por corrupción que hoy paralizan fácilmente.
Además verse, de pronto, forzados a reducir las perversas “retenciones” (derechos de exportación) con las que se han apropiado de la renta del sector rural.

Ante esta nueva situación, el margen de maniobra político de los Kirchner se estrecha aceleradamente. Pese a que aún designan “a dedo” a quienes conforman sus “listas” de candidatos, no pueden ya impulsar a “cualquiera”. Como hasta ayer.

Hay ahora --como veremos-- quienes generan aún más rechazo que ellos. Lo que no es fácil.


El caso D’Elía

Por ejemplo, el que provoca el bravucón Luis D’Elía, un horrendo protegido de los Kirchner que alguna vez fuera miembro de su gabinete (como subsecretario) que inter alia niega el holocausto judío; que es más que amigo de Irán; que intimida, agravia, hiere, insulta y hasta golpea cada vez que lo cree necesario.

Por todo ello no es sorprendente que Luis d’Elía no aparezca en las listas para ser legislador por el oficialismo.

Quedó despechado porque eventualmente puede necesitar los “fueros” (esto es, las inmunidades) parlamentarios.
Luis D’Elía ha reprochado públicamente que los Kirchner (después de haberlo usado) le estén dando aparentemente “la espalda” concientes de que D’Elía genera una natural resistencia en la gente.

Pero ocurre que D’Elía es más que poco confiable y sabe extorsionar. Tan bien como pocos. Lo que en el mundo kirchnerista, acostumbrado a recurrir a los “aprietes”, se respeta. Y mucho.

Acaba de confirmar, para la historia, algo que todos sospechábamos. Que la “IV Cumbre de las Américas”, realizada en nuestro país en la ciudad balnearia de Mar del Plata entre el 4 y el 5 de noviembre de 2005, fue cuidadosamente “planificada” --hasta en sus detalles menores-- por Néstor Kirchner, Fidel Castro y Hugo Chávez.
D’Elía mismo estuvo personalmente para ello en La Habana, según acaba de hacer público. Allí fue como “enviado” del entonces Presidente Néstor Kirchner, con el sólo propósito de planificar los desaires y desmanes que luego se perpetrarían en Mar del Plata contra algunos de los visitantes. Incluyendo los incendios y saqueos por parte de grupos armados que asolaron impunemente el centro comercial de Mar del Plata del que la policía había misteriosamente “desaparecido”, como suele suceder cuando estas cosas se planean desde el poder.

D’Elía fue, entonces, el mandatario de Kirchner. Increíble, quizás, pero no sorpresivo.

No es casualidad, entonces, que Barack Obama (pese a la tremenda insistencia de nuestra Presidente por tratar de lograr una entrevista bilateral personal con el mandatario norteamericano) no haya querido reunirse con Cristina Kirchner en la “V Cumbre de las Américas”, que tuviera lugar recientemente en Trinidad-Tobago.

Ocurre que, lo de Mar del Plata es inolvidable. A lo que cabe agregar que nuestra “predicadora” oficial tiene una pésima imagen externa, salvo en Bolivia, Cuba, Ecuador, Nicaragua, Paraguay y Venezuela.

Hacen falta estos amargos “shocks” repentinos para recordar, una vez más, cómo son efectivamente los Kirchner, cual es su ideología y cuales sus motivaciones. Más allá de lo que uno naturalmente desearía fuese la verdad.
No obstante, no es imposible que la noche del próximo 28 de junio de 2009 termine siendo una de celebración de un inolvidable “Gigantesco Rechazo” a los Kirchner.
Es que la gente parece harta y, aunque algunos estén dispuestos a vender --por necesidad-- sus votos, hay más que no lo están y seguramente lo van a probar en las urnas. Por respeto a sí mismos.


Vientos de cambio

Hay en la región, reitero, sensación de “vientos de cambio”. Flota en el aire. Como los que proyectaron --con inusual contundencia-- al empresario Ricardo Martinelli a la presidencia de Panamá.

O los que empujan a José Serra, en el Brasil; a Sebastián Piñera, en Chile; a Jorge Larrañaga y Luis Alberto Lacalle, en el Uruguay; a Luis Castañeda o Lourdes Flores, en el Perú; o las que sostienen tenazmente a Álvaro Uribe, en Colombia y a Felipe Calderón Hinojosa, en México.

O los que proyectan a Carlos Reutemann, Francisco de Narváez, Mauricio Macri, Gabriela Michetti, Alfonso Prat Gay o al propio Julio Cobos, hacia el escenario del futuro político argentino, sugiriendo que la larga y arrogante noche de los Kirchner pueda empezar pronto a quedar atrás.


En el mundo “bolivariano”

Salvo en la Argentina, en el resto de los países “bolivarianos” no parecen insinuarse cambios de corte político. En realidad, las cosas siguen allí su curso, empeorando todo.

En Bolivia, por ejemplo, el presidente Evo Morales está empeñado en encarcelar a los dirigentes de la oposición cívica. Particularmente a los de Santa Cruz. Pero también a los del resto de la Media Luna.
Para esto, parece haber fraguado un presunto complot edificado sobre la base de torturas infligidas a presuntos testigos del mismo, luego de una represión sangrienta de lo que supuestamente fuera una célula terrorista.
En esto imita a su mentor Hugo Chávez, quien también está encarcelando a todos los dirigentes de la oposición de alguna envergadura.
Como en tantas cosas, Bolivia y Venezuela parecen --desgraciadamente-- estar transitando el mismo camino que Cuba, el que termina en la dictadura.

Para Morales, su gobierno es “perseguido” por los medios de comunicación. Por ello --en respuesta-- agrede a los periodistas y persigue a los medios que exponen las falencias de su gobierno.
El gobierno boliviano ha iniciado --por ejemplo-- una demanda penal contra el periódico más importante y señero de La Paz: La Prensa, que osó denunciar la corrupción que inunda a la gestión del MAS.

En paralelo, Morales ha creado, con dinero venezolano e iraní, una nueva red de televisión estatal, un periódico (Cambio), y una enorme infraestructura de radios que cubre todo el territorio de su país.

En las conferencias de prensa, Morales sólo invita y habla con los corresponsales extranjeros. Se niega a hablar con los periodistas bolivianos y las noticias solamente fluyen a través de las agencias propias, esto es del gobierno.

En cada oportunidad y en cada púlpito, el presidente y el vicepresidente de Bolivia fustigan e insultan a la prensa independiente, a la que acusan del pecado mortal de responder “a los intereses del sector privado”, ideológicamente opuesto a la agenda de un Morales que, de contramano con la historia, acaba de proclamar a los cuatro vientos su pertenencia al “marxismo-leninismo”.

Los periodistas, en su labor, son víctimas de ataques y viven en un medio que les es abiertamente hostil. Ocurre que una administración que llegó al poder hace tres años prometiendo erradicar la corrupción, la ha aumentado exponencialmente, alimentando así a los medios, que no pueden dejar de cubrir lo que sucede.

Bandas de matones leales al gobierno de Morales atacan a reporteros y editores, dañando o destruyendo sus equipos y lastimando a los periodistas que cumplen su labor. La policía se mantiene pasiva, como si tuviera instrucciones de no intervenir. Para Morales y García Linera los medios libres son “el enemigo”.

La Sociedad Interamericana de Prensa, en su encuentro anual en febrero pasado en el Paraguay, constató nada menos que 46 casos de ataques físicos y verbales a periodistas en Bolivia. Cuando la institución los mencionó específicamente en su informe anual Morales, como era de esperar, explotó con vehemencia contra la Sociedad Interamericana de Prensa.


El “riesgo bolivariano”

Los “bolivarianos” son esencialmente: estatistas. Como tales, tienen un apetito insaciable por controlar todo. Cuando hablan, su tono es --siempre-- el de la demagogia.
Se mueven hoy con pasos sucesivos, en función de lo que en cada caso las circunstancias permitan. Con un objetivo central indeclinable: el de reducir el margen de libertad.

Por ello no son democráticos, porque saben bien que esa forma de gobierno amplía el alcance de la libertad.
Ocurre que para la democracia el individuo es la base de la organización social.
Para los estatistas, en cambio, es tan sólo un número; cuanto más un mero agente de cambio al que se opera por control remoto, desde el gobierno.

Los estatistas procuran, sin admitirlo públicamente, reemplazar a la libertad con lo que definen como igualdad. Aunque el resultado final sea, como en Cuba: encarcelar a todos en un pantano insuperable de atraso y servidumbre.

Ocurre que los estatistas no creen en la libertad porque no la conciben como una bendición, sino como un enemigo contra el que hay que luchar.
Para ello, envueltos en las banderas y nacionalismos, recurren a la coacción y a la intimidación, así como a la mentira y al engaño. Saben que el gradualismo es más efectivo que la revolución.
Por eso apuestan a implantar el socialismo por aproximaciones sucesivas, hasta que llegue el momento de usar la coacción sin mayor riesgo.

Son profundamente resentidos. Crean una falsa antinomia entre anarquía y autoritarismo.
En nombre de una presunta “justicia social”, predican la “lucha de clases” y dividen y enfrentan a las sociedades. Como sucede hoy en cada una de las actuales experiencias “bolivarianas” en la región.

Por ello la propaganda es el instrumento central de su política que reemplaza al diálogo y sirve al discurso único, en el que las definiciones no se discuten sino se aceptan, como si fueran mandamientos.

Para los estatistas, el primer deber de todos es el de servir al Estado.
Por eso la familia, la comunidad y hasta la fe son percibidos como amenazas al Estado.
Una vez privado de la libertad, el individuo puede ser moldeado según sugiera la ingeniería social de turno. Y despojado de la propiedad, aunque ésta sea el fruto de su trabajo.

Cuando hoy hablamos de “bolivarianismo”, de esto hablamos, precisamente. Y es un tema serio. Muy serio. Políticamente, el más serio de todos. Porque lo que está en juego es la dignidad misma del ser humano como tal, al que se trata de privar de su característica esencial distintiva, la de usar lo que lo distingue de los animales, esto es su libre albedrío, en una palabra: su libertad.


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