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miércoles, 6 de julio de 2011

FARSA




Ni república ni democracia: farsa

A pesar del cimbronazo que causó, la repentina muerte de Néstor Kirchner no será en la historia argentina más que un hecho aislado y menor. El impulso que imprimió su influencia al curso de descomposición que la vida política nacional venía llevando ya estaba consumado y el enorme daño había dado sus frutos.

Las especulaciones acerca de si su desaparición potenció o perjudicó las chances de un segundo mandato de Cristina Fernández son anecdóticas por incomprobables. ¿Quién puede asegurar qué hubiese pasado con ambas carreras políticas en octubre de 2011 de seguir él con vida? Sin embargo, es uno de los debates estériles que tanto fascinan a los argentinos y que consumió tinta y televisión en detrimento del tiempo que hubiese sido bien empleado en enderezar el derrotero de colisión que llevaba para entonces la república.

A comienzos de 2011, mientras Cristina Kirchner deshojaba la margarita entre si se presentaba a un segundo mandato o no, la oposición fue descascarándose sin ayuda alguna. Un lote de candidatos de cuarta categoría compitiendo por ser la peor opción le allanaba el camino a un oficialismo traspasado de corrupción. De los seiscientos millones de dólares pertenecientes a la provincia de Santa Cruz que Néstor Kirchner sacó del país con rumbo desconocido y nunca restituyó; el zarpazo sobre los ahorros de los aportantes a la jubilación privada; los resonados casos de funcionarios súbitamente millonarios que duermen la siesta judicial; la valija llena de dólares procedente de Venezuela que quisieron entrar al país en forma ilegal, según su portador, para colaborar con la campaña de Cristina Kirchner y como frutilla de una torta que mezcla inmoralidades y delitos, el escándalo que envuelve las dos patas más sólidas de la construcción K: la obra pública y la causa de los derechos humanos.

La voluminosa estafa descubierta en la transferencia millonaria y descontrolada de fondos desde la órbita del Ministerio de Planificación (a cargo de Julio De Vido, el hombre de máxima confianza de Néstor Kirchner) a la Fundación Madres de Plaza de Mayo grafica cómo fue escalando la impunidad oficial y la connivencia en la que necesariamente entraban quienes se iban beneficiando con la discrecionalidad en los repartos de obras, contratos, nombramientos, prebendas y efectivo.

Indudablemente la ausencia de Néstor Kirchner se nota, aunque no por los actos en sí sino en la consecuencia: el desmadre. En esencia, con él pasaban las mismas cosas pero no trascendían. Su férrea conducción los mantuvo a raya: el canciller no se iba de boca o probablemente, Néstor nunca hubiera nombrado en ese cargo a semejante torpe de palabra fácil y pensamiento esporádico; habría evitado pulverizar, a puro grito como se hizo, el Instituto contra la Discriminación, un invento que él mismo motorizó con tanta energía como su repentina devoción por los derechos humanos lo que en el fondo habla de su idéntico desinterés por la suerte de terroristas y homosexuales.

Néstor Kirchner alzó tardíamente la causa de los derechos humanos, cuando descubrió la utilidad que podía aportar a la gobernabilidad de su período tras arribar a la presidencia con una debilidad política sin precedentes. Los militantes de las organizaciones que defienden guerrilleros no son numerosos pero sí extremadamente visibles por lo ruidosos. Frente a ellos la sociedad tiende a dividirse entre indiferentes y temerosos; la mayoría no cultiva simpatías espontáneas por los combatientes de los ´70 pero este gobierno se encargó de instalar que quien no babea de emoción por los terroristas de entonces (hoy llamados “jóvenes idealistas”) es un energúmeno de peor calaña que el mismísimo Hitler y, en consecuencia, merecedor del escarnio universal. Ante semejante dicotomía la sociedad argentina, particularmente tibia, cómoda y cobarde, incapaz de pararse y rechazar la falacia prefirió la resignación de dejarse manipular ante sola posibilidad de ser tildado de “genocida”, una acusación que también instaló el mismo sector.

La historia da cuenta de que la persecución del que piensa distinto fue una técnica peronista. Lo hizo Perón en los años ´50 y lo hacen los kirchneristas hoy con ciertas variantes pero en esencia el hostigamiento existe. El mecanismo del temor funcionó siempre muy bien en la gestión Kirchner y cuando el presidente descubrió que producía y bastante alrededor de la cuestión de los derechos humanos empezó a explotar la veta. Fundirse de repente con quienes estaban desde hacía años envueltos en aquella bandera fue una estrategia a la que se plegaron sus principales representantes con sorprendente docilidad y así fue como se multiplicó la frecuencia de los encuentros, las fotos y los abrazos con Estela Carlotto y Hebe de Bonafini quienes, de un brinco, pasaron de ser ácidas críticas de la política partidaria a privilegiadas y voceras del "modelo K".

Probablemente ese insólito casamiento entre hasta entonces inclaudicables líderes de la protesta social y el más puro establishment político restó credibilidad en ambos sentidos y cuando las denuncias de estafa, malversación y bochornos arreciaron, nadie se inmutó. Las organizaciones de derechos humanos en la paradigmática figura de Madres de Plaza de Mayo probaban, desnudas ante el mundo, que las miserias humanas no les eran ajenas, que las apetencias crematísticamente terrenales les caben a cualquiera y que no son privativas de los “malos”, que la honorabilidad no se declama sino que se vive cotidianamente, y que la decencia es una forma de la conducta que se construye día tras día.

Distintas fueron las reacciones de la sociedad cuando la justicia recibió las denuncias sobre el desvío de millones de dólares que la administración Kirchner giraba a la Fundación Madres de Plaza de Mayo para la construcción de viviendas pero que, en lugar de techo para los más humildes, se convirtieron en barcos, propiedades, viajes, autos lujosos y modernos aviones para unos pocos.

Con el tiempo, el dinero será un detalle menor del episodio y lo que quedará en la historia son los verdaderos sentimientos que inspiraron a Hebe de Bonafini y a sus socios, como su mano derecha el parricida Sergio Schoklender. Sed de venganza y un inocultable odio por el orden institucional la llevaron a militar junto al terrorismo argentino de los ´70, las FARC colombianas, el castrismo, la ETA y festejar la muerte de miles de inocentes ocurridas tras el atentado sobre las torres gemelas en Nueva York. El kirchnerismo tiró tanto de la cuerda que dejó al descubierto la insolvencia de la causa; en lugar de seres compasivos que bregaban por derechos colculcados, ese progresismo aglutinaba feroces militantes del pensamiento único y de la violencia para quienes el que no piensa como ellos es un enemigo al que hay que aniquilar, acción que llevaban a la práctica mientras delinquían como cualquier terrícola.

Así lo hicieron mientras estuvieron fuera de la ley. Formaron ejércitos guerrilleros que actuaron en la clandestinidad atacando a la sociedad civil con el objetivo de alterar el orden constitucional y establecer un gobierno filo-castrista. Fueron vencidos en la lucha armada que plantearon. Décadas después, llegaron a la administración política del país; muchos de ellos obtuvieron cargos y se diseminaron por los tres poderes del estado y otros se integraron al cuerpo social en tareas periodísticas, académicas o a través de organizaciones no gubernamentales.

El prestigio que lograron por esas vías les facilitó la concreción de aquel plan que dejaron trunco en los ´70. Contar con una población desprevenida, poco instruida y muy adoctrinada hizo el resto y por eso hoy no escandaliza que el gobierno quede involucrado en el desvío de muchísimo dinero público hacia una organización creada para la búsqueda de personas pero que en realidad se dedicaba a la construcción de viviendas que ni siquiera realizaba.

Se comprueba la teoría del contagio: el peronismo universalizó la corrupción y la desvergüenza y hoy en la Argentina ya no es privativo de ellos robar, mentir y estafar. Esto agrava la situación general porque estrecha las opciones.

Cristina Fernández de Kirchner, cuyo período de gobierno muestra una declinación global en casi todos los índices económicos, vuelve a ser candidata e, increíblemente, tiene chances; como si no fuera suficiente, será acompañada por su ministro de economía, el padre de una inflación que ronda el 30% anual. Las encuestadoras, una presa particularmente dócil a las tentaciones materiales, le otorgan posibilidades que oscilan entre 35 y 50% de intención de voto. Sea uno u otro extremo lo mismo es una enormidad después de tan paupérrima gestión.

Hay quienes objetan a la oposición y le adjudican la responsabilidad de los índices inmerecidamente favorables al kirchnerismo. Es cierto que el desbande y la mediocridad reinan en ambas orillas pero el análisis no es ese. La falta de mejores candidatos no es el problema sino la consecuencia. Como hace décadas que la sociedad argentina viene delegando la conducción de la cosa pública en una manada de roedores, ellos se fueron eligiendo entre sí y como se trata de un proceso dinámico pero lento, recién ahora se vuelve insoslayable: la falta de idoneidad, de los valores de la honradez y la preparación académica hacen gala en todos los ámbitos. No es peor el Ejecutivo que el Congreso ni el empresariado que el poder judicial.

Ni uno de los diez candidatos a presidente en carrera para octubre de 2011 es resultado de elecciones internas. Todos los partidos aplicaron el dedo para decidir la repartija de puestos, cargos y bancas porque cada uno de esos espacios tiene un “dueño”. Ese es otro enorme retroceso institucional que la ciudadanía tolera sin inmutarse; ese es el inicio espúreo de un proceso que se pretende democrático. No compite el que quiere para los cargos electivos sino los admitidos por las cúpulas partidarias. Esto hace hueco y falaz el discurso de dirigentes y “opinólogos” que atribuyen la escasa calidad dirigencial a la falta de participación general.

La trampa está bien urdida y por eso, salvo con alguna excepción, las caras se repiten a través del tiempo y sólo la muerte altera la tendencia. Prácticamente no existen casos de políticos que se retiren en la Argentina mientras hay miles de ejemplos de los que una vez entraron en la “rosca” y no se fueron más. Pasan de un cargo a otro, renuevan sus mandatos y hasta cambian de alianzas pero siguen prendidos a los privilegios. No es lógico pensar que esos burócratas tengan algún interés en renovar el espacio que les da cobijo y poner en riesgo el sistema con la incorporación de gente nueva.

Así planteada la democracia argentina, es un excelente mecanismo manejado por los peores para beneficio de ellos y de quienes ellos deciden, y por eso siempre consiguen el aval empresario y sindical. Las aparentes rencillas no son más que eso: apariencia de enfrentamientos que son simplemente “tires y aflojes” de cada sector por obtener más privilegios. No hay debate en serio, ni propuestas ni ideología en juego. Sólo ventajas.

La interna del peronismo, abierta de “prepo” a la ciudadanía, es un escándalo que nadie denuncia. En octubre de 2011, cuatro candidatos a presidente afiliados al PJ y un montón de peronistas plantados en otros partidos competirán en una suerte de carrera que corren siempre los mismos y que
son, además, los que imponen las condiciones. En ese escenario, cualquier cambio no es más que una ilusión.

La Argentina ha dejado de ser una república y está cerca de apartarse de la democracia.
M.ZALDIVAR

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